¿Qué significa ser un Siervo de Dios? ¿Por qué somos siervos del Señor?

Ser siervo de Dios significa disfrutar de una situación de seguridad y privilegio en Su presencia. El siervo del Señor le sirve, y por el momento no peca. El siervo de Dios es propiedad única de Aquel que lo sacó de las tinieblas a la luz.
Pero es verdad que la expresión “siervo de Dios” o “siervo del Señor” puede tomar diferentes significados según el contexto bíblico. Observemos este estudio bíblico.
Diferentes Significados de “Siervo del Señor” en la Biblia
Hay un sentido en el que todos son siervos de Dios, pues Él es el soberano de todas las cosas. No hay nada ni absolutamente nadie fuera del poder y control del Señor. O sea lo que redacta el salmista en el Salmo 119: “Según sus órdenes, todo queda hasta hoy, pues no existe nada que no esté a su servicio” (Salmo 119:91).
Ahora en el sentido más habitual, la expresión «siervo de Dios» o «siervo del Señor» se aplica a los fieles. En la Biblia podemos encontrar algunos ejemplos de personas que fueron llamadas siervos de Dios.
El patriarca Abraham era un siervo de Dios (Salmo 105:42); tal como su nieto Jacob (Ezequiel 28:25). Moisés también fue llamado amigo y siervo de Dios (Éxodo 14:31; Números 12:7,8; Deuteronomio 34:5). Josué, el sustituto de Moisés, también fue siervo de Dios (Josué 24:29); así como el Rey David (2 Samuel 3:18; Salmo 132:10). Aparte de estas personas, en la Biblia se identifica a múltiples otras como comprometidas al servicio de Dios.
Israel también es llamado siervo de Dios en las Escrituras (Levítico 25:42); en especial los israelitas fieles o el Israel restaurado (Isaías 41:8,9; 43:10; 44:1,2,21; 45:4; 48:20).
Otro sentido que merece atención es en el momento en que se aplica a Cristo la expresión “Siervo del Señor”. En el Viejo Testamento, la expresión “Siervo del Señor”, del hebreo ‘Ebed Yahvehse usó proféticamente para indicar el ministerio del Señor Jesucristo.
En este sentido, el significado de la expresión “Siervo del Señor” habla de la absoluta obediencia de Cristo al Padre en la realización del plan de la redención (Is 42,1-4; 52,13-53,12; cf. Mt 12). :18-21; Marcos 10:45). De esta forma, la figura del siervo encuentra su plena realización en Jesucristo. Finalmente, por la obra de Cristo, en el Nuevo Testamento asimismo se usa la figura del siervo para detallar la Iglesia del Señor (1 Pedro 2:16).
¿Somos siervos de Dios o hijos de Dios?
Mucha gente piensa que las expresiones “siervos de Dios” y también “hijos de Dios” son contradictorias. Esta duda surge eminentemente del hecho de que la palabra «siervo» en el Nuevo Testamento traduce el término griego doulos, que significa “ciervo”. Conque la expresión «siervo de Dios» significa literalmente «esclavo de Dios». Pero no hay contradicción en ser siervos de Dios y también hijos de Dios. Entender:
Todo el mundo tiene un maestro.
Primero, la Biblia afirma que todos tienen un amo. Ningún hombre ni ninguna otra criatura puede pretender ser dueño de sí. Sabiendo esto, el apóstol Pablo hace una gran exposición en su Carta a los Romanos comentando de la servidumbre del hombre (Romanos 6:15-23).
En este sentido, encarna el pecado en la figura del dueño de un esclavo y contrasta a los siervos del pecado con los siervos de Dios (Romanos 6:15,16). Así que básicamente dice que alguien es un siervo de Dios dedicado a su reino, o es un siervo del pecado que trabaja para el reino de las tinieblas.
El redimido es siervo de Dios y del Señor Jesús
Segundo, la Biblia afirma muy precisamente que somos siervos de Dios, es decir, esclavos del Señor. El apóstol Pedro escribe algo fundamental sobre esto. Dice que los creyentes son los «Pueblo propio de Dios, cuyo propósito es proclamar las virtudes de aquel que les llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9). Esto quiere decir que los fieles han sido literalmente adquiridos por el Señor. En consecuencia, como siervos (esclavos) le pertenecen.
Pablo explica cómo sucedió esto. El redacta: “Él nos rescató del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien disponemos plena redención por su sangre, es decir, el perdón de todos y cada uno de los errores” (Colosenses 1:13,14).
Por lo tanto, los creyentes una vez fueron siervos del mal, pero Dios los ha librado para que ahora sean sus siervos en Cristo. Por eso Santiago se declara siervo de Dios y del Señor Jesucristo, en una equivalencia divina muy importante. Los fieles genuinos reconocen el Señorío de Cristo y se someten a Él. Entonces, por medio de su unión con Cristo, los creyentes pueden ser útil al Señor y obedecer su voluntad.
Siervos que se hicieron hijos
Tercero, cuando fuimos adquiridos por la sangre de Cristo, no solamente se nos dio el privilegio de ser siervos de Dios, sino asimismo de recibir la bendición de la adopción. Esto significa que en Cristo los redimidos fueron adoptados por Dios, convirtiéndose en sus hijos.
Mediante la obra expiatoria de Cristo, quien satisfizo la justicia de Dios en nuestro sitio, fuimos liberados del dominio del pecado y de la condenación de la Ley. De ahí que afirma la Biblia que no hemos recibido el espíritu de servidumbre, “sino el Espíritu de adopción, por el que clamamos, Abba, Padre” (Romanos 8:15). El Espíritu Santo, que aplica en nuestra vida la obra de redención efectuada por Cristo, es el que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Romanos 8:16).
Por ende, en el momento en que la Biblia dice que ya no somos esclavos ni esclavos, sino ahora somos libres, hay que considerar todo este término de la obra de redención. De esa manera, de manera fácil el contexto de cada pasaje bíblico que afirma que ya no somos siervos ni esclavos revelará que en realidad por el momento no somos esclavos del pecado; o bien que no somos siervos de la Ley que nos condenaba por la iniquidad (cf. Gálatas 4, 7).
Ahora somos verdaderamente llamados hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 1:17). Esto, sin embargo, no anula la verdad de que fuimos comprados por Él, y por lo tanto, como siervos, pertenecemos enteramente a nuestro Señor (1 Corintios 6:19,20). Es un privilegio increíble para nosotros poder decir que estamos totalmente aplicados al Señor. Reconocemos que nuestra independencia está en ser siervos de Dios.
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