RELIGION CRISTIANA

Ver la relación entre el Calvario y la Misa

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Hay algunas cosas en la vida que son muchos bellas para olvidarlas, como el cariño de una madre. De ahí que apreciamos tu retrato. El cariño de los soldados que se sacrifican por su país es igualmente bastante bello para ser olvidado; por consiguiente, veneramos su memoria en los monumentos. Pero la bendición mucho más grande que jamás le haya sucedido a este planeta fue la venida del Hijo de Dios encarnado. Tu vida, más que todas las otras, es demasiado bella para ser olvidada. Por ende, apreciamos la divinidad de sus expresiones por medio de las Sagradas Escrituras y la caridad de sus proyectos mediante nuestras acciones del día a día. Lamentablemente, varias personas se limitan a recordar sólo las palabras y obras de nuestro Divino Redentor; por importantes que sean, estos no son sus mayores logros. El acto más sublime en la biografía de Cristo fue su muerte. La desaparición siempre es esencial, por el hecho de que sella un destino. Cualquier escenario de muerte es un lugar sagrado. Es por eso que los clásicos literarios que tratan sobre emociones relacionadas con la muerte jamás pasan de tendencia. Y de todas las muertes en la historia humana, ninguna fue más importante que la muerte de Cristo. Nuestro Señor siempre y en todo momento supo que vino a este mundo a fallecer. La desaparición fue piedra de tropiezo para Sócrates, pero para Cristo fue la corona de la vida. Él mismo mencionó que había venido a “dar su vida por la salvación de muchos” (Mc 14, 24) y que absolutamente nadie le quitaría la vida, sino que él mismo la entregaría de manera voluntaria. Si la muerte fue el momento supremo por el que Cristo vivió, también fue la forma en que deseó ser recordado. No solicitó a los hombres que transcribieran sus palabras en las Escrituras. No solicitó que su generosidad con los pobres quedara registrada en la historia. Pero le solicitó a la raza humana que recordara su muerte. Y para que su memoria no quedara abandonada al azar de las narraciones humanas, él mismo instituyó el modo perfecto preciso de recordarla. Tal Memorial fue instituido la noche antes de su muerte, y desde entonces se ha llamado “La Última Cena”. Tomando el pan en sus manos, Jesús ha dicho: “O sea mi cuerpo, que será entregado por nosotros”, esto es, entregado a la muerte. Entonces, con el cáliz en las manos, ha dicho: “Esta es la Sangre de la Novedosa Alianza, que será vertida por vosotros y por varios, para remisión de los pecados” (Mt 26, 28). Assim, em um símbolo incruento da divisão do Sangue e do Corpo, pela consagração separada do pão e do vinho, Cristo ofereceu-se à morte diante de Deus e dos homens, y también instituiu uma representação sacramental daquilo que aconteceria no dia seguinte, às três de la tarde. Se ofreció a sí mismo como víctima para ser sacrificado, para que los hombres recordaran que “absolutamente nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Luego dio el Mandamiento divino a la Iglesia: “Haced esto en memoria mía”. Al día siguiente, que Jesús ahora había prefigurado, cumplió absolutamente su misión: fue crucificado entre dos ladrones y su sangre fue derramada por la redención del mundo. La Iglesia fundada por Cristo preservó no sólo las Palabras pronunciadas por Él, y/o las maravillas que Él logró; asimismo y más que nada lo tomó en serio cuando ha dicho: “Haced esto en memoria mía”. Y la acción por la que se actualiza su muerte en la Cruz es el Sacrificio de la Misa, memorial de lo que efectuó en la Última Cena como prefiguración de su Pasión. Por eso la Santa Misa es para nosotros el acto más esencial del culto católico. Un púlpito desde el que se repitan las expresiones de Nuestro Señor no nos unirá a Él; un coro cantando preciosas melodías no nos acercará a la Cruz. Los templos sin altar de sacrificio existían para los pueblos primitivos, pero no tienen ningún significado para los cristianos. En la Iglesia Católica, el Altar -no la predicación desde el púlpito, ni el canto del coro, ni el sonido del órgano- es el centro de la ceremonia, ya que allí se actualiza el memorial de la Pasión de Nuestro Señor. Su valor no depende de quien celebre o mire; es dependiente de Él, que es el Sumo Sacerdote y Víctima, Jesucristo. A Él estamos unidos, pese a nuestra insignificancia. En cierto sentido, por un instante, perdemos nuestra individualidad; nuestro intelecto y nuestra voluntad, nuestro corazón y nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestra sangre, están tan íntimamente unidos a Cristo que el Padre celestial no mira primordialmente nuestras imperfecciones, sino ve en nosotros a su Hijo amado, en quien está bien complacido. La Misa es, por todas y cada una estas causas, el mayor hecho de la historia humana; el único acto santo que protege al planeta pecador de la furia de Dios, porque mantiene la Cruz entre el Cielo y la Tierra, renovando aquel momento definitivo en que nuestro triste y trágico sendero humano tomó de repente el curso de la plenitud de una vida sobrenatural. Lo importante aquí es que tengamos la actitud mental correcta hacia la Misa, y que debemos recordar el hecho de máxima importancia de que el Sacrificio de la Cruz no es algo que sucedió hace dos mil años, sino sigue pasando hoy, en este momento. . No es como un hecho histórico, un evento del pasado, como la firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, por servirnos de un ejemplo. El Sacrificio de Cristo es un drama continuo, al final del cual aún no ha caído el telón. No tenemos la posibilidad de opinar que la Pasión haya ocurrido hace un buen tiempo y que, por tanto, por el momento no nos concierna, como tampoco nada del pasado. El suplicio pertenece a todos los tiempos y todos los lugares. De ahí que, en el momento en que Nuestro Señor subió al Martirio, fue oportunamente despojado de sus vestiduras. Quería socorrer a la humanidad sin las trampas de un planeta pasajero. Sus vestiduras pertenecían a la temporada, pues lo identificaban como habitante de Galilea. De esta forma, desposeído de todas y cada una de las cosas terrenas, ya no pertenecía a Galilea, ni a una provincia romana, sino a todo el mundo. Se convirtió en el pobre universal, correspondiente no a un solo pueblo sino más bien a toda la raza humana. Para expresar mejor la universalidad de la Redención, la Cruz fue erigida en un punto central entre las tres enormes culturas: Jerusalén, Roma y Atenas, en cuyo nombre fue crucificado. La Cruz fue, en consecuencia, puesta ante los ojos de los hombres para apresar a los perezosos, apresar a los necios y despertar a los mundanos. Era el único hecho ineludible que las etnias y civilizaciones de su temporada no podían resistir. También es el único hecho inevitable de nuestros días que no tenemos la posibilidad de resistir. Los individuos presentes al lado de la Cruz eran símbolos de todos los que colgaron y prosiguen crucificando a Cristo. Estuvimos allí, en la persona de nuestros representantes. Lo que nosotros infligimos ahora al Cristo Místico, ellos lo infligieron por nosotros al Cristo histórico. Si envidiamos el bien, ahí estábamos, en los hipócritas redactes y fariseos. Si disponemos temor de perder algún bien temporal al abrazar la Verdad y el Amor divinos, estuvimos allí en Pilato. Si confiamos en las fuerzas materiales y buscamos las victorias a través del mundo y no del espíritu, ahí estuvimos en Herodes. De este modo sigue la historia para todos los pecados típicos del mundo. Todos nos ciegan al hecho de que Él es Dios. Había, por consiguiente, una seguridad irrefutable sobre la crucifixión. Los hombres que eran libres para pecar también eran libres para crucificar a Dios. Mientras haya errores en el planeta, la crucifixión es una realidad. Como dijo el poeta:

“Vi pasar al Hijo del Hombre, Coronado con una corona de espinas. ‘No había terminado, señor’, dije, ‘¿Y todo el sufrimiento ahora soportado?’ Volvió su mirada aterradora hacia mí: ‘¿Todavía no entiendes? Cada alma es un suplicio y cada pecado es un árbol”.

Estuvimos allí durante esa crucifixión. El drama ya se encontraba terminado en lo que se refería a Cristo, pero aún no se había revelado a todos los hombres y mujeres de todos los sitios y tiempos. Si un rollo de película, por poner un ejemplo, fuera siendo consciente de sí mismo, conocería el drama de principio a fin, pero los cinéfilos no lo sabrían hasta el momento en que hayan visto cómo se lleva a cabo la trama en la pantalla. Del mismo modo, Nuestro Señor en la Cruz vio, con su Mente eterna, el drama terminado, la narración de cada alma individual y de qué manera reaccionaría después a su crucifixión. Pero más allá de que Él nos vio a todos, no podíamos saber de qué manera reaccionaríamos frente a la Cruz hasta el momento en que la historia de nuestra vida se desarrolló en la pantalla del tiempo. Es posible que no estemos siendo conscientes de nuestra presencia activa en el Suplicio ese día, pero Él, el Señor, se encontraba consciente de nuestra presencia. Hoy sabemos el papel que jugamos en el drama del Martirio, aunque ahora vivimos y actuamos en el drama del siglo XXI. Por eso el Calvario es siempre actual; por el hecho de que la Cruz es la crisis, por qué razón, en cierto sentido, las cicatrices de los clavos quedan abiertas; por el hecho de que el mal de Cristo queda divinizado y su Sangre sigue derramándose sobre las almas como estrellas fugaces. No hay forma de escapar de la Cruz, ni negándola, como hicieron los fariseos, ni vendiendo a Jesús, como hizo Judas, y bastante menos matándolo, crucificándolo como hicieron los verdugos. Todos hemos encontrado que o sea de este modo, ya sea que abracemos la Cruz como nuestra salvación o escapemos de ella hasta el punto de la desgracia. Pero, ¿de qué forma se nos hace visible la Cruz? ¿Dónde hallar el Martirio perpetuado? Encontraremos el Calvario nuevo, revivido, re-presentado en la Misa. El Martirio es uno con la Misa, y la Misa es uno con el Suplicio, por el hecho de que en ambos hay el mismo Sacerdote y la misma Víctima. Las Siete Últimas Expresiones son como las siete partes de la Misa. E, assim como há sete notas musicais que admitem uma variedade infinita de harmonias y también combinações, também na Cruz há como que sete notas divinas que a morte de Cristo vem tocando ao longo 2 séculos, e que se combinam para formar a bela harmonia da redenção del mundo. Cada palabra es parte de la Misa. La primera palabra, “Perdónalos”, es el Confiteor (‘Me confieso ante Dios…’); la segunda palabra, “Hoy vas a estar conmigo en el Paraíso”, es el Ofertorio; la tercera palabra, “He aquí tu Madre”, es la Santa; la cuarta palabra, “¿Por qué me has desprotegido?”, es la Consagración; la quinta palabra, “Tengo sed”, es Comunión; la sexta palabra, “Todo terminó”, es el Ite, Missa Est (o Rito de Despedida); y la séptima palabra, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” es el Evangelio final. Imaginemos, ya que, a Cristo, Sumo Sacerdote, saliendo de la Sacristía del Cielo hacia el Altar del Martirio. Ya ha tomado nuestra naturaleza humana, tomó el mantón de nuestro sufrimiento, la estola del sacerdocio, la casulla de la Cruz. el Martirio es su Catedral; la roca del Martirio es la piedra del Altar; el sol poniente es la lámpara del santuario; María y Juan son las imágenes vivas de los altares laterales; la Hostia es el Cuerpo de Jesús; el Vino es su Sangre. Él, parado, es el Sacerdote; postrada, es la Víctima. Su misa está por comenzar.

Por Fulton John Sheen, Arzobispo, Venerable.

Esperamos que le gustara nuestro articulo Ver la relación entre el Calvario y la Misa
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
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