Ven, Señor Jesús: El Clamor de Adviento

El Año Litúrgico que la Iglesia ofrece a sus fieles, como forma pedagógica de vivir los misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo en la espiritualidad litúrgica, se inicia con el Tiempo de Adviento, que comienza 4 domingos antes del 25 de diciembre, solemnidad de Navidad.

Y así como la Cuaresma es un tiempo de preparación espiritual para la Pascua, el Adviento lo es para la Navidad.

Estas son ámbas fiestas más esenciales del cristianismo: la que conmemora la Encarnación del Verbo Divino y la que memora la Resurrección del Dios vivo y verdadero.

De ahí que se ofrece una preparación tan intensa, a fin de que los leales no experimenten estos 2 momentos tal y como si fueran algo común, al revés, son fuentes de salvación para nuestra vida.

El planeta globalizado, consumista y tecnológico en el que vivimos ha destruido en varios creyentes el espíritu de preparación a las realidades espirituales de estas fiestas: Papá Noel ha ocupado el lugar del Niño Jesús y el Conejo de Pascua ha ocupado el lugar de Jesús Resucitado.

En vez de colas para el confesionario que se extienden por las cuadras, tiendas, plazas y centros comerciales generalmente, trabajar horas extras, incluso todos los domingos, para que todos tengan tiempo de realizar sus compras.

La multitud se endeuda, no siempre se agradece a los que reciben regalos, la salud del cuerpo se estropea y el alma se olvida.

Si en un comienzo el cristianismo transformó muchas fiestas paganas, hoy es el paganismo el que convierte (o pervierte) las fiestas cristianas.

Tal vez sea hora de volver a cristianizar tales festivales, para instruir al pueblo católico ciertos principios básicos del Evangelio.

No todo está perdido, por el hecho de que cuando llega la época navideña, son muchas las acciones solidarias.

Familias necesitadas son favorecidas con mucho más canastas básicas variadas, los niños de estas familias son apadrinados por personas que les adquieren ropa, zapatos y juguetes.

Incluso entre familias que no tienen (o no tanto) necesidad, la multitud frecuenta reunirse, canjear regalos, promover la reconciliación.

Pero aquí también existe el riesgo de que la multitud busque estas “buenas prácticas” no por amor a Dios en el prójimo, sino para empezar el nuevo año sin “energías negativas”.

El siglo XXI propuso poco a poco más espiritualidades desconectadas de la religión.

Para quienes ofrecen esto, la religión no es necesaria mientras la persona busque llevar a cabo el bien a los demás, a los animales, al mundo.

Y una vez más Dios es dejado de lado.

Por eso lo reafirmo, es necesario volver al Evangelio.

El Evangelio que abre el Adviento, así sea en el año A (Mt 24,37-44), en el año B (Mc 13,33-37) o en el año C (Lc 21,25-28,34-36), nos recuerda algo primordial: todo lo que vivimos en este mundo algún día pasará, así sea en la historia individual de cada individuo, o en la crónica de la humanidad.

Un día todos moriremos y daremos cuenta ante el Altísimo, un día el planeta físico asimismo acabará y el Señor retornará en gloria, porque “lo que aguardamos, según su promesa, son cielos nuevos y una tierra novedosa, en el cual habitará la justicia” (2 Pt 3,13).

Y el interrogante que nos hace la iniciativa central y común de estas tres versiones del evangelio es la próxima: ¿nos encontramos preparados para nuestra muerte o para la venida del Señor en su gloria?

En el momento en que llegue el novio, ¿vamos a ser como las vírgenes previsoras o las vírgenes imprevisibles (cf.

Mt 25,1-13)? ¿Nos recompensará el Señor por haber usado bien los talentos que nos ha dado, o nos reprenderá severamente por nuestra pereza (cf.

Mt 25, 14-30)? ¿Seremos colocados a la derecha con las ovejas, por haber amado a Dios en los otros, o vamos a ser colocados a la izquierda con las cabras, por haber ignorado a Dios en los otros (cf.

Mt 25,31-46) )? Esta es una pregunta a la que debemos estar siempre dispuestos para responder, por el hecho de que no sabemos ni el día ni la hora en que van a suceder estas cosas (cf.

Mt 24,44).

La gente organizan todo para final de año con mucha anticipación: eligen el sitio a dónde irán, dónde se hospedarán, qué medio de transporte va a ser, en la actualidad hay hasta un hotel para dejar a la mascota a lo largo del viaje.

Por no charlar de aquellos que no fueron suficientemente catequizados para comprender que las supercherías son pecados contra Dios (cf.

Catecismo de la Iglesia Católica, No.

2111): saltar las olas del mar, vestirse de determinado color, comer cierto género de comida y eludir otro tipo, etc.

Las externalidades llenan la mente de las personas de tal forma que no tienen tiempo para meditar en Dios y en su salvación.

En este sentido, ciertas recomendaciones son fundamentales: primero, no deje de buscar un sacerdote y realice una confesión muy detallada; en segundo lugar, sería bien interesante llevar a cabo la novena de Navidad (además de hacerla en conjunto, la hacen solos, comenzando el día 15 y terminando el 23, por ejemplo); tercero, absolutamente no dejar de proceder a misa el día previo, el 24 y el 25 asimismo; cuarto, busca la reconciliación con un familiar con el que estás en conflicto, no para “quitarte un peso de encima” ni nada por el estilo, sino como un ejercicio espiritual de perdón.

Se podrían dar muchas otras sugerencias, lo importante es tomar en consideración que el Señor viene, no entendemos cuándo, y tenemos que estar preparados para eso.

Y, más que nada, verlo no como terrorismo espiritual, sino como promesa de volver a los brazos de amabilidad del Padre.

* Artículo de Rafael Ferreira de Melo Brito da Silva