RELIGION CRISTIANA

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo –

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo –

Solemnidad del Muy santo Cuerpo y Sangre de Cristo – Homilía del Papa Francisco

Sobre la solemnidad de Corpus Domini, el tema de la memoria resurge varias ocasiones. Moisés ha dicho al pueblo:rememorar todo el sendero que el Señor tu Dios te ha hecho caminar. . . . cuidate en no olvidar el Señor, (…) que les sustentó con maná en este desierto» (cf. fecha 8, 2.12.16). Por su parte, Jesús nos dirá: “Haced esto en la memoria de mí” (1 color 11, 24). Y San Pablo dirá a su acólito Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo” (2 ocasiones 2, 8). “El pan vivo, que descendió del cielo” (Jo 6, 51), es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de forma real y tangible, la historia amorosa de Dios por nosotros.

rememorar: afirma, hoy, la Palabra divina a cada uno de nosotros. Del recuerdo de las hazañas del Señor se robusteció el camino del pueblo en el desierto; es en el recuerdo de lo que el Señor ha realizado por nosotros que se fundamenta nuestra historia personal de salvación. El recuerdo es esencial para la fe, como el agua para una planta: tal como una planta no puede mantenerse viva y ofrecer fruto sin agua, de este modo asimismo lo es la fe si no bebe en memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros. “Acordaos de Jesucristo”.

recordar. La memoria es importante porque nos deja mantenerse enamorados, nos permite rememorar, o sea, llevar en el corazón, no olvidar a quien nos quiere ahora quien estamos llamados a querer. Pero esta capacitad inusual, que el Señor nos dió, está en este momento bastante desgastada. En el frenesí en el que nos encontramos inmersos, muchas personas y muchos acontecimientos parecen pasar sin percatarnos. Pasamos de manera rápida la página, ávidos de noticias, pero pobres de recuerdos. De esta forma, humeando los recuerdos y viviendo atado al instante presente, se corre el peligro de quedarse en la área, observando el fluir de las cosas que suceden sin descender a la profundidad, sin ese espesor que nos recuerda quiénes somos y A donde vas. Entonces la vida exterior queda fragmentada y la vida interior inerte.

No obstante, la solemnidad de hoy nos ten en cuenta que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro en el vestido de la fragilidad cariñosa, que es la Eucaristía. En el Pan de Vida, el Señor viene a visitarnos, convirtiéndose en humilde alimento que sana con amor nuestra memoria enferma de frenesí. por el hecho de que la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. En él, “se memora su pasión” (Solemnidad de SS. Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona del Magníficat en las II Vísperas), el cariño de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo de nuestro sendero. Por eso nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría y conceptualista, sino más bien la memoria viva y consoladora del amor de Dios. Memoria anamnésica y mimética. En la Eucaristía contamos todo el gusto de las expresiones y los movimientos de Jesús, el sabor de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Al recibirlo, se imprime en nuestro corazón la seguridad de ser amados por Él. Y, al decir esto, pienso de manera particular en vosotros, niños y niñas que terminan de llevar a cabo la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número.

De esta manera, la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecido, porque nos reconocemos hijos amados y alimentados por el Padre; un recuerdo gratis, pues el cariño de Jesús, su perdón, cura las lesiones del pasado y calma la memoria de las injusticias sufridas y también infligidas; un recuerdo tolerante, por el hecho de que entendemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros en la adversidad. La Eucaristía nos anima: aun en el camino más áspero, no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y, siempre y en todo momento que vamos a Él, nos mantiene con amor.

La Eucaristía asimismo nos ten en cuenta que no somos individuos, sino un cuerpo. Así como la multitud en el desierto recogió el maná que había caído del cielo y lo compartió con sus familias (cf. Ex 16), de esta manera también Jesús, Pan del cielo, nos llama a recibirlo: a recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento “para mí”, es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo, el santo pueblo fiel de Dios. San Pablo nos lo recordaba: “Ya que el pan es uno, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos de ese único pan” (1 color 10, 17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien lo recibe no puede dejar de ser artífice de la unidad, por el hecho de que nace en él, en su “ADN espiritual”, la construcción de la unidad. que este pan de unidad cúranos de la ambición de predominar sobre los demás, de la avaricia de atesorar para nosotros mismos, de fomentar la discordia y cultivar la crítica; que despierte el gozo de quererse sin rivalidades, ni envidias, ni murmullos malditos.

Y en este momento, viviendo la Eucaristía, adoremos y demos merced al Señor por este don supremo: la memoria viva de su amor, que nos hace un solo cuerpo y nos conduce a la unidad.

18 de junio de 2017

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