OFICINA CENTRAL, 08 ago. 21 / 07:00 am (ACI).- Cuenta San Luis María Grignion de Montfort, en su libro ‘El Admirable Secreto del Santísimo Rosario’, que en una ocasión, Santo Domingo de Gusmao estaba predicando y trajeron a él, un hereje albigense poseído por diablos, a quienes exorcizó en presencia de una enorme multitud.
El santo logró múltiples preguntas a los malvados y, por obligación, le afirmaron que en el cuerpo de aquel hombre había 15.000, pues había atacado los quince secretos del Rosario (los secretos luminosos, que los aumentan a 20, fueron introducidos en 2012 por San Juan Pablo II).
A lo largo del exorcismo, los demonios le afirmaron al santurrón que con el rosario que predicaba, traía terror y desconcierto a todo el infierno y que era el hombre que más detestaban en el mundo por las almas que les quitaba con esta devoción.
Santurrón Domingo arrojó su rosario al cuello del hombre y preguntó a cuál de los santurrones en el cielo temían más y cuál debería ser el más amado y honrado por los hombres. Los contrincantes, ante estas cuestiones, brindaron gritos tan espantosos que varios de los presentes cayeron al suelo de temor.
Los malvados, para no contestar, lloraron, se lamentaron y pidieron a Santo Domingo por boca del hombre que tuviera clemencia de ellos. El beato, sin enojarse, dijo que no dejaría de atormentarlos hasta que respondieran lo que les había preguntado. Conque afirmaron que lo afirmarían, pero en secreto, al oído y no delante de todos. El santurrón, por contra, les ordenó hablar en voz alta, pero los diablos no deseaban decir una palabra.
Entonces, el Padre Domingos, de rodillas, dijo la próxima oración: “Oh excelentísima Virgen María, en razón de tu salterio y rosario, manda a estos contrincantes del género humano que respondan a el interrogante”.
Entonces, una llama candente salió de los oídos, la nariz y la boca del hombre poseído. Los demonios rogaron a Santurrón Domingo que les dejara salir de este cuerpo, por la pasión de Jesucristo y por los misterios de su Santa Madre y de todos y cada uno de los santos, sin decir nada, pues los ángeles se lo revelarían en el momento en que quisieran.
Más tarde, el beato se arrodilló nuevamente y elevó otra oración: “Oh dignísima Madre de la Sabiduría, sobre cuyo saludo, cómo rezar, ahora está instruido este pueblo, te pido por la salud de los leales aquí presentes, que fuerces a estos contrincantes de ustedes para confesar abiertamente aquí la verdad plena y sincera.”
Solamente acabó de vocalizar estas expresiones, el santo vio una multitud de ángeles ahora la Virgen María que golpeaba al demonio con una vara de oro, mientras que le decía: “Responde a la pregunta de mi siervo Domingos”. Hay que tener en consideración que el pueblo no vio ni oyó a la Virgen, solo a Beato Domingo.
Los demonios comenzaron a chillar, “¡Oh! nuestro enemigo! ¡Oh! nuestra ruina y confusión! ¿Por qué viniste del cielo para atormentarnos tan cruelmente? ¿Es necesario que para ti, oh abogado de los pecadores, a quien liberas del infierno; oh camino seguro al cielo, ¿nos observaremos obligados, a nuestro pesar, a confesar ante todos cuál es la causa de nuestra degradación y ruina? ¡Uy de nosotros! ¡Malditos sean nuestros príncipes de las tinieblas!”
“¡Escuchad, ya que, cristianos! Esta Madre de Dios es omnipotente y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa la oscuridad de nuestras astutas maquinaciones. Revela nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas y cada una nuestras tentaciones. Nos encontramos obligados a confesar que absolutamente nadie que persiste en su servicio está culpado con nosotros”.
“Un solo suspiro que ella muestra a la Santísima Trinidad vale más que todas y cada una de las frases, anhelos y deseos de todos y cada uno de los beatos. La tememos mucho más que todos los bienaventurados juntos, y nada tenemos la posibilidad de llevar a cabo contra sus leales seguidores”.
De la misma forma, los malvados confesaron que varios cristianos que la invocan en la desaparición y que habrían de ser condenados, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión: “¡Ah, si esta pequeña María –como la llamaban en su furor– – si no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, hace bastante tiempo que habríamos derruido y destruido a la Iglesia, y llevado a su jerarquía al fallo y la infidelidad!”
Entonces añadieron que “absolutamente nadie que persevere en el rezo del Rosario va a ser condenado. Porque obtiene para sus leales devotos la verdadera contrición de los pecados, a fin de que los confiesen y alcancen su perdón”.
Fue entonces en el momento en que Beato Domingo hizo rezar a todo el pueblo el rosario muy despacio y con devoción y, con cada Avemaría que rezaban, del cuerpo del poseído salía una enorme multitud de demonios en forma de brasas.
En el momento en que todos los enemigos se fueron y el hereje quedó libre, la Virgen María, invisiblemente, dio su bendición a todo el pueblo, que experimentó una gran alegría. “Este milagro fue la causa de la conversión de un elevado número de herejes, que, por cierto, se inscribieron en la Cofradía del Santurrón Rosario”, concluyó san Luis María Grignion de Montfort.