San José Obrero

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“Oímos en el Evangelio que “José hizo como el ángel del Señor le mandó y tomó a su mujer” (Mt 1,24). Con estas expresiones llega a su fin la misión que Dios confía a José: ser costo, guardián. ¿De quién es el guardián? María y Jesús, pero es una tutela que luego se prolonga a la Iglesia, como resaltó el Beato Juan Pablo II: “San José, tal como cuidó con amor a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, de esta forma también él almacena y protege su Cuerpo Místico, la Iglesia, de la cual la Muy santa Virgen es figura y modelo» (Apoc. Redemptoris Custos, 1) ¿De qué manera efectúa José esta almacena? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia incesante y una fidelidad total, aun cuando no puedas entender. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús, a los doce años, en el Templo de Jerusalén, acompañó cada momento con cuidado y amor. Permanece a la vera de María, su esposa, tanto en los momentos serenos como en los instantes difíciles de la vida, en el viaje a Belén para el censo y en las horas ansiosas y contentos del parto; en el momento dramático de la escapada a Egipto y en la angustiosa búsqueda de su hijo en el templo; y luego en la vida cotidiana de la casa de Nazaret, en la carpintería donde enseñó el trabajo a Jesús ¿De qué manera vive José su vocación de custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? En incesante atención a Dios, abiertos a sus signos, libres más para su emprendimiento que para el tu. Y o sea precisamente lo que Dios le solicita a David, como escuchamos en la Primera Lectura: Dios no desea una vivienda construida por el hombre, sino fidelidad a su Palabra, a su emprendimiento; y es Dios mismo quien edifica la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es un “guardián”, por el hecho de que sabe percibir a Dios, se deja guiar por su voluntad y, por esta razón, se expone aún mucho más sensible con las personas que le son confiadas, sabe cómo leer los hechos con realismo, está atento a eso que te rodea y toma las decisiones mucho más sensatas. En ella, queridos amigos, observamos de qué forma se responde a la vocación de Dios: con disponibilidad y disponibilidad; pero asimismo vemos cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. ¡Custodiemos a Cristo en nuestra vida, para custodiar a los demás, para custodiar la creación!… Sin embargo, la vocación de custodio no nos concierne solo a nosotros cristianos, sino que tiene una dimensión antecedente, que es sencillamente humana y concierne a todos: es custodiar la integridad de creación, la belleza de la creación, como dice el libro del Génesis y como nos lo mostró San Francisco de Agarráis: es tener respeto por cada criatura de Dios y por el medio ambiente en el que vivimos. Significa resguardar a la gente, cuidar con amor a todas y cada una de ellas, singularmente a los niños, a los ancianos, a los mucho más frágiles ya menudo en la periferia de nuestro corazón. Significa cuidarse unos a otros en la familia: los cónyuges se cuidan, entonces, como padres, cuidan de los hijos y, con el pasar de los años, los propios hijos se transforman en tutores de los progenitores. Es vivir sinceramente las amistades, que son un mutuo cuidado en la intimidad, el respeto y el bien. Principalmente, todo está encomendado al precaución humano, y es una responsabilidad que nos concierne a todos. ¡Sed custodios de los dones de Dios!, y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, en el momento en que no cuidamos de la creación y de nuestros hermanos, entonces se produce la destrucción y el corazón se seca. Desafortunadamente, en cada temporada de la historia, hay “Herodes” que urden proyectos de muerte, destruyen y distorsionan el rostro de hombres y mujeres. Todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos “guardianes” de la creación, del plan de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del resto, del medioambiente; ¡No dejemos que signos de destrucción y muerte prosigan el sendero de este planeta nuestro! Pero para “almacenar”, también debemos cuidarnos. Tengamos en cuenta que el odio, la envidia, el orgullo manchan la vida; así que almacenar significa velar por nuestros sentimientos, por nuestro corazón, pues de él van las buenas y las malas pretenciones: las que edifican y las que destruyen. No debemos tener temor a la amabilidad, no a la inocencia, por cierto, permítanme añadir una observación más: proteger, proteger necesita amabilidad, necesita ser practicado con inocencia. En los Evangelios, San José hace aparición como un hombre fuerte, valeroso, trabajador, pero en su corazón aflora una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, a la inversa, denota fortaleza de espíritu y capacidad de cuidado. , compasión, verdadera apertura al otro, de amor. ¡No debemos tener miedo de la amabilidad, de la inocencia!” (Papa Francisco el 19/03/13)

Prefacio: “De verdad, es justo y preciso, es nuestro deber y nuestra salvación, siempre y en todo lugar ofrecerte gracias, Señor, Padre Beato, Dios Todopoderoso, y en la fiesta de San José, siervo fiel y sabio, celebra tus alabanzas. Siendo él un hombre justo, los diste por marido a la Virgen María, madre de Dios, y lo hiciste cabeza de tu familia, para que guardase como padre a tu único Hijo, concebido por el Espíritu Santo, Jesucristo, nuestro Señor. Unidos con la multitud de ángeles y beatos, proclamamos tu amabilidad cantando (diciendo) a solo una voz…”

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Cosas interesantes de saber el significado : Dios