La Iglesia católica celebra este domingo 27 de septiembre la 106ª Día Mundial del Migrante y del Refugiado.
El tema para este año 2020: “Obligados, como Jesucristo, a escapar.
Acoger, proteger, fomentar e integrar a los apartados internos” trae en el mensaje del Papa Francisco una reflexión inspirada en la experiencia de Jesús en el momento en que dejó su patria siendo niño.
“Los enfrentamientos y las emergencias humanitarias, exacerbados por los trastornos climáticos, incrementan el número de personas alejadas e impactan en las personas que ya viven en la pobreza extrema.
Varios de los países damnificados por estas situaciones carecen de estructuras adecuadas para atender las pretensiones de los alejados”.
Asesor diocesano de la Pastoral do Migrante y párroco de la Igreja Matriz de Santo André, fr.
Jean Dickson Saint Claire nos muestra una breve reflexión.
Este año la Iglesia nos hace a fin de que meditemos sobre la realidad de nuestros hermanos inmigrantes.
Con la mirada puesta en Nuestro Señor Jesucristo, Él mismo que debió escapar con Sus progenitores, la Sagrada Familia, María y José, para evitar la desaparición, a causa de la persecución de Herodes.
¿Cuántos inmigrantes, cuántos asilados, que se ven forzados como Jesús a escapar de sus tierras por la guerra, la persecución política, el hambre, la injusticia popular, para no fallecer? Por consiguiente, si Nuestro Señor Jesucristo tuvo esta experiencia de la migración, nosotros, sus seguidores, en la alegría del Evangelio, debemos acoger a los inmigrantes, resguardarlos, promoverlos y proteger la vida de los inmigrantes.
Nos encontramos obligados a abrir nuestro corazón y las puertas de nuestras casas, e inclusive la puerta de nuestro corazón, para que los inmigrantes se sientan como en casa, aquí en nuestro Brasil, en nuestra localidad y en nuestra diócesis.
Por eso existe la Pastoral do Migrante, que tiene la misión de acoger, acompañar, promover y proteger a los inmigrantes que vienen de muy lejos y que muchas veces se ven forzados a escapar para no fallecer de apetito, por una tormenta, una catástrofe. , huyendo por los terremotos, la crueldad popular, huyendo por la persecución política.
Debemos acogerlos, promoverlos y amarlos, más que nada, a fin de que seamos verdaderamente testigos del amor que brota del corazón de Jesús. Él mismo hizo la experiencia de la migración, al lado de sus progenitores.
¡Reflexionemos y oremos a fin de que los inmigrantes sean tratados como hermanos y hermanas en Jesucristo!