Papa: Sin el Espíritu, la Iglesia es una organización, el
“Siempre y en todo momento existe la tentación de crear «nidos»: reunir en torno al propio grupo, las propias opciones, igual con igual, alérgicos a toda polución. Del nido a la secta, el paso es corto: ¡cuántas ocasiones uno define su identidad frente a alguien o en frente de algo! Al revés, el Espíritu Santurrón reúne a los que están lejos, une a los que están lejos, hace regresar a los que están desperdigados”.
ciudad del Vaticano
En la Solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco presidió la Celebración Eucarística en la Plaza de San Pedro, en presencia de una cantidad enorme de peregrinos. Lea su homilía completa:
“Pentecostés llegó, para los discípulos, después de cincuenta días dudosos. Por un lado, Jesús había resucitado: llenos de alegría, lo habían visto, escuchado e inclusive comido con él. Por otra parte, aún no han superado sus dudas y miedos: sus puertas estaban cerradas (cf. Jo 20, 19.26), con perspectivas reducidas, inútiles de anunciar al Viviente. Entonces llega el Espíritu Beato y desaparecen las intranquilidades: ahora los Apóstoles no tienen miedo no delante de quienes los detienen; antes, preocupados por salvar la vida, por el momento no tienen miedo de fallecer; antes, encerrados en el Cenáculo, ahora llevan el pregón a todas las naciones.
Hasta la Ascensión de Jesús, aguardaban para ellos un Reino de Dios (cf. En 1, 6), ahora están ansiosos por lograr fronteras desconocidas. Antes casi jamás hablaban en público y muchas veces cuando lo hacían creaban inconvenientes como Pedro que negó a Jesús; ahora charla con denuedo a todos. Para resumir, la crónica de los discípulos, que parecía haber llegado a su fin, se renueva con la juventud del espíritu: aquellos jóvenes, que en el final se sintieron dominados por la incertidumbre, fueron transformados por una alegría que los logró renacer.
Fue el Espíritu Santo quien lo logró. El espíritu no es, como pudiera parecer, una cosa abstracta; es la Persona más específica, más próxima, la que cambia nuestra vida. ¿Y de qué forma lo haces? Miremos a los Apóstoles. El Espíritu no les facilitó las cosas, no logró milagros espectaculares, no suprimió inconvenientes ni adversarios. Pero el Espíritu trajo a la vida de los discípulos una armonía que faltaba: la suya, porque es armonía.
Armonía dentro del hombre. Era dentro, en el corazón, donde los discípulos necesitaban ser cambiados. Su historia nos comunica que la sola visión del Resucitado no basta; es requisito acogerlo en el corazón. De nada sirve entender que el Resucitado está vivo, si no se vive como los resucitados. Y es el Espíritu que hace que Jesús viva y resucite en nosotros, que nos resucita por la parte interior. Por eso Jesús, al encontrarse con los suyos, reitera: “La paz sea con nosotros” (Jo 20, 19.21) y da el Espíritu. La paz no radica en arreglar los problemas desde fuera –Dios no quita de sus preocupaciones y persecuciones–, sino en recibir el Espíritu Beato.
Esta es la paz, la paz dada a los Apóstoles, la paz que no libera del problemas, pero, a nosotros inconvenientes, se proporciona a cada uno de nosotros. Es una paz que hace que el corazón sea como el mar profundo: permanece en calma incluso en el momento en que las olas están embravecidas en la área. Es una armonía tan profunda que incluso puede convertir la persecución en tal. Pero en cambio, ¡cuántas veces nos quedamos en la área!
En vez de ver al Espíritu, tratamos de flotar, pensando que todo estará bien si cierto inconveniente desaparece, si no vemos mucho más a esta persona, si esa situación optimización. Pero o sea quedarse en la área: una vez superado un problema, surgirá otro; y la ansiedad volverá. No es separándonos de los que piensan diferente a nosotros que vamos a estar relajados, no es resolviendo el inconveniente presente que estaremos en paz. El punto de inflexión es la paz de Jesús, es la armonía del Espíritu.
Con las prisas que nos impone nuestro tiempo, semeja que la armonía queda de lado: demandados por infinidad de cosas, corremos el peligro de reventar, impulsados por un continuo nerviosismo que nos hace reaccionar mal ante todo. Y se busca la solución rápida: una pastilla tras otra para proseguir adelante, una emoción tras otra para sentirnos vivos, cuando de todos modos lo que necesitamos por encima de todo es el Espíritu.
Es Él quien pone orden en este frenesí. Es paz en la ansiedad, confianza en el desánimo, alegría en la tristeza, juventud en la vejez, valor en la prueba. Es Él quien, en medio de las corrientes tormentosas de la vida, mantiene el ancla de la esperanza. Como nos comunica san Pablo hoy, es el Espíritu quien nos impide volver a caer en el miedo, haciéndonos sentir hijos amados (cf. habitación 8, 15). Es el Consolador, que nos transmite la inocencia de Dios. Sin el Espíritu, la vida cristiana se derrumba, privada del amor que une todo.
Sin el Espíritu, Jesús todavía es un personaje del pasado; con el Espíritu, es un individuo viva hoy. Sin el Espíritu, la Escritura es letra muerta; con el Espíritu, es la Palabra de vida. Un cristianismo sin el Espíritu es un moralismo sin alegría; con el Espíritu, es vida.
El Espíritu Santo genera armonía no solo adentropero también entre los hombres. Nos hace Iglesia, compone distintas partes en un solo edificio armónico. Bien lo explica san Pablo, quien, al hablar de la Iglesia, repite con frecuencia la palabra “diferente”: “muchas distintas carismas, muchas diferentesActividades, muchas diferentes ministerios” (cf. 1 color 12, 4-6). Somos distintas, en la pluralidad de características y dones. El Espíritu los distribuye creativamente, sin liquidar ni nivelar. Y, desde esta variedad, crea la unidad. De esta forma fué desde la creación, pues se destaca en transformar el caos en cosmos, en crear armonía. Es experto en hacer diversidades, riquezas; a cada uno lo suyo, diferente. Él es el creador de esta diversidad y, al tiempo, es quien armoniza, quien da armonía y da variedad. Solo Él puede llevar a cabo estas 2 cosas.
El día de hoy, en el mundo, las desarmonías se convirtieron en verdaderas divisiones: hay quien tiene demasiado y existe quien no tiene nada, existe quien trata de vivir cien años y quien no puede salir a la luz. En la era de las computadoras, uno sigue a distancia: más “popular”, pero menos popular. Requerimos el Espíritu de unidad, que nos regenera como Iglesia, como Pueblo de Dios y como humanidad entera. Siempre y en todo momento existe la tentación de crear “nidos”: reunir en torno al propio grupo, las propias preferencias, igual con igual, alérgicos a toda contaminación.
Y del nido a la secta, el paso es corto, incluso dentro de la Iglesia. ¡Cuántas veces se define la identidad en frente de alguien o en frente de algo! Al revés, el Espíritu Santo reúne a los que están lejos, une a los que están lejos, hace volver a los que están dispersos. Fusiona distintas matices en solo una armonía, por el hecho de que ve primero el bien, ve al hombre antes de sus fallos, a la gente antes de sus acciones. El Espíritu moldea la Iglesia, moldea el planeta como espacios de hijos y hermanos. Hijos y hermanos: sustantivos que preceden a cualquier adjetivo.
Está de moda emplear adjetivos, aun, por desgracia, para insultar. Tenemos la posibilidad de decir que habitamos una cultura del adjetivo que olvida el substantivo de las cosas; y asimismo en una cultura del insulto, que es la primera respuesta a una opinión que no comparto. Entonces nos ofrecemos cuenta de que hace daño a quien es insultado, pero asimismo a quien lo insulta. Pagando mal por mal, pasando de víctimas a verdugos, no se vive bien. Por contra, quien vive según el Espíritu trae paz donde hay discordia, armonía donde hay enfrentamiento. Los hombres espirituales devuelven el mal con el bien, argumentan a la insolencia con la mansedumbre, al mal con la amabilidad, a la confusión con el silencio, a la murmuración con la oración, al derrotismo con la sonrisa.
Para ser espiritual, para saborear la armonía del Espíritu, debes anteponer tu visión a la nuestra. Entonces las cosas cambian: con el Espíritu, la Iglesia es Pueblo Santurrón de Dios, la misión es contagio de alegría, no proselitismo, el resto son hermanos y hermanas amados por exactamente el mismo Padre. Pero sin el Espíritu, la Iglesia es una organización, la misión es propaganda, la comunión es un esfuerzo. Y tantas Iglesias efectúan acciones programáticas en este sentido de proyectos pastorales, de discusiones sobre todas y cada una de las cosas. Ese semeja ser el sendero para unirnos, pero este no es el sendero del Espíritu, es el sendero de la división. La Primera y Última Necesidad de la Iglesia es el Espíritu (cf. San Pablo VI, Catecismo en la Audiencia General del 29/XI/1972). Él “viene donde es amado, donde es invitado, donde es aguardado” (San Buenaventura, Sermón para el Cuarto Domingo después de Pascua).
Hermanos y hermanas, oremos a Él diariamente. ¡Espíritu Santo, armonía de Dios! Tú que transformas el temor en confianza y el cierre en don, ven a nosotros. Danos la alegría de la resurrección, la perenne juventud del corazón. ¡Espíritu Santo, nuestra armonía! Tú que nos haces un solo cuerpo, infunde tu paz en la Iglesia y en el mundo. Espíritu Beato, haznos artesanos de armonía, sembradores de bien, apóstoles de esperanza.
Esperamos que le gustara nuestro articulo Papa: Sin el Espíritu, la Iglesia es una organización, el
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
Cosas interesantes de saber el significado : Dios