OFICINA CENTRAL, 06 Mar. 21/06:47 am (ACI).- El Papa Francisco se desplazó esta tarde (hora local) a la tierra de Abraham, Ur de Caldea, donde se realizó un enorme acercamiento con los líderes religiosos de Irak. En la ocasión, el Santurrón Padre señaló que la libertad religiosa forma un derecho primordial y que la violencia es una traición a la tradición religiosa de todos y cada uno de los credos presentes en Irak.
Vea el alegato completo del Beato Padre a continuación:
“¡Estimados hermanos y hermanas!
Este bendito rincón nos hace pensar en los orígenes, los comienzos de la obra de Dios, el nacimiento de nuestras religiones. Aquí, donde vivió nuestro padre Abraham, contamos la impresión de volver a casa. Aquí escuchó el llamado de Dios, desde aquí partió en un viaje que cambiaría la historia. Somos el fruto de ese llamado y de ese camino. Dios le solicitó a Abraham que levantara los ojos al cielo y contara las estrellas (cf. Gn 15,5). En esas estrellas vio la promesa de sus descendientes, nos vio a nosotros. Y hoy nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, junto con hermanos y hermanas de otras religiones, honramos al padre Abraham haciendo como él: observamos al cielo y paseamos sobre la tierra.
1. Observamos al cielo. Cuando contemplamos el mismo cielo unos milenios después, aparecen exactamente las mismas estrellas. Iluminan las noches más oscuras, pues brillan juntas. El cielo nos ofrece de esta manera un mensaje de unidad: sobre nosotros, el Altísimo nos invita a no separarnos nunca del hermano que está a nuestro lado. El Más Allí de Dios nos manda alén de nosotros mismos, al otro, al hermano. Pero si deseamos salvaguardar la fraternidad, no tenemos la posibilidad de perder de vista el Cielo. Nosotros, los descendientes de Abraham y representantes de múltiples religiones, sentimos que nuestra función principal es esta: contribuir a nuestros hermanos y hermanas a elevar la mirada y la oración al Cielo. Y todos necesitamos esto, porque no somos suficientes para nosotros. El hombre no es omnipotente; solo no es capaz. Y si destierra a Dios, acaba adorando las cosas terrenales. Pero los bienes del mundo, que hacen que varios se olviden de Dios y de los demás, no son la razón de nuestro caminar en la tierra. Alzamos los ojos al Cielo para levantarnos de la bajeza de la vanidad; servimos a Dios, para salir de la esclavitud de nuestro ego, por el hecho de que Dios nos impulsa a amar. Esta es la auténtica religiosidad: adorar a Dios y querer al prójimo. En el planeta de el día de hoy, que muchas veces olvida al Altísimo o da una imagen distorsionada de Él, los creyentes están llamados a testimoniar su bondad, a manifestar su paternidad por medio de nuestra fraternidad.
De esta fuente de fe, de la tierra de nuestro padre Abraham, afirmamos que Dios es misericordioso y que la ofensa mucho más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano. La hostilidad, el extremismo y la crueldad no nacen de un espíritu espiritual: son traiciones a la religión. Y los fieles no podemos quedarnos callados en el momento en que el terrorismo abusa de la religión. Más bien, depende de nosotros desvanecer claramente los malentendidos. ¡No permitamos que la luz del Cielo sea ocultada por las nubes del odio! Sobre este país se han juntado las nubes oscuras del terrorismo, la guerra y la violencia. Como resultado, todas las comunidades étnicas y religiosas sufrieron; Quiero rememorar particularmente a la comunidad yazidi, que lamentó la muerte de muchos hombres y vio a cientos de mujeres, doncellas y niños secuestrados, vendidos como esclavos y sometidos a violencia física y conversiones forzadas. El día de hoy rezamos por todas las víctimas de tanto sufrimiento, por los que aún están desperdigados y secuestrados, a fin de que pronto regresen a sus hogares. Y rezamos a fin de que la libertad de conciencia y la libertad religiosa sean respetadas y reconocidas en todas y cada una partes: son derechos fundamentales, pues hacen al hombre libre para contemplar el Cielo para el que fué desarrollado.
El terrorismo, cuando invadió el norte de este amado país, destrozó brutalmente parte de su fantástico patrimonio religioso, introduciendo iglesias, monasterios y lugares de culto de diversas comunidades. Pero incluso en ese momento obscuro, las estrellas brillaron. Pienso en los jóvenes voluntarios musulmanes de Mosul, que ayudaron a reconstruir iglesias y monasterios, construyendo amistades fraternales sobre las ruinas del odio, y pienso en los cristianos y musulmanes que ahora restauran en conjunto mezquitas e iglesias. El profesor Ali Thajeel también mentó el regreso de los peregrinos a esta ciudad. Es importante peregrinar hacia los lugares sagrados: es el signo mucho más hermoso del anhelo del Cielo en la tierra. Por consiguiente, querer y conservar los sitios sagrados es una necesidad existencial en memoria de nuestro padre Abrahán, que en múltiples lugares levantó altares al Señor al cielo (cf. Gn 12, 7.8; 13, 18; 22, 9). Que el enorme patriarca nos ayude a convertirnos en oasis de paz y encuentro para todos los lugares sagrados de cada uno de ellos. Por su lealtad a Dios, se convirtió en bendición para todos los pueblos (cf. Gn 12, 3); Que nuestra estancia el día de hoy aquí, siguiendo tus pasos, sea un signo de bendición y promesa para Irak, Oriente Medio y el mundo entero. El cielo no se cansa de la tierra: ¡Dios ama a cada pueblo, a todas sus hijas ya cada uno de sus hijos! No nos cansemos jamás de mirar al cielo, de ver estas estrellas, las mismas que una vez vio nuestro padre Abraham.
2. Caminamos sobre la tierra. Su mirada alzada al cielo no se desvió, sino animó a Abraham a caminar por la tierra, a emprender un camino que, a través de su descendencia, tocaría todos los siglos y latitudes. Pero todo partió de aquí, del Señor que “le dijo que se fuera de Ur” (Gn 15,7). En consecuencia, el suyo fue un viaje de ida, que implicó sacrificios: debió dejar tierra, hogar y parientes. Pero, renunciando a su familia, se convirtió en padre de una familia de pueblos. A nosotros también nos pasa algo similar: en el camino, estamos llamados a dejar esos nudos y ataduras que, al cerrarnos en nuestro conjunto, nos impiden acoger el cariño sin limites de Dios y ver a los demás como hermanos y hermanas. ¡Es cierto! Requerimos salir de nosotros, porque nos necesitamos unos a otros. La pandemia nos hizo comprender que “nadie se salva solo” (FRANCISCO, Encíclica Fratelli tutti, 54); pero la tentación de distanciarnos del resto siempre vuelve. Sin embargo, “el principio “el que puede salvarse a sí mismo” se traducirá velozmente en el lema “todos contra todos”, y eso va a ser peor que una pandemia» (Ibíd., 36). En las tormentas que estamos atravesando, no nos salvará el aislamiento, no nos salvará la carrera armamentista y la construcción de muros, lo que, de paso, nos va a hacer cada vez más distantes y enojados. No nos salvará la idolatría del dinero, que nos encierra en nosotros y hace abismos de desigualdad en los que se hunde la raza humana. El consumismo, que anestesia la mente y paraliza el corazón, no nos salvará.
El sendero que el Cielo nos apunta es otro: es el sendero de la paz. Y esto requiere, especialmente en la tormenta, que rememos juntos en la misma dirección. Es impropio que, mientras que a todos nos prueba la crisis de la pandemia, y especialmente aquí donde los conflictos han provocado tanta pobreza, alguno piense con avaricia en sus negocios. No va a haber paz sin participación y aceptación, sin justicia que asegure la igualdad y la promoción de todos, comenzando por los más débiles. No habrá paz sin que los pueblos se aproximen a otros pueblos. No va a haber paz mientras mires a los demás como “ellos” y no como “nosotros”. No va a haber paz mientras las coaliciones sean contra alguien, por el hecho de que las alianzas entre sí solo incrementan las divisiones. La paz no exige vencedores ni perdedores, sino hermanos y hermanas que, pese a los malentendidos y las lesiones del pasado, pasen del conflicto a la unidad. En oración, solicitemos esto por todo el Medio Oriente; Pienso particularmente en la vecina y atormentada Siria.
El patriarca Abraham, que el día de hoy nos reúne en la unidad, fue un profeta del Altísimo. Una antigua profecía dice que los pueblos “transformarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces” (Is 2, 4). Esta profecía no se realizó realidad; más bien, las espadas y las lanzas se transformaron en proyectiles y bombas. Entonces, ¿dónde puede empezar el sendero de la paz? De la renuncia a tener contrincantes. Los que tienen el coraje de ver las estrellas, los que creen en Dios, no tienen enemigos contra los que batallar. Sólo hay un enemigo al que enfrentarse, que está a la puerta del corazón y también insiste en ingresar: es la enemistad. Mientras que unos buscan más tener contrincantes que ser amigos, mientras que varios procuran su beneficio a costa de los demás, el que mira las estrellas de la promesa, el que sigue los caminos de Dios, no puede estar contra absolutamente nadie, sino en pos de todos; no puede justificar ninguna forma de imposición, opresión y prevaricación, no puede comportarse violentamente.
Estimados amigos, ¿es todo lo mencionado viable? Nos incita el padre Abraham, que tenía una esperanza más allá de lo que se podía esperar (cf. Rm 4,18). En la historia, muchas veces corremos tras misiones demasiado terrenales y andamos solos, pero, con la ayuda de Dios, podemos cambiar para bien. Nos corresponde a nosotros, la raza humana de el día de hoy y singularmente a los creyentes de diferentes religiones, transformar los instrumentos del odio en instrumentos de paz. Nos corresponde a nosotros instar de forma encarecida a los responsables de las naciones para que la creciente proliferación de armas dé paso a la distribución de alimentos para todos. Nos corresponde silenciar las acusaciones mutuas para ofrecer voz al grito de los oprimidos y desechados del planeta: muchos están privados de pan, medicina, educación, derechos y dignidad. A nosotros nos corresponde arrojar luz sobre las insípidas maniobras que viran en torno al dinero y soliciar con vehemencia que el dinero no en todos los casos se agote y solo sirva para nutrir la comodidad desmandada de unos pocos. Depende de nosotros salvaguardar nuestro hogar común de nuestras ambiciones depredadoras. Nos corresponde a nosotros rememorar al mundo que la vida humana vale lo que es y no lo que tiene, y que la vida de los no nacidos, jubilados, migrantes, hombres y mujeres de todos y cada uno de los colores y nacionalidades es siempre y en todo momento sagrada y cuenta como la vida de todos los otros. De nosotros es dependiente tener el valor de levantar la mirada y mirar las estrellas, las estrellas que vio nuestro padre Abraham, las estrellas de la promesa.
El sendero de Abraham fue una bendición de paz. ¡Pero no fue fácil! Tuvo que enfrentar luchas y también imprevisibles. Nosotros asimismo disponemos un sendero accidentado por delante, pero requerimos, como el gran patriarca, dar pasos específicos, peregrinar para descubrir la cara del otro, para comunicar memorias, miradas y silencios, historias y vivencias. Me impresionó el testimonio de Dawood y Hasan, uno católico y el otro musulmán, quienes, sin dejarse intimidar por sus diferencias, estudiaron y trabajaron juntos. Juntos construyeron el futuro y se encontraron hermanos. Nosotros asimismo, para seguir, requerimos hacer algo positivo y concreto juntos. Este es el camino, especialmente para los jóvenes, que no tienen la posibilidad de ver sus sueños truncados por los conflictos del pasado. Es urgente instruirlos para la fraternidad, educarlos para mirar las estrellas. Es una verdadera y propia urgencia; va a ser la vacuna mucho más eficiente para un mañana pacífico. ¡Por el hecho de que sois vosotros, estimados jóvenes, nuestro presente y nuestro futuro!
Solo con los demás puedes sanar las lesiones del pasado. La Sra. Rafah nos contó el heroico ejemplo de Najy, de la red social sabean mandean, que perdió la vida en un intento por socorrer a la familia de su vecino musulmán. ¡Cuántas personas aquí, en silencio y también ignoradas por el mundo, emprenden caminos de fraternidad! Rafah también habló de las indescriptibles tribulaciones de la guerra, que forzó a varios a dejar su hogar y su país en busca de un futuro para sus hijos. ¡Gracias, Rafah, por comunicar con nosotros tu firme voluntad de quedarte aquí, en la tierra de tus progenitores! Que todos los que no lograron llevarlo a cabo y debieron huir encuentren una acogida benevolente, digna de la gente atacables y lesiones.
Exactamente mediante la hospitalidad, aspecto propio de estas tierras, Abraham recibió la visita de Dios y el inesperado don de un hijo (cf. Gn 18, 1-10). Nós, irmãos y también irmãs de distintas religiões, encontramo-nos aqui, em casa, e a partir daqui, juntos, queremos empenhar-nos para que se realize o sonho de Deus: que a família humana se torne hospitaleira y también acolhedora para com todos les sus hijos; que, mirando el mismo cielo, anden en paz sobre exactamente la misma tierra”.
Contrastar:
Papa en Irak: La guerra, el odio, la violencia son incompatibles con la religión
— ACI Digital (@acidigital) 5 de marzo de 2021