Mensaje del Papa Francisco con motivo de la 31ª Jornada Mundial de

«¡Trátalo bien!» La compasión como ejercicio sinodal de curación

¡Estimados hermanos y hermanas!

La enfermedad es parte de nuestra experiencia humana.

Pero puede volverse inhumano si se vive en el aislamiento y el abandono, si no se acompaña de cuidado y compasión.

Al caminar juntos, es normal que alguien se sienta mal, tenga que detenerse por cansancio o por algún contratiempo en el sendero.

Es en esos instantes en el momento en que observamos de qué forma andamos: si es realmente un caminar juntos, o si se marcha por el mismo camino pero cada uno por su parte, velando por sus intereses y dejando que los demás se “encuentren”.

Por eso, en esta XXXI Día Mundial del Enfermo, y en medio del camino sinodal, les invito a reflexionar sobre dado que podemos aprender, precisamente por medio de la experiencia de la fragilidad y la patología, a caminar juntos al estilo de Dios.

, que es cercanía, compasión y inocencia.

El libro del profeta Ezequiel nos da un gran oráculo, que forma entre los puntos culminantes de toda la Revelación, y allí el Señor charla de este modo: “Yo soy el que apacentará a mis ovejas, yo soy el que las voy a hacer reposo – oráculo del Señor Dios .

Buscaré al que se había perdido, voy a hacer regresar al que se había descarriado; Cuidaré del herido y cuidaré del enfermo (…).

A todos y cada uno de los alimentaré con justicia” (34, 15-16).

Naturalmente, las vivencias de pérdida, patología y fragilidad forman parte de nuestro sendero: no nos excluyen del Pueblo de Dios; a la inversa, nos ubican en el centro de la preocupación del Señor, que es Padre y no quiere perder ni uno solo de sus hijos en el sendero.

Se trata ya que de estudiar de Él a ser verdaderamente una red social que pasea junta, capaz de no dejarse contagiar por la civilización del descarte.

Como saben, la encíclica fratelli tutti propone una lectura actualizada de la parábola del Buen Samaritano (cf.

n.

56).

Lo elegí como bisagra, como punto de cambio para poder salir de las «sombras de un mundo cerrado» (cap.

I) y «pensar y producir un mundo abierto» (cap.

III).

En verdad, hay una conexión profunda entre esta parábola de Jesús y las muchas maneras en que hoy se niega la fraternidad.

En particular, dado que la persona golpeada y robada concluya descuidado en el camino podemos consultar representada la condición en que quedan tantos de nuestros hermanos y hermanas en el momento en que mucho más precisan asistencia.

No es fácil distinguir los ataques a la vida ahora la dignidad que provienen de causas naturales y, por el contrario, los que son ocasionados por la injusticia y la crueldad.

En realidad, el nivel de desigualdades y la prevalencia de los intereses de unos pocos ahora afectan a todos los ámbitos humanos de tal modo que es difícil considerar “natural” cualquier experiencia.

Cada patología tiene lugar en una «cultura» en medio de sus contradicciones.

No obstante, lo que importa aquí es admitir la condición de soledad, de abandono.

Es una atrocidad que se puede sobrepasar antes que cualquier otra injusticia, porque para hacerla desaparecer –como afirma la parábola– basta un instante de atención, el movimiento interior de la compasión.

2 transeúntes, considerados religiosos, ven al herido y no se detienen.

Pero el tercero, un samaritano, alguien que es objeto de desprecio, es movido por la compasión y protege a ese extraño en el camino, tratándolo como a un hermano.

Seguir de esta forma, sin siquiera pensar, cambia las cosas, genera un planeta más fraterno.

Hermanos, hermanas, nunca estamos listos para la enfermedad; ya menudo ni siquiera aceptar la vejez.

Tememos a la puerta de inseguridad, y la civilización de mercado extendida nos obliga a negarla.

No hay rincón para la fragilidad.

Y de esta forma el mal, en el momento en que irrumpe y nos agrede, nos deja aturdidos en el suelo.

Entonces puede ocurrir que el resto nos abandonen, o nos parezca que debemos abandonarlos para no sentir que somos una carga para ellos.

Así empieza la soledad, y nos envenena el amargo sentimiento de la injusticia, por lo que hasta el Cielo parece cerrársenos.

De todos modos, nos resulta difícil permanecer en paz con Dios cuando las relaciones con los demás y con nosotros mismos están arruinadas.

Precisamente por eso es tan esencial, asimismo en lo referente a la enfermedad, que toda la Iglesia se enfrente al ejemplo evangélico del Buen Samaritano, para transformarse en un válido “hospital de campaña”: en verdad, su misión, especialmente en el contexto histórico situaciones que estamos atravesando, se expresa en la prestación de cuidados.

Todos somos frágiles y atacables; todos necesitamos esa atención compasiva que sabe detener, acercar, proteger y levantar.

De esta forma, la condición de los enfermos es un llamamiento que interrumpe la indiferencia y frena el paso de los que avanzan tal y como si no tuvieran hermanos y hermanas.

En verdad, la Jornada Mundial del Enfermo no solo invita a la oración y la proximidad con quien padece, sino que al mismo tiempo pretende sensibilizar al pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias y a la sociedad civil sobre una nueva forma de caminar juntos.

La profecía de Ezequiel, ahora citada más arriba, tiene dentro un juicio muy duro sobre las preferencias de quienes ejercitan el poder económico, cultural y gubernamental sobre el pueblo: “Bebisteis su leche, os vestisteis con su lana, matasteis engordantes y no alimentasteis las ovejas”.

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No curasteis a los enclenques, no cuidasteis a los enfermos, no curasteis a los heridos; no trajiste de vuelta al extraviado; no buscasteis a la que se había perdido, sino a todas y cada una de las tratasteis con violencia y dureza” (34, 3-4).

La Palabra de Dios -no solo en la denuncia, sino asimismo en la iniciativa- es siempre y en todo momento luminosa y de hoy.

De hecho, la conclusión de la parábola del Buen Samaritano nos sugiere cómo la práctica de la fraternidad, que empezó con un encuentro individual con un sujeto, puede extenderse a un régimen organizado.

La posada, el posadero, el dinero, la promesa de informarse mutuamente (cf.

L.c. 10, 34-35)… todo lo mencionado hace pensar en el ministerio de los curas, el trabajo de los agentes sanitarios y sociales, el deber de los familiares y voluntarios, gracias a los cuales cada día, en el mundo entero, el bien se enfrenta a maldad

Los años de pandemia han acrecentado nuestro sentimiento de gratitud por quienes trabajan todos los días por la salud y la investigación médica.

Pero, saliendo de una tragedia colectiva tan grande, no basta con honrar a los héroes.

El Covid-19 puso a prueba esta enorme red de capacidades y solidaridad y mostró los límites estructurales de los sistemas de asistencia popular que ya están.

Por este motivo, es requisito que la gratitud vaya acompañada, en cada país, de la búsqueda activa de estrategias y recursos para garantizar el acceso a la atención médica y el derecho primordial a la salud de todo ser humano.

“¡Proteger bien de el!” (L.c. 10, 35): esta es la recomendación del samaritano al posadero.

Pero Jesús también nos lo reitera a todos nosotros en la exhortación final: “Ve y haz tú lo mismo”.

Como evidencié en la encíclica fratelli tutti, «la parábola nos muestra las ideas con las que se puede reconstruir una comunidad desde hombres y mujeres que asuman como propia la fragilidad de los demás, no dejen que se forme una sociedad de exclusión, sino se hagan próximos, susciten y rehabiliten la caídos, para que el bien sea común» (n.

67).

De hecho, “fuimos creados para la plenitud que solo se puede poder en el cariño.

Vivir indiferente al mal no es una alternativa viable» (nº 68).

Y, el 11 de febrero de 2023, el Santuario de Lourdes aparece también ante nuestros ojos como una profecía, una lección confiada a la Iglesia en el corazón de la modernidad.

Solo lo que marcha no tiene valor, y solo cuenta quien lo genera.

Los enfermos están en el corazón del Pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad donde todos son preciosos y nadie ha de ser descartado.

A la intercesión de María, Salud de los Enfermos, les encomiendo a cada uno de vosotros que estáis enfermos; nosotros que los cuidáis en familia, con trabajo, investigación y voluntariado; y vosotros que les esforzáis por tejer lazos personales, eclesiales y civiles de fraternidad.

A todos les envío mi Bendición Apostólica de corazón.

Roma – San Juan de Letrán, 10 de enero de 2023.

FRANCISCO