En el momento en que San Francisco y los primeros hermanos salieron al planeta, en muchos lugares la multitud deseaba que se identificaran. Curious preguntó quiénes eran y de dónde venían.
Los monjes respondían entonces, somos penitentes y venimos de Asís.
La vestidura en forma de cruz, la identificación de Francisco con el Cristo de las Llagas, la larga Cuaresma y los extendidos ayunos destacaron en el modo de vida franciscano y, por tanto, precisan ser bien recibidos y comprendidos.
Es esencial rememorar que la penitencia que identifica al Movimiento Franciscano, en lugar de indicar purgación o castigo, apunta a la oportunidad de un encuentro pleno con el Resucitado.
En fidelidad a la experiencia de Francisco, debemos anunciarnos como seguidores de Cristo pobre, crucificado y resucitado.
Como acólitos de Jesús, debemos presentarnos al planeta como pueblo pascual. Con nuestras vidas y acciones, adondequiera que estemos y dondequiera que vayamos, debemos siempre dar testimonio de la resurrección del Señor.
Como los catecúmenos, en la noche radiante de la Vigilia Pascual, todos y cada uno de los cristianos, vela en mano, estamos invitados a proclamar nuestra fe y también, impulsados por el Espíritu del Señor, anunciar al mundo la jubilosa noticia de la Resurrección.
En este momento vivamos la Semana Santa.
La Pascua está pasando. Nuestro día a día está lleno de pasajes.
Nuestro itinerario personal concentra, permite y exige distintas pasajes: del seno materno a la luz, de la casa a la escuela, de la escuela al planeta del trabajo, del siglo a la religión, de la vida a la desaparición, o en una inversión proveída por la fe, pasamos de la desaparición a la vida eterna.
Este último pasaje tiene aire de plenitud, es definitivo, es Pascua.
Celebrar la Pascua de manera franciscana se convierte en una ocasión para todos nosotros de rememorar el don de la vocación.
San Francisco apuntó el camino. Al abandonar las glorias, los títulos y los honores de este mundo, al vaciarse de las vanidades, al menospreciar nuestra voluntad, al abrirse ampliamente a las pretensiones del resto, al comprender y fomentar la integridad de todos y cada uno de los seres creados, el Beato de Agarráis asegura el carácter transitorio y pasajero de todas y cada una de las cosas.
Escuchemos lo que San Francisco propone como fundamento de su forma de vida:
“No deseemos otra cosa, ni deseemos, ni agrademos, ni nos regocijemos, sino más bien nuestro Creador y Redentor y Salvador,
el único Dios verdadero, que es todo bien, todo bien, todo bien, el sumo y verdadero bien, el único bueno (cf. Lc 18, 19),
afectuoso y tierno, manso y dulce, que sólo Él es beato, justo, verdadero y recto, sólo Él benigno, inocente y puro;
de él, por él y en él es todo perdón, toda gracia, toda gloria de todos y cada uno de los penitentes y justos, de todos y cada uno de los santurrones que se regocijan juntos en el cielo. (RegNB, 23).
Con San Francisco corramos hacia las cosas que no pasan.
¡Feliz Pascua!
¡Paz y Bien!
FRIO PAULO ROBERTO PEREIRA, OFM
Ministro Provincial
Provincia de la Inmaculada Concepción de Brasil