Y son tantas las virtudes… y son tantas las mujeres… en nuestro andar períodico…
En la Biblia, cuántas mujeres, en su tiempo, renunciaron a sus proyectos, a sus propios sueños para responder al llamado de Dios en nombre de su pueblo… en nombre de toda la raza humana, como lo hizo María. De qué forma nos inspiramos en Rut, Esther, Débora, Rebeca, Ana y tantas otras que nos enseñan a abrirnos al bien común… Cuántos beatos durante los siglos han enseñado cuán fuerte y vigorosa es la mujer que cree en Dios y quien la deja sola conduce tú mismo. Tomemos, por ejemplo, a nuestra querida Hermana Dulce, la Santa de los Pobres, presente en las medites de la Campaña de la Fraternidad 2020.
Cuantas mujeres dignas en nuestro sendero… en nuestras familias, comunidades… sin importar lo más mínimo edad, clase popular, nivel de estudios… solteras, casadas, viudas… son tantas las que doblan la rodilla para rezar. .. religiosas o no, catequistas y ministras, mujeres que meditan el rosario, que van a misa y luchan por cuidar de sus familias, que leen la Biblia, que se ponen en misión, dentro y fuera de la Iglesia… humanidad, la familia, el cariño, el respeto, la dignidad de la gente… mujeres sensibles que logran ver a quienes las rodean, con los ojos de Jesús, y notar un poco las muchas necesidades presentes en los hermanos… que miran, sienten compasión y se preocupan… extienden sus manos a los que no tuvieron la misma suerte que nosotros. .. proponen pan… calientan… y ayudan a retomar el sendero… Mujeres que nos encantan con su esfuerzo y elasticidad… mujeres que cumplen tantos permisos dentro y fuera del hogar, siempre y en todo momento con mucha fe, esperanza y caridad. Decir “sí” a lo que es bueno y agradable a Dios, y “no” a eso que es opuesto a la auténtica felicidad de todas sus criaturas.
Mientras que recordamos a la mujer querida por el Constructor, para que el hombre no esté solo (Gn 2,18), oremos por las mujeres mártires que mueren en el nombre de Jesús en el mundo entero, en sociedades que persiguen infatigablemente a los cristianos; en culturas sexistas y descarriadas donde las mujeres no significan nada. Mueren por un Jesús que los dignificó y les dio espacio en su misión, como caminó por la tierra.
En este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, honremos a todas las mujeres de nuestra vida, comenzando por aquella que nos produjo y crió. Debemos recordar a todos los que nos antecedieron y que lucharon arduamente por tener el espacio que hoy poseemos en la sociedad. Los felicitamos a todos, pidiendo al Espíritu Beato que los ilumine y fortalezca ante tantos desafíos, independientemente de la situación en que se encuentren: oprimidos y presos en tantas prisiones existenciales.
De mujer a mujer, cantemos como María; “El Poderoso ha hecho maravillas en mí, Santurrón es su nombre” (Lc 1, 46-55)
* Artículo de Osmarina Pazin Baldón