Las historias y los orígenes de los villancicos navideños

Los villancicos siempre fueron una de las formas más eficientes de narrar y trasmitir la historia de la espera y el nacimiento de Cristo a la gente por medio de la música, especialmente en los países cristianos.

Varios de ellos se convirtieron en enormes iconos navideños y fueron y son una parte del repertorio de innumerables coros alrededor del planeta, así como de enormes y reconocidos artistas, por medio de las más diversas ediciones y “prendas” que adquirieron con el tiempo.

Ciertas de estas canciones son totalmente indivisibles de esta esencial temporada del año y muchas tienen historias únicas sobre sus orígenes.

Entre ellos, quizás el más conocido de los villancicos navideños, Noche feliz, que tiene su artículo original escrito por el P.

Joseph Mohr y música compuesta en 1818 por Franz Xaver Gruber, fue estrenada en Oberndorf, Austria, en la Misa de Navidad de ese año.

Happy Night (originalmente titulado Stille Nacht, en alemán, y Noche discreta, en inglés, que en portugués se puede traducir como Noche de paz) fue compuesta curiosamente antes de su estreno.

Cuenta su historia mucho más difundida que el órgano de la iglesia donde se celebraría la misa y la cantata ese año en Oberndorf tenía problemas neumáticos y no pudo ser utilizado esa noche.

Conque el p.

Mohr recordó un poema que había escrito en Nochebuena dos años antes y se lo llevó a Franz Gruber a fin de que compusiera una armonía sobre él para que, como no habría órgano para alegrar esa noche, cuando menos la comunidad pudiese cantar junta esa fácil melodía nueva.

Y de esta manera se realizó.

Poco tiempo después, el organero que fue a reparar ese órgano supo a través del P.

Mohr la historia de aquella Navidad inusual y solicitó la partitura de aquella canción cantada esa noche para tocar en el órgano recién reparado.

Su satisfacción con tan hermosa y sencilla melodía fue instantánea y empezó a mostrarla en todas y cada una de las iglesias con las que iba a trabajar, llegando esta música tanto al rey Federico Guillermo como a otros países por medio de la inmigración alemana por todo el mundo.

Otro himno bien conocido en las iglesias es adeste fideles (traducido como Oh venid leales y cantado mucho más en nuestras iglesias como Cristianos, vengan todos) teniendo una historia bastante discutida puesto que varios países demandan su autoría señalando a sus supuestos compositores.

Entre estos varios postulantes, hay quienes atribuyen la música a San Buenaventura (1221-1274), pero nada de este himno está en sus escritos.

También se atribuye tanto al cantor de los monjes cistercienses del siglo XVII como aun a George Friedrich Händel (creador del gran oratorio Mesías), pero nada respalda tampoco estas indicaciones.

Apoyado en manuscritos con letra y armonía descubiertos en investigaciones musicológicas, el más viejo de esta clase de archivo anunciado es de Francia y data de 1760.

Después de 22 años, apareció una nueva publicación en una compilación de himnos católicos en Londres.

Entre los manuscritos nuevos, hay 2 de gran relevancia.

Uno de ellos data de 1751, dentro de un compendio denominado “Cantus diversi pro dominicis et festis annum” (Diferentes cantos para los domingos y fiestas del año), copia y publicación atribuida al P.

John Francis Wade, sin embargo, la única copia de este himnario encontrada en Oxford, en 1946, no tenía portada y, consecuentemente, no tenía el nombre del creador.

Otro manuscrito, más viejo, se atribuye al rey Don João IV de Portugal y data de 1640.

Dom João IV fue un enorme apreciador de las artes y músico, habiendo desarrollado una escuela de música en la localidad de Vila Viçosa, escuela que exportaba músicos.

a otros países de europa y habiendo encontrado, en esta ciudad, otro manuscrito viejo, de cruz fidelis, cuya melodía comparte muchas semejanzas con adeste fideles.

Es esencial recalcar que a lo largo de mucho tiempo adeste fideles Fue popular como “El himno portugués” porque se interpretó a finales del siglo XVIII en la capilla de la Embajada de Portugal en Londres, uno de los pocos monumentos católicos de Inglaterra.

Tras ser escuchada por el duque de Leed en aquella ocasión, a quien le gustó bastante el himno, esta canción pasó a formar parte de los conciertos de música antigua organizados por nuestro duque, provocando que se extendiese tanto en el país, como en Europa y en las colonias británicas.

Independientemente de sus historias y orígenes, hay que tener presente el papel que han jugado estos cantos bicentenarios en todo el tiempo y de qué forma, a través del arte, rompen las barreras perceptibles y también invisibles de nuestro planeta y de nuestro tiempo, llevando siempre consigo un mensaje de amor. y promesa para la humanidad.

* Artículo de Diego Muniz, director del Coro Diocesano Beato André, cursando maestría en música por la USP y licenciatura en dirección por la UNESP