Durante un buen tiempo, la Vida Religiosa Consagrada fue presentada por los medios de comunicación de forma caricaturesca, intentando de indicar más los aspectos trágicos y controvertidos de la vida diaria, que la verdadera mística y misión de este modo de vivir y ser en la Iglesia y en la sociedad verdaderamente es. Pero esta no es nuestra preocupación ahora mismo. Aquí nos gustaría charlar sobre la vida cotidiana en nuestras comunidades religiosas y el desarrollo para llegar a la consagración.
Desde el principio de la predicación del Evangelio, en medio de las comunidades incipientes, brotaron mujeres y hombres que decidieron seguir a Cristo de una manera especial, la Vida Consagrada. A lo largo de los siglos, nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y al impulso del Espíritu, hayan elegido este sendero de especial rastreo de Cristo, para dedicarse a Él con un corazón “indiviso”. (cf. 1 Cor 7, 34).
En pocas palabras, ser una persona consagrada consiste en vivir una contestación diaria, intrépido y gozosa de amor a la persona de Jesucristo, intentando encontrar en Él el sentido de todo, singularmente de la alegría: “la búsqueda de Dios es la búsqueda de la alegría ; y el encuentro con Él es la alegría misma” (San Agustín). Consagrar la vida a Dios es radicalizar la vocación que todo católico recibió el día del Bautismo: la llamada a vivir la santidad, en un binomio inseparable: el cariño a Dios ya la gente.
Así, cada Congregación Religiosa, según el carisma recibido del Espíritu Santurrón, se compromete muy generosamente en la construcción de un planeta más humano, justo y lleno de vida. Son personas que han elegido vivir en comunidad, compartiendo la vida en la oración diaria, el trabajo y los desafíos de vivir el aviso del Evangelio al mundo. Desde la primera profesión religiosa, la persona consagrada se ofrece a Dios para proseguir las huellas de Cristo y trabajar con Él en la construcción del Reino.
Sin embargo, antes de convertirse en religioso, esto es, profesar los votos de Obediencia, Pobreza y Castidad, el joven que siente la llamada a la Vida Religiosa Consagrada necesita pasar por un proceso de discernimiento/acompañamiento vocacional con una Religiosa (Hermana) o un sacerdote. (Hermano), por un periodo. A lo largo de este tiempo realizará encuentros, conocerá la Congregación y madurará en su decisión, en su deseo de responder a la llamada de Dios, con la ayuda de alguien mucho más experimentado. Después se incorporó a la Congregación y salió a vivir a una vivienda de capacitación, en el Convento, para vivir las diferentes etapas: Aspirantado, Postulantado, Noviciado y Juniorado, según cada Congregación y lo que pide la Iglesia.
El tiempo de formación es de máxima importancia, pues solidifica la elección, ayuda al conocimiento de sí y hace medrar esa disponibilidad interior y docilidad para las cosas de Dios y las necesidades de los hermanos. De esta manera, el joven se prepara para la donación de su vida a favor de los destinatarios del Carisma de la Congregación.
Religiosos, “orando y trabajando donde están; cuidado de niños en instituciones educativas y escuelas; contribuir a los enfermos oa los ancianos; en el campo y en la ciudad, a las afueras o centros de las metrópolis; en los frentes misioneros en tierras lejanas; entre indígenas en el bosque o en el cerrado con campesinos; llevar o no el hábito; la gente consagradas están en incontables realidades, orando y haciendo un trabajo por el Reino de Dios. Son personas que procuran querer a la forma de Jesús”. (Dom Adilson Pedro Busin)
Joven, si en tu corazón sientes el deseo de seguir mucho más de cerca a Jesucristo, en ofrecer y dar tu vida a Dios, no te resistas ni te rindas. Busca a una hermana o al párroco de tu parroquia y charla de lo que sientes. ¡Es primordial!
* Producto de Ir. Odir, benedictino de la Divina Providencia