Jesús, en varios pasajes del Evangelio, se retira para orar y estar en comunión con el Padre. Tras su misterio pascual y de su ascensión, la comunidad incipiente presentaba la oración como una de sus primordiales especificaciones: eran asiduos en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones (Hch 2,42), mostrando que aprendieron con el Maestro a dirigirse a Dios, siguiendo las enseñanzas de Jesús (cf. Mt 6,9-13).
Esta oración se hacía en instantes concretos del día, como se expone en otros pasajes de los Hechos de los Apóstoles. Así, la actividad humana y el día eran santificados por la oración, dándoselos a Dios, además de nutrir la vida espiritual de la red social. A lo largo de la crónica de la Iglesia, esta oración se organizó de manera sistemática en un período de tiempo fijo y con una composición propia, denominándose Liturgia de las Horas u Oficio Divino, cumpliendo el mandato de Jesús de orar siempre (cf. Lc 18,1). Sus elementos están tomados, en su mayor parte, de las Sagradas Escrituras, usando sobre todo los Salmos, escritos que son la oración del pueblo a Dios, expresando sus alegrías, dolores y esperanzas.
En la liturgia, así como disponemos un ritmo celebrativo a lo largo del año, marcado principalmente por la celebración del Triduo Pascual del Señor, y así como poseemos un ritmo dentro de la semana, marcado por el domingo, la Pascua semanal, asimismo se marca el día por horas preceptivas, donde se festejan los misterios de Cristo, la glorificación de Dios y la santificación de todos y cada uno de los pueblos.
En todo el día se proponen siete horas, siete momentos para rezar: laudes, rezadas a primera hora de la mañana, al despertar, recordando la resurrección de Jesús, su luz que alumbra nuestro camino y a quien encomendamos todas y cada una de las acciones de este día; la hora media, que se distribuye en tres momentos: oración a las nueve, a las 12 ya las tres, para que las ocupaciones efectuadas sean santificadas; las vísperas, rezadas al final de la tarde, están marcadas con alabanza a Dios por todo lo vivido en todo el día, aparte de rememorar el sacrificio vespertino de Cristo, en el momento en que se ofreció al Padre como víctima agradable; Terminadas, recitadas como última oración del día, inmediatamente antes del reposo, en el momento en que se aconseja un breve examen de conciencia, recordando el día pasado y la promesa de un nuevo día. Además de estos horarios, disponemos el trabajo de lecturas, que se puede rezar en cualquier momento, caracterizándose por ser una celebración prolongada de la palabra de Dios.
La Liturgia de las Horas está íntimamente unida al misterio eucarístico, puesto que alarga en todo el día los secretos de salvación, alabanza, acción de gracias y súplicas, logrando aun ser útil de preparación a la Misa, haciendo que los fieles participen con mayor devoción en la celebración. . La Liturgia de las Horas, más allá de que se rece en privado, tiene un carácter fundamentalmente comunitario, manifestando la unión de la Iglesia que reza adjuntado con su Señor. Es oración de toda la Iglesia, no limitada a los ministros ordenados, sino puede y se aconseja que sea celebrada por todos y cada uno de los leales, cumpliendo su sacerdocio común que los impulsa a la oración.
Entendemos que el ajetreo de las actividades diarias no nos permite rezar en su totalidad durante todas y cada una de las horas canónicas, pero en este tiempo en que debemos adaptar nuestras prácticas de fe en la iglesia doméstica y a través de los medios, la Liturgia de las Horas es una gran opción y enorme tesoro para mantenernos en oración con Cristo durante todo el día, dando gracias a Dios por su bondad y por darnos, por medio de la Iglesia, tan esencial alimento para el alma.
* Seminarista Gustavo Laureano