Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés.
Después de horas de buscar material para esta fiesta –y casi a punto de desesperarnos– encontramos este sencillo y catequético video basado en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles, versículo 1 al 21, que es precisamente donde transcurre el evento de Pentecostés y se narra el gran discurso del Apóstol Pedro.
El video fue producido por Dan Stevers, un editor de video cristiano con materiales de primera clase.
La historia de Pentecostés
Quisiera aprovechar esta oportunidad para mencionar la invitación que una vez hizo el Papa Benedicto XVI para descubrir (o redescubrir, en algunos casos) la importancia del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Los teólogos más antiguos solían decir que el alma es una especie de velero, el Espíritu Santo es el viento que infla sus velas y las impulsa, y las ráfagas de viento son los dones del Espíritu. Faltando su impulso y su gracia, no avanzamos. los El Espíritu Santo nos atrae al misterio del Dios vivo y nos salva de la amenaza de una Iglesia gnóstica y autorreferencial, cerrada en sí misma; nos impulsa a abrir las puertas ya salir a anunciar y testimoniar la buena noticia del Evangelio, a comunicar la alegría de la fe, el encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Los hechos ocurridos en Jerusalén hace casi dos mil años no son algo muy lejano a nosotros; son acontecimientos que nos afectan y se convierten en una experiencia vivida en cada uno de nosotros. El Pentecostés del Cenáculo en Jerusalén es el comienzo, un comienzo que perdura. El Espíritu Santo es el don supremo de Cristo resucitado a sus apóstoles, pero quiere que ese don llegue a todos. Como escuchamos en el Evangelio, Jesús dice: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,16). ¡Es el Espíritu Paráclito, el “Consolador”, quien nos da el valor de salir a las calles del mundo, llevando el Evangelio! El Espíritu Santo nos hace mirar al horizonte y nos impulsa a las afueras mismas de la existencia para anunciar la vida en Jesucristo. Preguntémonos: ¿tendemos a quedarnos encerrados en nosotros mismos, en nuestro grupo, o dejamos que el Espíritu Santo nos abra a la misión?