jueves, 17 de abril de 2014, 14:04
Jesús pasó cuarenta días en el desierto de las montañas de Judá, enfrentándose a la verdad humana que había asumido. Él, que es la Palabra eterna de Dios, haciéndose partícipe de todo lo nuestro, excepto del pecado. Como nuestro ambiente en Belém do Pará no nos ofrece montañas para ser contempladas o escogidas como espacio de recogimiento y reflexión sobre nuestra humanidad, pensé en caminar por nuestras tierras bajas, pasando por los costados de los canales que en tantas ocasiones se desbordan, adentrarse en los callejones y pasajes por los que recorren los hombres y mujeres de nuestro día a día, para encontrarlos con sus vidas repletas de provocaciones hacia sí mismos, hacia la sociedad y hacia todos nosotros, Iglesia del Dios Vivo. Son rostros, frecuentemente, de padecimiento; mucho más de manera frecuente alegre y esperanzado. ¡Es fantástico contemplar el misterio del ser humano en su riqueza!
Me encuentro con personas que buscan los medios precisos para llevar el pan a la familia. Vi tantos puestos libres en los varios y diversos mercados y ferias. ¡Todo se vende, con frecuencia a aquellos que tienen la posibilidad de abonar poco! Un cuidador de autos, en las calles de Belém, me pidió asistencia en los días de Carnaval pues ¡poco tráfico significa poco dinero y poca comida para él en casa! La comida es esencial y puede convertirse en una tentación en el momento en que la sociedad no da el trabajo preciso para todas y cada una de las capas de la sociedad, o en el momento en que solo se espera un milagro de Dios, sin que nosotros hagamos nuestra parte. “El hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”. Y su Palabra pide que, en tiempo de Fraternidad, se multipliquen entre nosotros los movimientos de compartir, a fin de que nuestras mesas sean rebosantes. De año en año se reitera en Brasil la “Navidad sin hambre”, al paso que nuestro sueño y emprendimiento de hermanos ha de ser un mundo sin apetito, en la superación del derroche y en la capacidad de ver a nuestro alrededor, de poner de nuestra parte. ¡Para que haya pan, sólo con la Palabra de Dios vivida!
Escuché, en las calles de la ciudad, las historias de personas amargadas con sus vidas, otras contentos con los resultados de los programas de compensación y aumento de capital, promovidos por todos los niveles de gobierno. Vi gente tentando a Dios para resolver sus inconvenientes. Vi a Dios transformado en un elemento al servicio únicamente de la prosperidad personal, cuestionado únicamente por intereses individualistas. Vi el nombre de Dios pronunciado en vano en muchos rincones. Miré los altos y espléndidos inmuebles construidos y los encontré contradictorios, signos de evidente y valioso progreso y, al tiempo, presentes de una sociedad llena de temores y defensas. De los pobres a los ricos, de la plebe a las autoridades, de los laicos al clero, que se escuche la voz del Señor: “No tentarás al Señor tu Dios”.
La ciudad trae consigo el juego del poder. “¿Sabes con quién andas comentando?”, dicen los semblantes ceñudos de los dueños de puntos de traficantes o de apuestas. Los detentadores del poder civil nos cuentan en el momento en que se aíslan y no ven a los mucho más pobres. Lo repiten los guardas de seguridad que se multiplican por toda la ciudad. A propósito, de forma frecuente hago pasar mi ruta por sitios llamados peligrosos, para desmantelar con un saludo las reveladoras resistencias del miedo recíproco. Ya me han buscado presos que conocí en las penitenciarías que, de vuelta en la sociedad, fueron conquistados con sencillos movimientos o con una palabra del Evangelio transformada en vida. Son mucho más como personas y no necesitan amenazar a nadie. He visto a la raza humana estampada, con angustias y esperanzas, en personas de los mucho más altos escenarios de la sociedad desarmadas por la fuerza de la felicidad para no ser mucho más que hijos y también hijas de Dios. Todos, sin salvedad, encontrarán su lugar y plenitud cuando superen las tentaciones y escuchen”Al Señor tu Dios adorarás, ya él solo servirás.”.
“Dios es fiel y no dejará que seas tentado alén de tus fuerzas. Por contra, adjuntado con la tentación, él proveerá el éxito para que puedas soportarlo.(1 Co 10, 13). Las tentaciones forman parte de la vida del católico y Jesús deseó atravesarlas para mostrar el camino de la victoria, en la comprensión de la Palabra del Señor y en su vivencia. Al comienzo de la Cuaresma, sin temor a ser humanos, todos estamos invitados a arrancar el camino, como peregrinos del Absoluto, seguros de las novedades que exactamente el mismo Señor nos mostrará, en las rectas o en las encrucijadas de la vida.