Indulgencia por los fieles difuntos: ¿cómo?

una situación cotidiana

Imagínate en la próxima escena. Tienes una cree muy alta por una persona, eres buenos amigos, si no los mejores amigos que nadie haya visto nunca, compartes todo con el otro, sabes leer las señales de las acciones del otro, sabes percibir en el momento en que uno se enoja solo por una mirada. Vuestra amistad es tan fuerte que no requiere vallas, reglas o límites para realizarse, hay mucha independencia de manera positiva entre nosotros. Un día, notas que tu mejor amigo se está volviendo distante, frío, poco empático, las conversaciones ya no fluyen, por el momento no te solicita consejos ni se pasa horas y horas comentando contigo los últimos días de la semana. Y todo esto de la nada, sin fundamento aparente.Tú, molesto por esta situación, decides hablar con tu enorme amigo, pues tu estima es tan grande que no deseas perder esta unión fraternal. Te encuentras, hablas y te das cuenta de que no hay razón, tu amigo solo quería distanciarse de ti, de este modo sin más ni más. Y su decisión es libre y consciente. Insistes, terminan discutiendo, pero nada restablece la amistad.Después de un tiempo, tu amigo escoge ser de nuevo tu amigo. Por supuesto tienes un pie atrás, no quieres regresar a desilusionarte, pero no deseas perder esta amistad de manera permanente. Una vez más se reencuentran y charlan de la situación, este amigo aun le solicita perdón, acepta que se equivocó y deciden resetear esta historia, ser de nuevo lo que era. Efectivamente hubo perdón entre ustedes, pero semeja que esta amistad insiste en temblar, ya no es lo que era antes. Y sabes que algo tienes que llevar a cabo para recobrar esos puntos escenciales de la amistad que estaban sacudidos.

¿Qué tiene que ver la indulgencia con esto?El lector ya se va a haber preguntado adónde deseo llegar con esta situación diaria. Hay una amistad establecida entre Dios y cada uno de los hombres. En verdad, la multitud escucha la Palabra de Dios, ora con ella, solicita la felicidad, se deja llevar por ella. Sin embargo, el sentimiento de control, el control exagerado de uno mismo, conduce a la soberbia, que es el principio de todos los errores, y el hombre rechaza libremente la amistad con Dios. En esto radica el pecado, en una negativa libre y consciente a amar a Dios, a el resto ya uno mismo. Nuestra relación con Dios es de profunda amistad. Jesús mismo no nos llama siervos, sino más bien amigos (cf. Jn 15,15), es decir, Dios quiere ofrecernos todo cuanto tiene, la vida divina, y nos ofrece los medios necesarios para ello. Siempre es Dios quien da el paso inicial en esta amistad. Cuando rechazamos esta amistad con Dios, pecamos. Si reconocemos nuestra negativa, Dios reinicia su diálogo de amor con nosotros, a medida que abrimos nuestro corazón a fin de que su gracia actúe en nosotros. Al volver a este diálogo, está el perdón sacramental, la restitución del estado de gracia. ¡Vida nueva! Sin embargo, para actualizar con fervor la amistad con Dios y borrar las penas de ese pecado perdonado, la Iglesia ofrece a los fieles, basándose en la antigua Tradición, las llamadas indulgencias. Son, en el fondo, ese algo para rememorar los pilares de esta amistad sacudida.

Dios nos perdona la culpa, somos justificados por Dios por los méritos de Jesucristo. Incluso el sacerdote en la fórmula de la absolución dice “Dios, Padre de misericordia, que por la muerte y resurrección de su Hijo reconcilió consigo al planeta y envió al Espíritu Santo para la remisión de los errores, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y les absuelvo de vuestros pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Ya no seremos condenados por nuestros errores contra Dios, contra sí mismo o contra los hermanos. Sin embargo, nuestros errores son voluntarios y cuanto más conscientes somos, mucho más responsables somos de ellos. Y esto no se debe a una venganza de Dios, sino está presente en la naturaleza misma del pecado. En esto consiste el Purgatorio: según la tradición católica, es un estado de purificación para los que han muerto en amistad con Dios, pero aún sin cumplir la debida pena de sus faltas. La indulgencia borra con justicia la pena del pecado y hace ingresar al alma en la gloria celestial.

¿Quién recibe indulgencias?Para beneficiarse de las indulgencias, el Papa San Pablo VI definió unas reglas generales en la Constitución Apostólica Indulgentiarum Doctrina. Es posible obtener ambos géneros de indulgencias por medio de diferentes prácticas de piedad. Las indulgencias plenarias borran toda pena temporal, al tiempo que las indulgencias parciales, como su nombre lo señala, borran parte de la pena de Dios que nos ofrece fuerza para soportar las tentaciones y no ceder a la concupiscencia. “La Iglesia no solo quiere acudir en asistencia de este católico, sino también incitarlo a las proyectos de piedad, de penitencia y de caridad” (CCC 1478) Es posible obtener indulgencias para uno mismo, pero también para el difunto, mediante los méritos de Cristo y de los Santurrones, después de todo, el creyente bautizado vive en comunión con Dios, pero asimismo vive en comunión con sus hermanos, vivos y muertos, y en eso radica la comunión de los santos, que es la creencia que todos estamos unidos por el lazo del Amor: Dios, los que lo contemplan en la Eternidad, los que aún se despluman, y nosotros.

¿De qué forma conseguirlos para los difuntos?“Puesto que los leales finados, en desarrollo de purificación, son también integrantes de la misma comunión de los beatos, tenemos la posibilidad de ayudarlos, por ejemplo formas, con la obtención de indulgencias para ellos, a fin de que se liberen de las penas temporales debidas por sus pecados .” (CIC 1479). Según la regla 15 de la Constitución Apostólica de San Pablo VI, en todas las iglesias se puede ganar la indulgencia del 2 de noviembre, que solo se puede aplicar a los finados. difunto es posible conseguir una indulgencia plenaria para él. Hay algunas acciones que tienen que efectuarse para beneficiarlos:

  1. a) Confesión sacramental a mucho más demorar quince días antes o tras conseguir la indulgencia;
  2. b) comulgar el Cuerpo del Señor Eucarístico;
  3. c) desapegarse de todo deseo de cometer cualquier pecado, aun los veniales;
  4. d) rezar en las intenciones del Santo Padre, Papa Francisco, y por él – se puede rezar un Credo, un Padre Nuestro y un Ave María, o incluso otras oraciones, según la piedad y devoción del creyente.

Rezar por los finados, más aún para ganar indulgencias para ellos, es una gran obra de misericordia espiritual. Sería bueno que todos los católicos hiciésemos lo necesario para conseguir una indulgencia plenaria para estos hermanos y hermanas difuntos, a fin de calmar sus sufrimientos y hacerlos, por la felicidad de Dios, entrar en el Reino Celestial.

* Producto del Seminarista Cauê Ribeiro Fogaça