Hoy se celebra a la Beata Laura Vicuña, protectora de

OFICINA CENTRAL, 22 Ene. 21 / 05:00 am (ACI).- “Gracias Jesús, gracias María”, fueron las últimas palabras de la santa Laura Vicuña, cuya celebración se festeja este 22 de enero. Ofreció su historia a Dios a fin de que su madre se convirtiera y dejara de vivir con un hombre que las maltrataba y que pretendía superarse con la pequeña santa.
Laura Vicuña Pino nació en Santiago (Chile) en 1891. Su padre pertenecía a una familia aristocrática con enorme predominación política y social. Su madre, sin embargo, era de condición humilde.
En ese instante, se produjo una revolución en Chile. La familia debió huir de la capital y resguardarse a 500 km. El padre murió y la madre quedó en la miseria, quedando a cargo de dos niñas, ‘Laurita’, de un par de años, y Julia. Los tres emigraron a Argentina y su madre, Mercedes, comenzó a vivir con Manuel Mora.
En 1900, Laura ingresó como interna al Instituto das Filhas de Maria Auxiliadora, en Junín de los Andes. En poco tiempo comenzó a destacarse por su devoción y sueño de ser religiosa.
Un día, la maestra escuchó que a Dios no le gustan los que viven juntos sin casarse y ‘Laurita’ se desmayó del susto. En la clase siguiente, cuando la profesora volvió al tema de la unión libre, la santita empezó a palidecer.
Laura comprendió la situación donde vivía su madre y, a su corta edad, sintió un enorme mal de que Dios se ofendiera. Ella no estaba resentida con su madre, sino que decidió dar su vida a Dios para que su madre se salvara.
La Santa comunicó su plan a su confesor, el sacerdote salesiano Crestanello, quien le dijo: “Esto es muy grave. Dios puede aceptar tu propuesta y puedes fallecer prontísimo”. Pero, Laura se sostuvo resuelta con su oferta.
El día de su primera comunión, a los diez años, se ofreció a Dios y fue aceptada como “Hija de María”. No obstante, en su hogar, Mora trató de empañar la virtud de Laura y ella resistió valientemente con la fuerza que deriva de la fe genuina.
El hombre la echó de la casa, la logró dormir afuera y dejó de pagar la escuela. Pero las Hijas de María Auxiliadora lo aceptaron libremente. Un día ‘Laurita’ regresó a su casa y Mora la atacó ferozmente.
En pleno invierno, una inundación azotó la escuela y Laura, ayudando a salvar a las pequeñas mucho más pequeñas, pasó horas con los pies en el agua helada. Se enfermó de los riñones, con mucho mal y su mamá la llevó a su casa, pero no se recuperó.
Al entrar en su agonía, la Santísima dijo: “Madre, hace un par de años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para lograr que por el momento no vivas en libre unión. a fin de que se separe de ese hombre y viva en santidad”.
Mercedes, llorando, exclamó: “’Laurita’, ¡qué amor tan grande me tenía! Te lo juro ahora mismo. A partir de hoy, jamás mucho más voy a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy, mi vida cambiará”.
La bendita mujer mandó llamar a su confesor y le ha dicho: “Padre, mi madre promete solemnemente a Dios dejar a ese hombre de el día de hoy en adelante”. Entonces, madre e hija se abrazaron llorando.
El rostro de Laura cambió por completo y se tornó sereno y feliz porque sintió que había cumplido su misión en la tierra. Recibió la unción de los enfermos, el viático y besó varias ocasiones el crucifijo.
A su amiga, que rezaba con ella, le afirmaba: “Qué feliz se siente el alma en la hora de la desaparición, en el momento en que quiere a Jesucristo ya María Santísima”. Luego, viendo la imagen de la Virgen, felizmente agradeció a Jesús y María y partió para la Casa del Padre el 22 de enero de 1904.
La madre tuvo que cambiar su nombre y disfrazarse para salir de la región por el hecho de que Manuel Mora la perseguía. El resto de su vida, Mercedes llevó una vida santa.
San Juan Pablo II beatificó a Laura Vicuña en 1988 y, en esa ocasión, el Papa peregrino ha dicho: “La dulce figura de la beata Laura… enseña a todos que, con el apoyo de la felicidad, es posible vencer al mal”.