OFICINA CENTRAL, 04 ago. 21 / 05:00 am (ACI).- Hoy, 4 de agosto, la Iglesia festeja a San Juan María Vianney, el Cura de Ars, como se le llama, por el nombre del pueblo de Francia donde sirvió por muchos años. .
Es el patrón de los sacerdotes, por lo que en este día también se celebra el Día del Padre. San Juan María Vianney se considera un enorme confesor, tuvo el don de la profecía, recibió ataques físicos del demonio y vivió en la mortificación y la oración.
Fue ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1815. Su gran amor por la salvación de las almas lo llevó a pasar muchas horas en el confesionario, donde cautivó muchas ánimas.
Se encontraba desprendido de las cosas materiales, al punto que dormía en el piso de la habitación, por el hecho de que renunció a su cama. Comía patatas y, ocasionalmente, un huevo duro. Solía decir que “el demonio no posee tanto temor a la especialidad; pero realmente teme la reducción de comida, bebida y sueño”.
Una vez, el demonio sacudió su casa a lo largo de 15 minutos; en otra ocasión deseó sacarlo de misa y prenderle fuego a su cama, pero el santurrón ordenó a otras personas que apagaran el fuego y no se distanció del altar. El demonio hizo mucho estruendos para no dejarlo reposar y también le gritó desde la ventana: “Vianney, Vianney come papas”.
Una de las consecuencias de la Revolución Francesa fue la ignorancia religiosa. Para solucionar esta situación, el santurrón pasaba noches enteras en la pequeña sacristía construyendo y memorizando sus sermones, pero como no tenía buenísima memoria, le costaba mucho recordar lo que escribía.
Enseñaba el catecismo a los pequeños y luchaba a fin de que la gente no trabajara ni estuviese en las tascas cada domingo. En una de sus homilías dijo que “la taberna es la tienda del diablo, el mercado donde se pierden las ánimas, donde se rompe la armonía familiar”. Poco a poco logró que la taberna cerrara y la gente se acercara a Dios.
Su popularidad medró y una cantidad enorme de personas de todas y cada una partes asistieron a confesarse con él. Más tarde se concedió permiso al pueblo para crear una iglesia, lo que garantizaría la permanencia del beato. Su dulce amor por la Virgen María lo llevó a consagrar su parroquia a la Reina del Cielo.
A las 2 am del 4 de agosto de 1859, el Beato Cura D’Ars partió para la Casa del Padre. Fue canonizado en la celebración de Pentecostés de 1925 por el Papa Pío XI.