Hace sesenta años el primer acto del Concilio, a las puertas de

Hace sesenta años el primer acto del Concilio, a las puertas de

Hace sesenta años, el primer acto del Concilio abrió la puerta de la Iglesia al mundo.

Urgentemente esperado por san Juan XXIII y concluido por san Pablo VI, el Concilio Vaticano II inició su labor el 11 de octubre de 1962, acontecimiento cuya fuerza motriz no se ha fatigado, como fué reafirmado constantemente por el magisterio de todos los pontificados siguientes. La dirección del sendero en palabras del Papa Rocalli: descender “hasta el tiempo presente” con la “medicina de la clemencia más que la de la dureza”.

Amadeo Lomonaco – Vatican News

Pasaron sesenta años desde la apertura del Concilio Vaticano II, acontecimiento que cambió la cara de la Iglesia. Un Concilio ecuménico, o sea, universal, es la llamada del Papa a reunir al instituto episcopal para afrontar juntos, a la luz del Evangelio, los nuevos problemas que expone la historia.

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El anuncio

El Papa Juan XXIII fue quien anunció el XXI Concilio de la Iglesia de Roma, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de São Paulo Extramuros: “¡Honorables Hermanos y Amados Hijos Nuestros! Pronunciamos frente nosotros, ciertamente tremiendo un poco de emoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y iniciativa de la doble celebración: de Sínodo Diocesano para la Localidad, y de Concilio Ecuménico para la Iglesia universal. . Tres años después, el 2 de febrero de 1962, en la Celebración de la Presentación de Jesús en el Templo, el Papa Juan anunciaba la fecha de comienzo de esta gran asamblea: “Esta fecha es el 11 de octubre de 1962; y es un recuerdo del Concilio de Éfeso, y exactamente de la salida del Padre Felipe de la iglesia de San Pedro in Vincoli – huius tituli presbítero – a Éfeso como gerente del Papa Celestino.” La Iglesia abre las fuentes de su doctrina para fomentar la concordia, la paz y la unidad invocadas por Cristo.

Apertura del Concilio Vaticano II

La apertura

Por este motivo, el Concilio Vaticano II fue inaugurado el 11 de octubre de 1962. Ese día, más de 3.000 participantes, entre cardenales, arzobispos, obispos, superiores de familias religiosas, desfilaron en la Plaza de San Pedro. Vinieron de todas partes del planeta y representaron a todos y cada uno de los pueblos de la Tierra. La Basílica del Vaticano se convirtió en un Salón Conciliar. En este amplio espacio con momentos de enorme intensidad, resonaron las palabras del Papa Juan XXIII para la solemne apertura: “Las gravísimas ocasiones y inconvenientes que encara la raza humana no cambian; de hecho – ha dicho el Papa hablando en latín – “Cristo sigue resplandeciendo siempre y en todo momento en el centro de la historia y de la vida”. “Cada vez que se celebran, los Concilios Ecuménicos proclaman esta solemne correspondencia con Cristo y su Iglesia y conducen a la irradiación universal de la verdad, a la recta dirección”. “Pero ahora – resalta el Papa Juan XXIII – la Mujer de Cristo elige emplear el remedio de la clemencia antes que el de la dureza. Juzga mejor para satisfacer las pretensiones de hoy mostrando la validez de su doctrina mucho más que renovando las condenas”. La Iglesia es la Madre amorosa de todos. El Concilio, a través de las oportunas actualizaciones, da un salto adelante en el compromiso apostólico de enseñar el mensaje evangélico a todos y cada uno de los hombres.

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El discurso de la luna

Otro momento grabado en la historia de aquel día inaugural del Concilio Vaticano II fue el saludo, esa noche, que Juan XXIII dirigió a los fieles congregados en la plaza de San Pedro. Expresiones habladas, espontáneas, que pasaron a la historia como “el alegato de la Luna”. La multitud en la mitad de la luz de sobra de 100.000 antorchas fue una escena que conmovió al Pontífice, que decidió asomarse a la ventana. Les dijo a sus socios más cercanos que solo daría una bendición. Pero entonces, en ese instante tan excepcional de la vida de la Iglesia, pronunció un alegato improvisado que tocó el corazón de todos. “Queridos hijos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero condensa la voz de todo el mundo entero; todos están representados aquí. Incluso la luna semeja haber anticipado esta noche, ¡cuidado! – para contemplar este espectáculo”. “Esta mañana”, explicó el Papa Juan, “fue un espectáculo que no la basílica de San Pedro, que tiene 4 siglos de historia, podría contemplar nunca”. Entonces resuenan otras palabras que quedarán marcadas para toda la vida. “En el momento en que regreses a casa, hallarás a tus hijos; acaricien a sus hijos y digan: ‘esta es la caricia del Papa’. Hallarás algunas lágrimas para secar. Haz algo, di una aceptable palabra. ‘El Papa está con nosotros, singularmente en los instantes de tristeza y amargura’”.

El Papa Juan XXIII durante el discurso de apertura

El Papa Juan XXIII durante el alegato de apertura

Los documentos del Consejo

El trabajo del Concilio Ecuménico Vaticano II se articuló en 4 sesiones. Este capítulo fundamental en la narración de la Iglesia se tradujo en cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres Afirmaciones. La Constitución Dogmática sobre la Iglesia es el documento más solemne de todo el Concilio. Comienza con las expresiones “Lumen gentium” (luz de los pueblos): “Sino más bien porque la Iglesia, en Cristo, es como un sacramento, o signo, y el instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano , quiere, siguiendo los Concilios anteriores, manifestar con mayor insistencia, a los leales y al mundo entero, su naturaleza y misión universal. La Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, que empieza con las expresiones ‘Dei Verbum’, toca los fundamentos mismos de la fe de la Iglesia: la palabra de Dios, su revelación y su transmisión. La Constitución ‘Sacrosantum Concilium’ esboza los principios generales para la reforma y promoción de la liturgia. La Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo consta de una primera parte sobre la vocación del hombre y una segunda parte sobre algunos inconvenientes mucho más apremiantes.

Apertura del Concilio Vaticano II

Apertura del Concilio Vaticano II

Los Papas y el Concilio

“Un acontecimiento de felicidad para la Iglesia y para el mundo”. El Papa Francisco escribió en el prefacio del libro que se titula “Juan XXIII. Vaticano II un Concilio para el Planeta”. “Del Concilio Ecuménico Vaticano II hemos recibido mucho. Profundizamos, por poner un ejemplo, en la relevancia del pueblo de Dios, categoría central en los contenidos escritos conciliares, recordada hasta 184 ocasiones, lo que nos ayuda a entender que la Iglesia no es una élite de sacerdotes y personas consagradas y que cada el bautizado es sujeto activo de evangelización”. Para Benedicto XVI, el Concilio Vaticano II fue un “nuevo Pentecostés”. Esperábamos que todo se renovase”, dijo a los curas en Roma el 14 de febrero de 2013, “que enserio vendría un nuevo Pentecostés, una exclusiva era en la Iglesia (…) que parecía una realidad del pasado y no la portador del futuro”. Y en ese momento esperábamos que esa relación se renovara, que cambiara; que la Iglesia vuelva a ser una fuerza para mañana y una fuerza para hoy”. San Juan Pablo II en su Carta Apostólica Nuevo Milenio Ineunte llama al Concilio “la gran gracia de la que se ha beneficiado la Iglesia en el siglo XX: nos da una brújula segura para orientarnos en el sendero del siglo que en este momento comienza”.

En la clausura del Concilio, el 8 de diciembre de 1965, en su “saludo universal”, San Pablo VI destacó que “absolutamente nadie es extraño a la Iglesia católica”: “He aquí, este es nuestro saludo”: Que se ilumine en nuestros corazones esta novedosa chispa de caridad divina; una chispa que logre prender los principios, las doctrinas y las proposiciones que preparó el Concilio y que, de esta manera inflamadas de caridad, logren efectuar realmente en la Iglesia y en el mundo esa renovación de pensamientos, de actividad, de prácticas, de fuerza moral, de alegría y de promesa. , que era el propósito mismo del Concilio”.

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