Fray Cantalamessa: “¡Mujer, éste es tu hijo! María,

Fray Cantalamessa: “¡Mujer, éste es tu hijo! María,

En esta cuarta mediación de Cuaresma, el capuchino reflexiona sobre los títulos de María como “Madre de Dios, “Madre de los fieles”, “Madre de los cristianos, como Madre nuestra”.

localidad del Vaticano

“¡Mujer, este es tu hijo!” Estas expresiones que Jesús desde la cruz dirigió a su madre guiaron el cuarto sermón de la Cuaresma 2020 de Fray Raniero Cantalamessa, este viernes (04/03).

En esta mediación, el capuchino reflexiona sobre los títulos de María como “Madre de Dios, “Madre de los leales”, “Madre de los cristianos, como Madre nuestra”.

“Madre de Dios” es un título ceremoniosamente definido; se apoya en una maternidad real, no sólo espiritual; tiene una relación muy estrecha y, por cierto, necesaria con la realidad central de nuestra fe, que es Jesús Dios y Hombre en una misma persona.

Es un título universalmente recibido en la Iglesia.

“Madre de los fieles”, o “Madre Nuestra”, es un título que señala una maternidad espiritual; tiene una relación menos angosta con la realidad central del Credo; es imposible decir que haya sido recibido en el cristianismo “en todas y cada una partes, siempre y en todo momento y por todos”, pero refleja la doctrina y la piedad de algunas Iglesias, particularmente de la Iglesia católica, pero no solo de ella”, dijo el fraile capuchino.

Las palabras de Jesús a María: “Mujer, este es tu hijo”, ya Juan: “Ésta es tu madre”, tienen ciertamente un concepto inmediato y concreto.

Jesús da María a Juan y Juan a María.

Las expresiones de Jesús describen a veces algo ya presente, esto es, revelan lo que hay; a veces crean y ordenan existir lo que manifiestan.

A este segundo orden pertenecen las palabras de Jesús dirigidas a María y Juan en el momento de la muerte.

Dicho: Este es mi cuerpo…, Jesús transformó el pan en su cuerpo; así asimismo, con las debidas des, diciendo: Esta es tu madre Es Este es tu hijo Jesús hace de María la madre de Juan y de Juan el hijo de María.

Jesús no solo proclamó la novedosa maternidad de María, sino que la instituyó.

Esto, ya que, no viene de María, sino más bien de la Palabra de Dios; no se apoya en el mérito, sino más bien en la gracia.

María en el Concilio Vaticano II

La doctrina católica tradicional de María Madre de los cristianos recibió una exclusiva formulación en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II.

El Concilio asimismo se preocupó por determinar exactamente el concepto de la maternidad de María.

Al lado del título de María Madre de Dios y de los fieles, la otra categoría fundamental que el Concilio empleó para aclarar la función de María es la de modelo o tipo.

“En razón de la felicidad de la maternidad divina y de la misión por la que está unida a su Hijo Redentor, y en razón de sus gracias y funciones únicas, la Muy santa Virgen está también íntimamente relacionada con la Iglesia”.

Con ello, el Concilio, no sin sufrimientos y lesiones, como es inevitable en estas situaciones, causó una profunda renovación en la mariología de los últimos siglos.

El discurso sobre María ya no es aislado, tal y como si ella ocupara una situación media entre Cristo y la Iglesia, sino se regresa a situar en el ámbito de la Iglesia, como había sido en tiempo de los Santurrones Progenitores.

María se considera, como S.

Agustín, como el más increíble miembro de la Iglesia, pero miembro de ella, no fuese ni por encima de ella.

Poco después del Concilio, San Pablo VI desarrolló aún más la idea de la maternidad de María en relación con los leales, atribuyéndole, explícita y ceremoniosamente, el título de Madre de la Iglesia.

“A partir de esa hora, el acólito la tomó para sí”

Contemplar a María como “nuestra madre” requiere una app práctica especial.

“Evidentemente no consiste en imitar a María, sino más bien en acogerla.

Debemos imitar a Juan, llevando a María con nosotros en nuestra vida”, ha dicho fray Cantalamessa.

¿Quién puede decir lo que significó para el discípulo a quien Jesús amaba tener a María con él en el hogar día y noche? ¿Rezar con ella, comer con ella, escucharla en el momento en que charlaba a los fieles, festejar con ella el misterio del Señor? ¿Se puede meditar que María vivió en el círculo del discípulo amado por Jesús, sin haber influido en el retardado trabajo de reflexión y profundización que condujo a la redacción del Cuarto Evangelio? Parece que, en la antigüedad, Orígenes al menos intuyó el misterio que subyace a este hecho y al que los estudiosos y críticos del Cuarto Evangelio y los estudiosos de sus fuentes por norma general no prestan atención.

El escribe:

“La primicia del Evangelio es la de Juan, cuyo concepto profundo no puede ser captado por nadie que no haya acostado su cabeza sobre el pecho de Jesús y no haya recibido de él a María como su madre”[1].

Ahora nos preguntamos: ¿qué significa para nosotros, en concreto, acoger a María en nuestra casa? Este, creo, es el sitio donde colocar el núcleo sobrio y sano de la espiritualidad montfortiana de la entrega a María.

Consiste en “realizar todas y cada una de las obras por María, con María, en María y para María, para poder realizarlas de la forma más perfecta por Jesús, con Jesús, en Jesús y para Jesús”.

O sea, en sentido espiritual, recibir a María con vosotros: recibirla como compañera y consejera, a sabiendas de que ella sabe mejor que nosotros cuáles son los deseos de Dios para con nosotros.

Si aprendemos a consultar ahora escuchar a María en todas y cada una de las cosas, ella se transforma para nosotros en la incomparable profesora de los caminos de Dios, una profesora que enseña interiormente, sin el alboroto de las expresiones.

No es una posibilidad abstracta, sino una realidad experimentada, el día de hoy como ayer, por incontables ánimas.

“El coraje que tuviste…”

El fraile capuchino concluyó su contemplación de María en el secreto pascual, en la cruz, dedicándole “un pensamiento como modelo de fe y promesa.

Llega un instante en la vida en que necesitamos una fe y una promesa como la de María.

Llega un momento en la vida en que es requisito tener fe y promesa como la de María.

Es entonces cuando semeja que Dios por el momento no escucha nuestras súplicas, cuando parece que se desmiente a sí mismo y a sus promesas, cuando nos hace ir de derrota en derrota, y los poderes de las tinieblas semejan vencer en todos y cada uno de los frentes.

a nuestro alrededor, y es a la noche en nosotros, como en aquel día “sobre toda la tierra”.

En el momento en que, como afirma un salmo, parece “haber olvidado la piedad, y la furia ha cerrado su corazón”.

En el momento en que llegue ese momento, acordaos de la fe de María y clamad como otros: “¡Padre mío, por el momento no te entiendo, pero en ti confío!”

Esperamos que le gustara nuestro articulo Fray Cantalamessa: “¡Mujer, éste es tu hijo! María,
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
Cosas interesantes de saber el significado : Dios