Alphonse Borras, Vicario General de la Diócesis de Lieja (Bélgica) y Profesor Retirado de Derecho Canónico de la Universidad de Lovaina, aborda temas relacionados con el ministerio presbiteral hoy en día. Para las ediciones dehonianas escribió “Il diaconato, vittima de ella sua novità?” (‘El diaconado, bajo el peligro de su novedad’. Lisboa: Ed.Paulinas, 2012). Sobre la carencia de sacerdotes y cómo hacer frente a esta situación de emergencia, le mandamos algunas cuestiones.
La entrevista es de Lorenzo Prezzi, publicada por Settimana News, 2017-03-21. Traducido por Luisa Rabolini
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Aquí está la entrevista!
Monseñor Borras, usted escribió un libro esclarecedor para las ediciones de Mediapaul “Quand les prêtes viennent a manquer” (‘Cuando faltan los curas’ en traducción libre), volviendo a un tema ahora abordado por el p. J. Kerkhofs en su obra de 1995, “Europa senza preti” (‘Europa sin curas’, traducción libre). ¿Por qué razón considera ilusoria la expectativa de un aumento significativo de las vocaciones sacerdotales en Occidente?
A fines de la década de 1950, Karl Rahner fue el primero (y tras él vinieron otros teólogos) en hacer un diagnostico el fin del cristianismo, o sea, una Iglesia en la diáspora, y después, cada vez más a lo largo de la década de 1990, varios episcopados de Europa occidental y Quebec ( Canadá) compartieron exactamente el mismo diagnóstico. Juan Pablo II aceptó también esta convicción con relación a las Iglesias de antigua tradición cristiana en nuevo milenio ineunte (n. 40). Si la captación sacerdotal en la Iglesia latina, desde el segundo milenio, y en especial después del Concilio de Trento, se dirige a jóvenes solteros, ello hay que en parte a las condiciones culturales y eclesiales de un planeta cristiano. Aceptar que esta condición fué superada significa admitir los límites de un reclutamiento que correspondía a las condiciones concretas de la Iglesia de cristianitas. En los siglos del cristianismo, donde el espacio espiritual tendía a encajar con el espacio civil, el clero era una condición que, en una sociedad en fusión con la Iglesia, confería un estatuto jurídico y un papel popular. Estatuto y papel que iba más allá y, ocasionalmente, junto a la misión estrictamente ministerial de ser útil a la Iglesia y su misión.
Sin choque predecible
En mi humilde opinión, no es realista aguardar una reanudación significativa de las vocaciones sacerdotales, teniendo en cuenta múltiples causantes. Señalaré tres que merecen mayor análisis.
En primer sitioestá el aspecto social y cultural, es decir, la erosión del cristianismo como régimen sociológico en conexión con la evolución sociocultural de la posmodernidad y la globalización.
Entonces está la evolución de las novedosas generaciones: demográficamente, los jóvenes son mucho menos varios, en proporción, que hace apenas 40 años; en su avance psicoafectivo, como les sucedía a los jóvenes de 18 años que consideran elogiable culturalmente hablando la abstinencia sexual.
Desde un punto de vista eclesial, los procesos de catequesis y la vida social se centran en el desarrollo espiritual en concepto de un sendero personal en la experiencia de fe mediante la iniciativa individual que construye dinámicamente, ahora veces dialécticamente, nuestra identidad. El individuo debe, en este sentido, “convertirse” en católico, ¡y probablemente mantenerse así! – eminentemente por idea propia y por el momento no como resultado de una socialización basada en la religiosidad civil; jóvenes y adultos que “decidieron” hacerse cristianos –y lo prosiguen siendo– están “en sendero”, cuestionando y ahondando su experiencia, y en ocasiones poniéndose “en espera”; registran su evolución religiosa de forma dinámica, como una espiral, y no según una perspectiva lineal donde todo confluye hacia una construcción estable de la propia identidad personal y cristiana.
Si, como ha dicho el Papa Benedicto XVI, ahora poseemos un cristianismo de elección, es ingenuo pensar, para la mayor parte de las personas, que la elección se produce en el final de la adolescencia: la realidad nos enseña, en especial en la experiencia de los “principiantes” (personas que vuelven al cristianismo tras un período de alejamiento) – que la experiencia cristiana se lleva a cabo en una maduración por etapas en el tiempo. El tiempo de las considerables selecciones por el momento no está relacionado al periodo de la educación superior…
Esto no quiere decir que no haya jóvenes capaces de contestar a la llamada de poner su historia al servicio del Evangelio, de la Iglesia y de su misión; pero son y van a ser menos varios que antes. No creo que debamos esperar otra década para comenzar un enfrentamiento franco sobre el tema, estimando que con el Papa Francisco es viable charlar más libremente. Su reciente entrevista con Die Zeit Es importante…”
¿Qué es lo que significa la distinción entre “precariedad relativa” en el número de sacerdotes en una iglesia local y “precariedad absoluta”?
Es una distinción que tomo de 2 colegas teólogos franceses, Marie-Thérèse Desouche y Prof. Jean-François Chiron. Analizando los cambios en curso en Francia, identificaron, en 2011, 2 situaciones de escasez de curas; por una parte, la “relativa precariedad” con un número de curas menor al ideal, pero con otros elementos, mayoritariamente ayudantes laicos con disponibilidad para la activa pastoral; y, por otro lado, la situación de “absoluta precariedad”, donde el obispo diocesano próximamente no pudo “disponer del mínimo de sacerdotes capaces de asumir las misiones fundamentales”. ¿Qué realizar en los dos casos? Lo que podría marchar para la primera situación no se dice que ande también para la segunda.
Mi libro es una convidación a pensar sobre una Iglesia que va a tener menos curas. La realidad nos ordena a llevarlo a cabo, tanto en Francia como en otros países de Europa Occidental y América del Norte. La disminución del número de curas se está acentuando en múltiples diócesis e incluso en varias provincias eclesiásticas. Esto se acentúa en las zonas rurales y mucho más alejadas de las ciudades. En semejantes circunstancias, ya se superó la “precariedad relativa”; en algunas diócesis próximamente se alcanzará el nivel de “absoluta precariedad”. Sumo mi voz a la de los dos teólogos citados; Pienso que se necesita con urgencia un reconocimiento serio de la verdad. En caso contrario, seguiremos pecando por ceguera… ¡facultativa!”.
Hombres, no territorios
Se hicieron múltiples intentos para solucionar la carencia de curas. ¿Podría precisar ciertas características de cada solución?
Antes de determinar algunos puntos, quisiera resaltar el axioma que recorre toda la reflexión de mi libro: “Iglesia es donde están los bautizados; la parroquia es donde están los feligreses”. Es de suma importancia estimar, ante todo, a la red social eclesial; recibe, acepta y transmite el Evangelio comunicado, festejado y testimoniado. Debemos partir de la primacía del “sujeto” eclesial en el que se sientan los bautizados, pastores y demás ministros y, en la variedad de sus vocaciones, carismas y ministerios.
En lo personal, insisto en los bautizados “en su variedad” de caminos y caminos en una Iglesia que se entiende como cuerpo permixtum, como le gustaba decir a San Agustín, donde hay, al tiempo, fervorosos, interesados, ocasionales, estacionales, componentes, místicos, etc. Vemos sus signos predecesores en el Nuevo Testamento, especialmente en los Evangelios, donde distintas y distintos conjuntos de personas entran en relación con Jesús de Nazaret, como la multitud, la gente anónimas en contacto con él, los acólitos, los doce apóstoles. y algunos más próximos como Peter, James y John. Me agrada insistir en el carácter variado, mestizo, mestizaje del pueblo de Dios para eludir la tentación de la amenaza de los puros y la amenaza sectaria. Esto es cierto para cada comunidad eclesial, incluida la parroquia. Las personas que se relacionan de una manera u otra con la Iglesia, al igual que quienes se comprometen con ella, lo hacen con diferentes bases motivacionales, que determinan su identificación o, por lo menos, su relación con la Iglesia católica. La pertenencia a lo eclesial es dinámica en concepto de biografía, sendero, camino. Hoy mucho más que jamás. Pero cada uno de ellos está en camino, siempre y en todo momento por el hecho de que ha sido llamado a la conversión para convertirse y mantenerse cristiano. Es, por consiguiente, una obra primordial que debe ponerse en práctica para nutrir y desarrollar la fe de los leales, apoyando y animando el testimonio de las comunidades en sus respectivos ámbitos. Sin tal consideración por el sujeto primario de la misión, es decir, la red social eclesial, todo aspecto pierde su rigidez y, sobre todo, su actualidad.
coordinadores pastoral
¿Y la utilización de laicos como organizadores de equipos pastorales?
Hay dos hipótesis. Tanto la hipótesis de que estos coordinadores asuman el papel de coordinar el trabajo del equipo pastoral para favorecer su misión de angosta colaboración pastoral en la función pastoral del pastor, en la preparación de los encuentros, en su activa, en su marcha, etcétera.; como segunda hipótesis, donde los organizadores ejercitan su ministerio en ausencia del párroco en el sentido exacto del canon 519, pero en el contexto de la fórmula sustitutiva según el canon 517 § 2, en la figura de un presbítero “moderador ”, esto es, responsable del servicio pastoral, pero sin ser párroco.
En el segundo caso, el coordinador acepta el papel de dirección de vida y testimonio de las comunidades interesadas, administrando el deber de los laicos voluntarios y agentes pastorales (o sea, empleados potenciales). En Francia, múltiples diócesis, al no tener suficientes curas para el papel de párrocos para las unidades pastorales o novedosas parroquias –en los dos casos una realidad compartida por múltiples iglesias– hicieron uso de esta novedosa figura del coordinador pastoral.
Es una solución para hacer en frente de la escasez… pero, a corto plazo, va a crear problemas, pues, pese a la utilidad del servicio de los coordinadores, se está generando una separación entre la dirección pastoral y la dirección eucarística. En la tradición eclesial, la dirección de la Eucaristía se ajusta a quien acepta la dirección de la comunidad y no del revés. La Eucaristía no es solo para la satisfacción de la devoción individual, sino es la acción por medio de la que la red social eclesial se configura como cuerpo de Cristo. La participación o comunión con el cuerpo eucarístico de Cristo da rincón a la comunión o participación en el cuerpo eclesial de Cristo”.
curas extranjeros
Y la utilización de sacerdotes extranjeros (primero de Europa del Este, ahora de África y Asia)…
La utilidad de estos sacerdotes es evidente: las diócesis los precisan. Por lo general, encajan bien en comunidades donde sus características humanas y su especial sensibilidad hacia la gente mayores los hacen bien admitidos. Son aún más apreciados, ya que dejan la continuación de la Eucaristía, que sin ellos sería aún mucho más rara. Pero no se pueden ignorar los problemas de integración en el presbiterio y, desde allí, en la realidad de la diócesis, en su crónica, cultura, costumbres y tradiciones, etcétera. Su presencia requiere claramente discernimiento, pero también pide acompañamiento y formación. Sabiendo que las diócesis ya no pueden tener sus propios curas indígenas, ¿qué hay que tomar en consideración al recurrir a sacerdotes extranjeros?
La primera pregunta es si la presencia de estos sacerdotes no nativos ayuda a la catolicidad de nuestras Iglesias locales. Esto supone la intención de insertarse en este lugar, participando ciertamente de la realidad de la diócesis y de su destino. En este contexto, predomina la memoria de la Iglesia local: ¿hasta qué punto puede ser asumida por un clero alóctono cada vez más numeroso? Debemos confiar en su aptitud para ingresar de lleno en el espíritu de la Iglesia diocesana, para percibir lo que caracteriza su propia originalidad en el contexto mucho más extenso de la civilización circundante. Aparte de su buena intención y de las condiciones convenientes para su integración, estos sacerdotes –por lo menos los llamados a quedarse de manera permanente con nosotros– serán y seguirán siendo “mestizos”, al mismo nivel que el resto inmigrantes; no del rincón pero, tampoco, de extraños.
discernimiento necesario
Por consiguiente, es crucial ejercer el discernimiento preciso para su inclusión, especialmente en el momento en que se anuncia como duradera, si no perpetua. Tal discernimiento no puede, por tanto, ponerse un límite a las cualidades humanas y espirituales de los sacerdotes extranjeros. Va a haber que comprobar su capacidad para inscribirse en un nuevo cosmos cultural y, mucho más aún, su capacidad para entrar en el carácter propio democracia que caracteriza nuestras prácticas eclesiales en Europa Occidental. Es necesario considerar el preciso arraigo de estos sacerdotes alóctonos en nuestras diócesis para comunicar la memoria eclesial y promover la catolicidad. Pero al mismo tiempo, estos sacerdotes que vienen del exterior traen consigo sus carismas, biografías concretas, caminos de fe, vivencias de Iglesia, etcétera. Es decir, con origen en nuestras diócesis, contribuyen al trueque de recursos espirituales con los fieles locales, a su enriquecimiento evangélico ya la comunión de nuestras diócesis con toda la Iglesia. El Papa Francisco nos recuerda enfáticamente que “la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia” (EG 117).
La segunda cuestión es, por tanto, comprender en qué medida nuestras comunidades tienen la posibilidad de ser tocadas, interpeladas o transformadas por la aportación de estos sacerdotes, pero asimismo, dado el flujo migratorio, por otros fieles alóctonos. Dado que estos otros fieles, incluidos los sacerdotes, están entre nosotros, ¿de qué forma podemos comunicar el Evangelio con ellos aquí y ahora? Es un verdadero “trabajo” análogo al embarazo. Es un trabajo en un largo plazo, por el hecho de que solo puede ofrecer frutos después de algunos años, o aun décadas.
Sabiendo lo ya mencionado, la contribución de los curas no nativos debe ayudar a vivir “la conversión pastoral y misionera” (cf. EG 5-27, 30-32, 97). Es con ellos que tenemos que trabajar por la catolicidad de la Iglesia local y, en particular, por el “nosotros” del presbiterio, que no puede pensarse como una división entre autóctonos y no nativos. Ante la escasez de curas locales, acoger a estos sacerdotes de fuera no soluciona por sí mismo la precariedad de las diócesis. Estos tienen que fomentar las condiciones para acoger a los candidatos locales al sacerdocio”.
diáconos y monjas
¿E invertir en los diáconos como responsables del cuidado de la pastoral territorial?
Los diáconos no están premeditados aviso sacerdocio, a la dirección eclesial eucarística (cf. cánones 1008 y 1009 § 3). Sin embargo, existe una diversidad de perfiles diaconales, según las necesidades de la comunidad; ciertos de ellos están mejor ajustados con un perfil basado en la dinámica de las comunidades y la dirección de la oración. El Vaticano II no excluyó este papel de los diáconos, ya que los padres conciliares tuvieron como modelo a los catequistas de las Iglesias jóvenes para proyectar el restablecimiento del diaconado permanente. Además, hoy no deberíamos excluir tal oportunidad, pero si todos y cada uno de los diáconos empiezan a ejercer un papel de liderazgo, existirá alguna preocupación por mantener el restablecimiento del diaconado persistente. Sería teológicamente mucho más coherente que los cripto-ancianos fueran organizados sacerdotes.
¿Reconocen la responsabilidad pastoral de los religiosos?
No lo descartaría. En los países del norte de Europa, el colapso de las vocaciones “apostólicas” femeninas hace que este sea un evento improbable. Según el carisma de su congregación, que puede, por servirnos de un ejemplo, apoyar la pastoral parroquial, estos religiosos tienen la posibilidad de localizar su rincón en un equipo pastoral, eventualmente como coordinadores de la unidad pastoral (véase mucho más arriba). Sería problemático generalizar la utilización de religiosas ante el problema ahora mencionado, esto es, la separación entre dirección eclesial y dirección eucarística. Subrayo que no basta con “repartir la sagrada Comunión”, como se hace en las comunidades latinoamericanas… Lo que hay que salvaguardar es la acción eucarística en su conjunto, por la que el Pueblo de Dios “toma cuerpo”, en Cristo, por medio del Espíritu. , en torno a la mesa doble de la Palabra y el pan!
Monseñor Borrás, ¿por qué considera oportuno como solución “excepcional” recurrir a “viri probati” y sugerir llevarlo a cabo antes de que la Iglesia local desaparezca?
Considero que durante los siglos, la disciplina del clero célibe se generalizó después de las decisiones de los Concilios Lateranenses III (1179) y IV (1215) y fue relanzada por el Concilio de Trento, instante en el que todavía existía, pese al derecho canónico, sacerdotes concubinos. Reservar el sacerdocio para los célibes fue el resultado de una investigación espiritual y pastoral del vínculo entre ministerio y celibato: es un tesoro de la Iglesia católica latina que aún puede mostrar toda su riqueza de concepto: disponibilidad profesional, distribución mucho más intensa a los leales , solidaridad con los célibes “forzados” por la presencia, expresión de un don de la persona entera por la adhesión a Cristo, signo de que Dios puede ocupar una vida, sentido escatológico que revela el carácter efímero de la presencia y adelanta la promesa de una plenitud de vida vida – Dios todo en todo – y considerablemente más. Un tesoro para ser apreciado.
Por otro lado, las Iglesias no católicas o comunidades eclesiales redescubren el interés y el alcance de un ministerio eclesial vivido en la celibato. Sería lamentable que la Iglesia católica latina cambiara su especialidad general. Pero, por las circunstancias pastorales y, más que nada, por las necesidades funcionales de la dirección eclesial y eucarística, ¿no podrían aceptarse probables salvedades por el bien de las ánimas, ley suprema de la Iglesia? Incluso si fuesen numerosos, seguirían siendo excepciones. mutatis mutandis, como, por servirnos de un ejemplo, los varios matrimonios mixtos por disparidad de culto que no son la regla, sino más bien el resultado de una excepción por dispensa del derecho eclesiástico. La mayor parte de estos matrimonios hoy no cuestionan el buen fundamento de la regla.
“Viri probati”
Por el bien de los fieles y de sus comunidades, pueden preverse salvedades al celibato sacerdotal. Quisiera que el Papa, por servirnos de un ejemplo, a través de una motu proprio, puede declarar que no se reserva para sí la dispensa del impedimento al matrimonio, y que da la oportunidad de acordarlo a las Conferencias Episcopales o a las Provincias eclesiásticas. Ahora en su discurso del 17 de octubre de 2015, el Papa Francisco mencionó que las cuestiones disciplinarias, según las necesidades de la Iglesia local, podrían ser resueltas por las Charlas Episcopales.
Con la dispensa autorizada, los obispos interesados podrían concretar a los hombres en matrimonio que elegirían para ser ordenados. En algunas diócesis más necesitadas, los obispos podrían optar por los mismos diáconos que conocen, y cuya fe y celo pastoral aprecian. Esto supone un sólido discernimiento para no eliminar la renovación del diaconado permanente.
Por eso es muy importante que esto se discuta a nivel de las Conferencias Episcopales o de las provincias eclesiásticas para eludir caso por caso, con obispos que presentarían de manera directa a Roma sus viri probati. Al final, entre el instante en que el Papa toma esta decisión y la ordenación del primer hombre casado, transcurrirán algunos años. Tiempo suficiente para preguntarnos: ¿qué género de presencia de iglesia necesitamos? ¿Qué tipo de sacerdote deseamos y para qué exactamente misión en el planeta de hoy? … Resumiendo, llamar a uno u otro hombre casado a la ordenación sacerdotal, previendo que un día va a ser viable, no debe hacerse a cargo de una reflexión general sobre el sentido de la misión de la Iglesia y su servicio de dirección eclesial y eucarística.
El Padre H. Legrand escribió en 1978: “Intervenir demasiado tarde en comunidades anémicas, cuando los instrumentos de formación ahora están enrarecidos, puede lograr que tal resolución sea totalmente ineficaz”. Y el compañero agregaba: “Una ley general sobre la materia no es lo ideal: el análisis estricto de las situaciones locales semeja, desde un criterio cristiano y pastoral, más prudente”. Mi propuesta de encomendar la dispensa del impedimento matrimonial a las Conferencias Episcopales va precisamente en esta dirección”.
mujer sacerdote
¿Qué se puede decir, según el magisterio y la conciencia eclesial de el día de hoy, sobre la ordenación de mujeres?
“Es un tema “inevitable”: protegerse con la etiqueta “determinante” puede ofrecer la impresión de que la Iglesia es intelectualmente incapaz de pensar en las condiciones de su misión. Las mutaciones antropológicas en curso –la igualdad de los sexos se convirtió en una especie de “virtud cardinal”– requieren la experiencia cristiana y su capacidad de reinterpretarse en contacto con el medio ambiente. La teología no fue una repetición de verdades absolutas y eternas, sino más bien un incesante diálogo y reinterpretación con la sociedad contemporánea.
Un diálogo no siempre honorable; la historia de la teología lamentablemente testimonia la presencia de periodos de “reiteración haciendo referencia a sí mismo” de declaraciones doctrinales. Esto no deja de tener secuelas cuando se trata de regresar a pensar teológicamente sobre la ordenación de mujeres cristianas. Lo que está en juego no es sólo la credibilidad de la teología, sino la capacidad de la red social eclesial para repensarse en el planeta de el día de hoy. El debate sobre la eventualidad de la ordenación debe (o debería) combatir primero el androcentrismo ambiental, las fabricantes de discriminación patriarcal vinculadas a la diferencia y, principalmente, la subordinación sexual de las mujeres. Es hora de emprender una crítica -teorética y práctica- del androcentrismo y sus secuelas en la vida eclesiástica.
La segunda etapa de la reflexión teológica sobre el tema es estimar los distintos argumentos para negar la ordenación de la mujer cristiana y, sobre todo, sus capitales hermenéuticos. La Iglesia no se considera “autorizada” a cambiar de posición…, pero una cuenta serena, reflexiva, reflexiva, de los presuntos argumentativos empleados, abrirá el camino a una apreciación mucho más equilibrada del asunto. Por ahora, el sacerdocio está guardado para los hombres. Para nuestros propósitos, no existe un remedio a corto plazo para la escasez de sacerdotes al considerar la oportunidad de la ordenación de mujeres.
Las mujeres son, sin embargo, la enorme mayoría de los laicos que todos los días dan testimonio del Evangelio. En verdad, en términos de servicios fundamentales para la misión de la Iglesia, representan un cuerpo importante de ayudantes pastorales. Tu colaboración está relacionada a tu personalidad, gustos y afinidades, experiencia de vida, historia personal, y no sólo a tu sexo, comprendido aquí como género (o ‘sexo social’), ni a las especificaciones culturales (estereo) propias de la feminidad.
Su contribución no se reduce al supuesto carácter “femenino” de las tareas y responsabilidades que se les encomiendan. Naturalmente, son reconocidos por un tipo de liderazgo mucho más dinámico, porque es más relacional, transformador, con la capacidad de involucrarse emotivamente mediante la atención, la disponibilidad, la gratuidad, la empatía, pero también por medio de la aptitud de construir el todo y estrechar lazos. Su liderazgo más interactivo fomenta la participación y fomenta la resolución de enfrentamientos.
En el actual contexto de cambio, y debido a una eclesiología participativa, ¿no sería este el estilo de liderazgo mucho más aguardado? Todo lo mencionado nos remite al hecho fundamental de la corresponsabilidad bautismal de todos por la misión.
alén del temor
Para posibles elecciones futuras, ¿cuánto tienen la posibilidad de pesar el tradicionalismo, el eclesiocentrismo y el clericalismo?
Tras una cautelosa reflexión, me da la sensación de que el común denominador de estas tres actitudes que empapan la vida de la Iglesia es… ¡el miedo! Primero, el tradicionalismo. Es el miedo a afrontar con seguridad el presente, que es el tiempo que se nos obsequia para vivir, concretamente, la existencia de Dios en el mundo de el día de hoy. No hay razón para pensar que el Dios católico, el Dios de un pueblo abrahámico, sea menos leal el día de hoy que entonces.
El eclesiocentrismo es el temor de confrontar a la presencia de todo el mundo en el que la Iglesia está llamada a comunicar las maravillas de la salvación, miedo de ingresar en diálogo con el el día de hoy, de estudiar de nuestros contemporáneos para buscar y conocer con ellos las huellas del Reino ; es asimismo el miedo a partir, el temor a vivir nuestro ADN, que es la misión. Afirma el Papa Francisco, ¡la Iglesia no tiene su fin en sí!
Finalmente, el clericalismo asimismo está marcado por el miedo: el de los laicos, el miedo a perder el poder, el miedo a ser interpelado o cuestionado, el temor a caminar humildemente con nuestros hermanos y hermanas en la fe, así como a ser enseñados por ellos. sensus fidei fidelium. Al fin y al cabo, el temor de ser bautizados como el resto, oyendo la Palabra, limosneando el pan eucarístico, ¡nutriendo a todo un pueblo en su camino!
El modelo de ejercicio del ministerio sacerdotal está cada vez más basado en el párroco.
¿Podría ser diferente?
La diversidad siempre ha existido. No debe pensarse “en sí”, sino en concepto de comunidad, es decir, en concepto de predisposición de la Iglesia local –en todos y cada rincón– por medio de una pluralidad de comunidades. Y, primeramente, la parroquia: garantiza una gran parte de la visibilidad de la Iglesia local; es la “casa abierta”, la “fuente para todos”, el “redil” para los que desean llegar. La pastoral en la parroquia, más claramente que en los movimientos y asociaciones, nos pone en contacto con personas que no elegimos, que nos fueron confiadas tal como son y no como nos agradaría que fuesen (o como soñaría el movimiento) . Afirma François Moog, un compañero de pastoral en París, es el ‘privilegio dado a los pobres’: cualquiera que esté en ‘algún sitio’ por estar en ‘algún rincón’ puede sentirse como en casa, en la Iglesia como una fácil vivienda.
La parroquia no es el único lugar para ser una parte del Evangelio anunciado, celebrado y testimoniado. El Papa Francisco nos recuerda: ‘La parroquia no es una estructura anticuada’ (EG 28). La institución de la parroquia se reestructura en novedosas figuras. Pero, como anteriormente, asimismo tenemos que contar con la presencia y la inferencia de otras realidades de la Iglesia, que, a su vez, permiten que la Iglesia se realice en otros lugares: santuarios, academias, hospitales, capillas hospitalarias, penitenciarias y institucionales, medios de comunicación católicos, centros de capacitación, monasterios y abadías, etc. En contraste al pasado, estas realidades eclesiales son ocasionalmente la puerta de acceso a un primer o regular acceso a la vida de la Iglesia y al tesoro de la fe.
Son lugares que no excluyen la parroquia, que guarda su singularidad, es decir, territorialidad y catolicidad. Pero el día de hoy, más que ayer, en especial en las ciudades, es en estos sitios donde nuestros contemporáneos, en la cima de las contrariedades de la vida, descubren algo de la riqueza del Evangelio, caminan al lado de otros creyentes y profesan la fe de la Iglesia. . Estos sitios se tienen dentro en el fantasma plural del anuncio del Evangelio en una Iglesia local. Se ajusta a la autoridad episcopal, en razón de su ministerio de unidad, fomentar y garantizar su articulación, o mejor, la comunión entre las diferentes realidades eclesiásticas.
De paso, hay que decir que a nadie se le escapa que estas otras realidades eclesiales no pueden contar con tantos curas como anteriormente. Pero la experiencia nos enseña que, en la mayor parte de ellos, los leales que forman parte personalmente contribuyen a su vitalidad y desarrollo. Los sacerdotes siguen siendo reconocidos en su función: son el vínculo entre ellos y el resto de la diócesis en virtud de su pertenencia al mismo presbiterio, encabezado por el obispo.
antes del aviso
¿La urgencia de la evangelización y las resoluciones de cara al futuro tienen la posibilidad de sustentar una discusión valiente y libre sobre el ministerio ordenado?
Aparte de la divulgación mediática y magisterial del Papa Francisco, podríamos preguntarnos si las Iglesias locales y sus pastores son bastante conscientes del discernimiento indispensable para conseguir nuevos caminos para la misión. Tengo la impresión de que la palabra del Papa transmite seguridad, pero que no se toman suficientemente seriamente las condiciones de la misión, las cuestiones de nuestros contemporáneos “que viven entre nosotros”, las demandas concretas de transformarse en “discípulos-misioneros” (EG 120). Lo que creo más esencial en mi libro no son las resoluciones o recetas para hacer lo mismo con menos curas, sino involucrar la naturaleza intrínseca de toda la comunidad eclesial.
La urgencia de la evangelización abre una valiente discusión sobre la misión. Ciertamente requerimos curas. ¿Pero para qué misión o metas? El texto recomienda una segunda pregunta igualmente fundamental: curas sí, pero ¿para qué comunidad? Esto pone en cuestión la Iglesia y el testimonio de los bautizados en el planeta de hoy. ¿Deberíamos estar realmente preocupados por la escasez de curas? ¿No deberíamos quizás estar mucho más preocupados por hacer llegar el Evangelio, en el sentido literal del término (estar o permanecer sin descanso, en consecuencia sin tregua)? Es una angustia la que nos toca vivir en medio de la multitud de una inmensa procesión de presentes –de “acólitos-misioneros”– que, en el entorno de Pablo, no cesan de reiterar: “¡Ay de mí si no anuncio ¡el Evangelio!