“Este es mi Hijo amado. Escúchalo a él”.

“Este es mi Hijo amado.

Escúchalo a él”.

“Este es mi Hijo amado.

Escúchalo a él”.

Los apóstoles, que precisaban ser comprobados en su fe, recibieron en el milagro de la Transfiguración una enseñanza adecuada para llevarlos al conocimiento de todas y cada una de las cosas.

En efecto, Moisés y Elías, o sea, la Ley y los profetas, aparecieron para hablar con el Señor.

Como afirma San Juan: «La Ley fue comunicada por Moisés; la gracia y la realidad vinieron a través de Jesucristo” (1:17).

El apóstol Pedro fue, por así decirlo, llevado en éxtasis por el deseo de los bienes eternos; lleno de gozo ante semejante espectáculo, deseó morar con Jesús en aquel rincón, donde su gloria, de esta manera manifestada, lo llenó de gozo.

Por eso dice: “¡Señor, qué bien nos hace estar aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Pero el Señor no respondió a esta propuesta, queriendo naturalmente enseñar que ese deseo no era malo, sino más bien fuera de lugar.

Por el hecho de que el mundo sólo podía ser salvado por la muerte de Cristo, el ejemplo del Señor exhortó a la fe de los creyentes a entender que, sin dejarnos dudar de la alegría prometida, debemos soliciar, en medio de las tentaciones de esta vida, más paciencia que gloria, porque la felicidad del Reino no puede preceder al tiempo del sufrimiento.

Mientras aún hablaba, una nube radiante los envolvió y desde el medio de la nube una voz proclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.

Escúchalo a él”.

“Este es mi Hijo, por quien todas y cada una de las cosas fueron hechas y sin quien nada fue hecho” (cf.

Jn 1, 3).

Todo cuanto yo hago, Él también lo hace; todo cuanto yo hago, él lo realiza conmigo, inseparablemente, sin diferencia (cf.

Jn 5, 17-19).

[…] Este es mi Hijo, que no se apropió celosamente de la igualdad que tenía conmigo, no reivindicó su derecho, sino, sin dejar mi gloria divina, se vejó a sí mismo al nivel de un siervo (cf.

Flp 2,6s), para cumplir el nuestro plan común para la restauración de la raza humana.

Escuchad, pues, sin dudar a Aquel que tiene mi agrado, Aquel cuya doctrina Me revela, cuya humanidad Me gloria, por el hecho de que Él es la Verdad y la Vida (cf.

Jn 14,6), Él es mi poder y mi sabiduría (cf 1Cor 1,24).

Escuchen al que redime al planeta con su sangre, al que abre el camino al cielo a través del suplicio de su cruz.

Sermón de San León Magno

Fuente: Evangelio de todos y cada uno de los días

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Etiquetas: Transfiguración del Señor.

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Escúchalo a él”.
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Cosas interesantes de saber el significado : Dios

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