Por Fray Alberto Eckel Junior
Guaratinguetá (SP) – El 4 de marzo, domingo, amaneció con un sol brillante, presagiando quizás los sentimientos que se apoderaron de los que participaron en la Misa presidida por vez primera por fray Jeferson Palandi Broca. En verdad, al llegar a la capilla de la Red social Sagrada Familia, se podía notar la alegría y la vibración de los fieles que allí se encontraban. La misa comenzó a las 10 de la mañana y se desarrolló en un ambiente muy relajado.
Como siempre, se escogió un predicador para la ocasión. Fray Gilberto da Silva, compañero de clase de Fray Jeferson, fue quien pronunció la homilía. Fray Gilberto afirmaba al comienzo que es práctica que el nuevo presbítero elija para predicar a un presbítero mucho más experimentado, pero que, en este caso, no era ni mayor ni mucho más experimentado. Además, no siguió recordando a fray Jeferson sus deberes de mayor, pues se había estado mejorando para esto durante mucho más de 10 años.
Desde las lecturas del domingo, fray Gilberto recordó que la primera misión del sacerdote es contribuir a la comunidad eclesial a oír al Hijo amado, Jesucristo, y con Cristo a transfigurarse. Esto, no obstante, no con enormes metas, sino con pequeños gestos rutinarios, como un abrazo, un abrazo que acoge, un silencio que respeta o una observación que reconforta, según un poema de Cora Coralina con el que terminó su reflexión. Además de esto, recordando a ámbas figuras “sacerdotales” que brotaron en el Valle de Paraíba, Nossa Senhora Aparecida y Fray Galvão, Fray Gilberto obsequió a Fray Jeferson con una pequeña imagen de la Señora Aparecida, o Mama Muxima (expresión que significa Madre del corazón y que destina a María en Angola), confiando a su protección el ministerio y la misión de fray Jeferson.
El desenlace de la celebración estuvo marcado por homenajes y, en cierta manera, despedidas, ya que fray Jeferson va a partir a Angola como misionero. Familiares, amigos y miembros de la comunidad local y de Imbariê – Duque de Caxias, donde vive ya hace 2 años, ofrecieron rosas, mensajes y regalos. Ahora mismo, el neosacerdote recordó también el ejemplo de su abuela que, pese al sufrimiento de la debilidad en cama a lo largo de múltiples años, se sostuvo estable en su fe, con el rosario en la mano y confiada en Dios.
Al final, la Cena del Señor se “extendió” en un almuerzo ordenado por la comunidad parroquial en el salón de la Paróquia Nossa Senhora da Glória y brindado a los cohermanos, familiares y amigos de Fray Jeferson que vinieron de Imbariê y Nilópolis.
HOMILÍA COMPLETA
En primer lugar, quiero saludarlos a todos con nuestro saludo franciscano de paz y bien.
Vivimos un tiempo privilegiado en la Iglesia, el día de hoy festejamos el segundo domingo de Cuaresma, periodo en el que nos preparamos intensamente para la Pascua del Señor. El tiempo de Cuaresma nos conduce al sendero de la conversión, del ayuno y de la caridad. A todos los que estamos aquí, el Señor y la generosidad de Jeferson nos han dado la gracia de estar listos mucho más intensamente para la Pascua del Señor, tanto mediante su Ordenación como a través de su primera misa.
Normalmente, para esta fiesta, el nuevo sacerdote invita a un sacerdote mayor y más experimentado a fin de que le afirme ciertas palabras. En un caso así, yo no soy anciano, ni anciano, y creo que no será preciso recordarle a Jeferson los derechos y deberes de un adulto mayor, puesto que él se ha dispuesto para esto a lo largo de bastante tiempo aprendiendo y es consciente de la excelencia y hermosura, pero también de los retos y las adversidades, del servicio que inicia en la Iglesia. Lo que puedo decir es que todos llegamos a esta liturgia con el corazón complacido a Dios, por este momento tan significativo para Jeferson, para la Parroquia Nossa Senhora da Glória, para la Provincia Franciscana de la Inmaculada Concepción de Brasil y para todos los que buscan la concepto de su vida en el Señor.
Pues bien, oímos 2 cuentos de sacrificio por amor. En la 1ª lectura, Dios le pide a Abraham que pruebe su fidelidad: que entregue a su hijo para el sacrificio. Como oímos, Dios no aceptó el sacrificio de Isaac, sino que recompensó a su padre Abraham por su fe y valor, dándole su bendición y multiplicando su descendencia. En la 2ª lectura, Pablo redacta a los Romanos reafirmando la bondad de Dios “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su hijo, sino lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar también a nosotros todas y cada una de las cosas? (Rm 8,31-35).
En el Evangelio, oímos el relato de la transfiguración, donde Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva aparte, solos, a un monte prominente.
Para reflexionar sobre el evangelio de la transfiguración es requisito regresar al capítulo 8, donde el evangelista Marcos exhibe a Jesús inaugurando una nueva era. Se dirige a las multitudes a través de signos y enseñanzas que revelan la amabilidad de Dios. En esta primera etapa de su vida, Jesús no es comprendido por los fariseos, se le acusa de blasfemo, de endemoniado, ido y también impuro.
Algunas expresiones del capítulo 8 revelan a un Jesús cansado de tanta incomprensión. Después de haber efectuado la multiplicación de los panes, los fariseos quisieron tentar a Jesús y le solicitaron una señal. Entonces Él, respirando hondo, respondió: “¿Por qué esta generación pide una señal? Os aseguro que a esta generación no se le va a dar ninguna señal” (8:12).
Incluso sus acólitos no comprenden muy bien quién es Jesús y cuál es su misión. Él mismo les dijo: “¿Y todavía no entendéis?” (8.21). Y de forma mucho más fuerte, frente a la reacción de Pedro en el primer aviso de la pasión, afirma: “Tú no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (8,33b).
Es en este contexto que Marcos introduce el relato de la transfiguración, tanto Jesús como sus acólitos semejan estar en un instante de crisis. De ahí que, el Profesor va en pos de Dios, precisa escuchar su voz, conseguir en él su cobijo para seguir su misión.
Pero no va solo… Se lleva consigo a Peter, James y John. Quiere que participen de su intimidad con Dios, quiere hacerlos partícipes de su oración, quiere abrirles el misterio de su comunión con el Padre (Jn 15, 14-15).
Los acólitos lo dejaron todo para continuar a Jesús, sin embargo, todavía no comprendían su misión. Tú, ¿quién afirmas que soy? Ellos respondieron: El Cristo, el Mesías. En otra ocasión Jesús le afirma a Pedro: Tú no piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres. Hasta aquí parece que los acólitos siguieron a Cristo, el Mesías, Rey y Glorioso, el esperado por los judíos. Los Discípulos quieren constituir a Jesús a sus expectativas. No quieren tener el trabajo duro de ajustarse a la iniciativa de Jesús. Desean recrear a Jesús a su imagen.
En el Monte de la Transfiguración aparece la figura de Moisés y Elías, como refuerzo del proyecto mesiánico de Dios. Moisés es el prototipo del Mesías, y Elías es el tipo del precursor de Cristo. El día de hoy, fray Jeferson, tenemos la posibilidad de conservar fácilmente el modelo sacerdotal del Viejo Testamento, donde las leyes y las reglas tienen la posibilidad de significar cosas mucho más importantes que la vida. Sin embargo, Jesús se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan. Los discípulos vieron al Mesías tal como es. Cuando de pronto una nube los cubrió y vino una voz que decía: este es mi hijo amado, escúchenlo.
El tiempo en el que vivimos nos desafía a percibir, en tanto que los cambios se aceleran. Con solo un clic de ratón tenemos la posibilidad de conectarnos con el mundo o, al tiempo, huír a una zona de confort. Con la Provocación de Jesús en este evangelio, no tenemos la posibilidad de conservar viejas matrices, es tiempo de Transfigurar. La Iglesia clama por una continua renovación, esta renovación se está dando, porque aprendemos y queremos proseguir siendo seguidores de Cristo servidor, en la gratuidad del Amor, no en el poder, sino en el servicio. Somos Seguidores de Cristo sufriente, siervo, que está de pie, lava los pies. Nos encontramos llamados a ser prominentes en la fe, cuya fe encarna la vida de nuestros hermanos y hermanas.
Viendo a Cristo Servidor, tenemos la posibilidad de preguntarnos: ¿quién puede asumir el servicio Presbiteral en la Iglesia? Ciertamente, si se le hiciese esta pregunta a Jesús, diría: que tiene un corazón grande, envuelto en la caridad, un amor espléndido, que suscita a la comunidad a transfigurarse, a ver la realidad con los ojos de Dios.
Fray Jeferson, hijo del valle de Paraíba: ciertamente llevará a su historia dos modelos sacerdotales: el Primero de la madre de Dios, con el título de Aparecida. Surge de las aguas para editar la esclavitud y la opresión en liberación, fe, esperanza. Otro modelo es nuestro cohermano Frei Galvão: el Misionero de la paz y de la caridad, verdadero propagador del evangelio.
En este momento fray Jeferson va a ser misionero en Angola y como buen franciscano no va a llevar el Evangelio a Angola, lo va a hacer brotar, o va a multiplicar el Evangelio que allí está. Entendemos que un buen fan de Francisco hace multiplicar el Evangelio, a través de la penitencia, la caridad y la fraternidad.
Finalmente este intercambio, me agradaría cito al poeta de Goiana Cora Coralina:
No sé si la vida es corta o larga para nosotros, pero sé que nada de lo que vivimos tiene sentido si no tocamos el corazón de las personas.
Muchas veces basta ser: un regazo que acoge, un brazo que envuelve, una palabra que consuela, un silencio que respeta, una alegría que se contagia, una lágrima que corre, una observación que acaricia, un deseo que satisface, un amor que promueve.
Y eso no es algo de otro planeta, es lo que le da sentido a la vida. Es lo que la hace ni corta ni bastante extendida, sino intensa, verdadera, pura mientras dura. Dichoso el que transmite lo que sabe y aprende lo que enseña.
Fray Jeferson, asimismo quisiese presentarles una pequeña imagen de la Madre de Dios. Aquí la veneramos como Aparecida. En Angola es famosa como “Mama Muxima” (La Madre del Corazón) – Que la madre del corazón del pueblo brasileiro, Nossa Senhora da Conceição Aparecida, los acompañe en los caminos de la vida, más que nada, en su trabajo por el Reino de Dios, Que la Señora Santa los proteja hoy y siempre. ¡Amén!
Fray Gilberto da Silva, OFM