“Un corazón delicado padece menos por las lesiones que recibe que por las que inflige…” (San Agustín)
El 13 de noviembre fue propuesto y predeterminado como Día Mundial de la Amabilidad en la Conferencia de Tokyo conmemorada en 1996, que reunió a conjuntos que propagaron el concepto en todo el mundo. El movimiento fue desarrollado de manera oficial hace exactamente 20 años, con el propósito de motivar a la gente a hacer un planeta más amable en sus familias, en el trabajo, en las comunidades de la iglesia y otros entornos en nuestra vida día tras día.
La amabilidad crea amabilidad, dicho popular, y es parte de una buena educación, en un contexto donde siempre y en todo momento tratamos de ofrecer lo mejor de nosotros. Es precioso y bueno que para ser bondadoso no se necesita estudio, formación, especialización… solo hay que estudiar en el hogar, como nos enseña el Papa Francisco en la Encíclica Post-Sinodal Amoris Laetitia (Sobre el Amor en la Familia) norte. 266: “Un individuo tiene la posibilidad de tener sentimientos sociables y buena predisposición hacia el resto, pero si no está acostumbrada desde hace mucho tiempo, ante la insistencia de los adultos, a decir “por favor”, “perdón”, “gracias”, a tan buena predisposición interior no se va a traducir de forma fácil a estas expresiones.”
Con muy raras excepciones, somos seres relacionales, conectados e interactivos por naturaleza; que no sobreviven por sí mismos, sino que se precisan unos a otros para medrar y realizarse absolutamente, elegantemente sabiendo agradecer, pidiendo permiso, saludando a alguno, empleando siempre y en todo momento el verbo de bondad (futuro de tiempo pasado), me podrías ayudar, ¿lo harías? viable, me lo prestaríais… en fin, qué agradable es para los oídos ser interrogados de este modo.
Hay quienes atribuyen la pérdida de esta cordialidad al ajetreo de la vida actualizada y al estrés de la vida diaria, pero lo que se puede terminar es que incluso el hombre de campo que no vive en el ajetreo estéril de los centros urbanos también ha perdido bastante de este buen aspecto de la vida. . Ofrecer los buenos días sonriendo, viendo al hermano a la cara, como se hacía antiguamente. ¿Por qué por el momento no amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos? ¿Por qué razón no amamos a este Dios fantástico que nos ofrece tantos manjares en todos y cada amanecer, en todos y cada atardecer, en el abrirse de una flor, en la sonrisa de un niño, en la vida que nos regala en todos y cada momento? Él, el Creador, es el creador de la elegancia. Y cuántos manjares extiende por nuestros caminos como si fuesen pétalos.
Si es por la influencia de la televisión y tantos otros medios de comunicación social que emiten más malas noticias, cosas que no aportan nada y que marcan el lado negativo de todo, mejor desconecta, cambia el foco a los que alaban y propagan. las innumerables muestras de amor y solidaridad que afloran de los corazones espléndidos para llevar la buena nueva del amor a muchos en estos momentos tan exigentes.
Tomando como referencia esta temporada de pandemia y aislamiento social, muchos se han encerrado en sí mismos, asustados, sin esperanza; otros, tocados por la realidad de tantos hermanos y hermanas que carecen de de todo un poco, se plantearon ejercer el mandamiento de nuestro Maestro Jesús: “¡Amaos como yo les he amado!”. (Jo 13,34), incluso ofertando ir al supermercado, farmacias, ferias y colmados para abastecer a los del conjunto de peligro que no tienen que amontonarse, se dan a conocer a este peligroso y desconocido virus. Amabilidades incalculables, por las que nosotros, los atacables, estamos muy agradecidos.
Las pequeñas bondades hacen que nuestro día sea mejor. El otro día, estando en el colmado después de varios meses de ausencia, en frente de un puesto de frutas, mucho más en concreto piñas, procuré una mucho más madura, para un consumo aproximadamente inmediato… pero estaban verdes… una señora que asimismo recogía esos frutos, me tendió una mano con una piña madura, diciendo: Puedes tenerlo… Lo que me logró más feliz no fue exactamente ese fruto, sino el ademán de esas manos extendidas hacia mí.
Gente amable, cedan su turno, el taburete en el colectivo, digan gracias, comenten buenos días, buenas tardes, buenas noches, hasta entonces, bienvenidos, halaguen, cedan el paso al otro coche que precisa cambiar de carril, extiendan su manos… . con un vaso de agua, con un trozo de pan, con una piña madura, a veces cargando nuestros pesados bolsos… en ocasiones prestando asistencia a lavar los platos, poniendo y sacando la mesa… en resumen… yo asimismo acepto esa taza de café que me ofreces… . esa sonrisa que dice que me entendió y me disculpó… que somos hermanos en el camino propagando nuestras manos para contribuir a llevar las cargas… de esta manera todo es más ligero.
Que bueno es realizar el bien a el resto… y los niños aprenden de lo que ven, de lo que experimentan… tratarán a los demás como son tratados por los adultos que los rodean… los pequeños afables traducen lo que experiencia en sus familias… son más contentos y más normales, comprendieron desde temprana edad, los principios del buen vivir en sociedad.
“La amabilidad en el ambiente corporativo abre puertas y hace más fuerte conexiones y asimismo puede interpretarse como colaboración, dos aspectos sumamente importantes para avanzar en tu carrera profesional. La amabilidad crea amabilidad no siempre es así en el mundo empresarial, en tanto que muchas veces la competitividad precede a la reciprocidad, pero quien es amable jamás pierde, sea como sea el entorno. Dejar una huella amable, empática, ilusionado y benevolente en las empresas con las que trabajas sin duda va a ayudar a varios en el próximo proceso de selección o aun en la verificación de referencias.” – Alana Baldon de Assis – Gerente de Reclutamiento y Selección en Johnson & Johnson.
Nuestro amado Papa Francisco, a propósito de la Bondad, el n.99, Amoris Laetitia, nos enseña que “Amar es asimismo hacerse bondadoso, y este es el concepto del término aschemonei. Quiere decir que el amor no es grosero, no es impropio, no se expone bien difícil de tratar. Tus modales, tus palabras, tus movimientos son agradables; no son ásperos ni rígidos. Odia llevar a cabo sufrir a el resto. La cortesía “es una escuela de sensibilidad y altruismo”, que pide que la persona “cultive su cabeza y sus sentidos, aprenda a oír, a hablar y, en determinados instantes, a silenciar”. Ser amable no es un estilo que el católico pueda escoger o negar; pertenece a las demandas inalienables del amor, con lo que todo humano está obligado a ser afable con los que le rodean”.
Que la Sagrada Familia, José, María y Jesús, imagen del amor y de la delicadeza humana, nos ayuden a ser personas más dóciles al Espíritu Santurrón y mucho más afables con todos los que nos rodean. Ser complacido también. Amén.
* Producto de Osmarina Pazin Baldón