RELIGION CRISTIANA

El Papa: si la gente empieza a ver hambre, que la Iglesia ayude

El Papa: si la gente empieza a ver hambre, que la Iglesia ayude

En la Misa en Casa Santa Marta este sábado (28/03), Francisco renovó su oración por las familias que comienzan a sentir las consecuencias de la pandemia de Covid-19. En la homilía recordó a los sacerdotes y religiosas que no se han olvidado de pertenecer al pueblo y siguen ayudando a los pobres y enfermos también en este periodo.

NOTICIAS DEL VATICANO

Este sábado (28/03), la Misa 20 en directo en uso contínuo desde la Capilla de Casa Santa Marta presidida por el Papa Francisco después de la suspensión, en Italia y en otros países, de la celebración eucarística con la participación de los leales a causa de la pandemia de coronavirus coronavirus. El Papa leyó la Antífona de Entrada: “Me rodearon olas de muerte, me tragaron torrentes infernales; en mi angustia invoqué al Señor, él oyó mi voz desde su templo” (Sal 17, 5-7). En oración, dirigió su pensamiento a quienes comienzan a sufrir las consecuencias económicas de esta crisis sanitaria:

En estos días, en ciertas secciones del mundo, se han puesto de relieve las consecuencias -algunas consecuencias- de la pandemia; uno es el hambre. Comienzas a ver gente que tiene apetito, porque no puede trabajar, no tiene un trabajo estable, y por muchas situaciones. Ya empezamos a conocer el “después”, que va a venir después, pero comienza ahora. Oremos por las familias que comienzan a estar necesitadas a causa de la pandemia.

En la homilía, hablando el Evangelio del día (Jn 7, 40-53), Francisco afirmó con vehemencia que los curas y las hermanas hacen mucho bien ensuciándose las manos ayudando a los pobres y enfermos, también en este periodo. La “clase” sacerdotal nunca debe convertirse en una élite clausurada en un servicio espiritual separado del pueblo, nunca debe olvidar pertenecer al pueblo y servirlo.

Ahora, el texto de la homilía transcrito por Vatican News:

“Y cada uno se volvió a su casa”: después de la discusión y todo eso, cada uno de ellos volvió a sus convicciones. Hay una división en la gente: la gente que sigue a Jesús lo escucha – no se dan cuenta del tiempo que pasan escuchándolo, porque la Palabra de Jesús entra en el corazón –, y el grupo de los doctores de la Ley que a priori rechazan a Jesús por el hecho de que no obra según la Ley, según ellos. Hay dos conjuntos de personas. El pueblo que ama a Jesús, lo sigue y el conjunto de los intelectuales de la Ley, los jefes de Israel, los líderes del pueblo. Esto queda claro “cuando los guardias (del Templo) retornaron a los sumos sacerdotes y les preguntaron: “¿Por qué razón no lo trajeron?”. Los guardias respondieron: “Nunca absolutamente nadie mencionó como este hombre”. Entonces los fariseos les dijeron: ¿También vosotros estáis engañados? ¿Alguno de los líderes o fariseos le creyó? ¡Pero esta gente que no conoce la Ley está maldita!” Este grupo de doctores de la Ley, la élite, siente desprecio por Jesús. Pero también siente desprecio por el pueblo, “esa gente”, que es ignorante, que no sabe nada. El santo pueblo leal de Dios cree en Jesús, lo prosigue, y esta élite, los doctores de la Ley, se divide del pueblo y no recibe a Jesús. Pero, ¿de qué forma es posible, si fueran distinguidos, capaces, hubiesen estudiado? Pero tenían un gran defecto: habían perdido la memoria de formar parte a un pueblo.

El pueblo de Dios prosigue a Jesús… no se explican por qué razón, pero lo prosiguen y llegan a su corazón, y no se fatigan. Pensemos en el día de la multiplicación de los panes: estuvieron con Jesús todo el día, al punto que los apóstoles le afirmaron a Jesús: “Despídelos, para que yo vaya a comprar algo de comer”. Los apóstoles también se distanciaron, no los consideraron, no despreciaron, pero no consideraron al pueblo de Dios. “Que vaya a comer”. La respuesta de Jesús: «Denles ustedes mismos de comer». Trae a los apóstoles de vuelta a la gente.

Esta separación entre la élite de líderes religiosos y el pueblo es un drama que viene de lejos. Pensemos también, en el Viejo Testamento, en la actitud de los hijos de Elí en el Templo: se servían del pueblo de Dios; y si se cumple la Ley, ciertos de ellos, un poco ateos, afirmarían: “Son supersticiosos”. Desprecio por el pueblo. El desprecio por esa gente “que no es amable con nosotros que estudiamos, que sabemos…” En cambio, el pueblo de Dios tiene una enorme felicidad: el olor: el olor de entender dónde está el Espíritu. Es un pecador, como nosotros: es un pecador. Pero tiene ese don para saber los caminos de la salvación.

El problema de la élite, de un clero de élite como estos, es que habían perdido la memoria de su pertenencia al pueblo de Dios; se volvieron mucho más sofisticados, pasaron a otra clase social, se sienten líderes. Esto es clericalismo, que ocurría allí. “Pero, ¿de qué manera es viable –lo he escuchado estos días–, de qué manera es posible que estas hermanas, estos sacerdotes que están sanos vayan a llevar comida a los pobres, y se logren contagiar de coronavirus? ¡Dile a la madre superiora que no deje salir a las hermanas, dile al obispo que no deje salir a los sacerdotes! ¡Son para los sacramentos! ¡Pero para ofrecer comida, que la dé el gobierno!”. Eso es de lo que la multitud está hablando en estos días: la misma pregunta. “Son gente de segunda: nosotros somos la clase dominante, no debemos ensuciarnos las manos con los pobres”.

De forma frecuente pienso: son las buenas personas –curas, hermanas– las que no tienen el valor de ir al servicio de los pobres. Falta alguna cosa. Lo que le hacía falta a esta gente, los doctores de la Ley. Perdieron la memoria, perdieron lo que Jesús sentía en su corazón: que era parte de su propio pueblo. Perdieron la memoria de lo que Dios le dijo a David: «Te tomé del rebaño». Perdieron la memoria de su pertenencia al rebaño.

Y estos, cada uno, cada uno de ellos volvió a su casa. Una division. Nicodemo, que algo veía -era un hombre inquieto, quizás no muy valiente, excesivamente diplomático, pero inquieto- había estado con Jesús, pero fue fiel hasta donde pudo; busca mediar y parte de la Ley: “¿Nuestra Ley evalúa a alguien antes de escucharlo y saber lo que hizo? Respondieron, pero no respondieron, a la pregunta sobre la Ley: “¿Asimismo eres galileo? Id a estudiar y veréis que de Galilea no surge profeta. Y así acabó la historia.

Pensemos también hoy en tantos hombres y mujeres capacitados en el servicio de Dios que son buenos y van al servicio del pueblo; varios sacerdotes que no se apartan del pueblo. Anteayer recibí una fotografía de un sacerdote, párroco en un pueblo de montaña, muchos pueblos pequeños, en un espacio donde cae nieve, y en la nieve llevaba la custodia a los pueblos pequeños para ofrecer la bendición. No le importaba la nieve, no le importaba el ardor que el frío le producía en las manos al contacto con el metal de la custodia: sólo le importaba llevar a Jesús al pueblo. Pensemos, cada uno de nosotros, exactamente en qué parte nos encontramos, si nos encontramos en el medio, un tanto titubeantes, si disponemos el sentimiento del pueblo de Dios, del pueblo leal de Dios que no puede fallar: ahí está eso infalibilitas in credendo. Y pensemos en la élite que se separa del pueblo de Dios, de ese clericalismo. Y quizás el consejo que Pablo da a su acólito, el obispo, joven obispo, Timoteo, nos realice bien a todos: “Acuérdate de tu madre y de tu abuela. Si Paulo aconsejó esto, fue porque era muy siendo consciente del peligro al que conducía este sentido de élite en nuestra dirección.

El Beato Padre concluyó la celebración con la adoración y bendición eucarística, invitando a la gente a realizar la Comunión espiritual. La siguiente es la oración recitada por el Papa:

A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se sumerge en el tuyo y en tu santa presencia. Les adoro en el Sacramento de vuestro amor, deseo recibiros en la pobre morada que mi corazón os da. Aguardando la esa de la comunión sacramental, quiero poseeros en Espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, a fin de que yo logre proceder a ti. Que tu amor inflame todo mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en ti, espero en ti. Te amo. Que así sea.

Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo se cantó una vieja antífona mariana Ave Regina Caelorum (“Salve Reina del Cielo”).

Esperamos que le gustara nuestro articulo El Papa: si la gente empieza a ver hambre, que la Iglesia ayude
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
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