El Vaticano da a entender el mensaje del Papa Francisco para la Día Mundial de los Pobres, que se festejará el 14 de noviembre. Con el tema “Los pobres siempre y en todo momento los tendréis entre nosotros”, el mensaje fue tomado del Evangelio de San Marcos. El Beato Padre ten en cuenta que Jesús no sólo estuvo del lado de los pobres, sino siempre y en todo momento compartió con ellos. En su mensaje, el Papa Francisco recuerda asimismo la pandemia de covid que ha agravado la situación de pobreza en todo el mundo, que sigue llamando a las puertas de millones de personas, de manera frecuente trayendo incluso la muerte.
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«Siempre y en todo momento tendréis pobres entre nosotros» (Mc 14, 7)
1. “A los pobres siempre tendréis entre nosotros” (Mc 14, 7): estas palabras fueron pronunciadas por Jesús unos días antes de la Pascua, con ocasión de una comida en Betania en casa de Simón, llamado “el leproso”. Como cuenta el evangelista, una mujer entró allí con un vaso de alabastro lleno de un perfume muy precioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Este gesto provocó gran desconcierto y dio lugar a dos interpretaciones distintas.
El primero de ellos es la indignación de varios de los presentes, incluyendo los discípulos, quienes, al estimar el valor del perfume (unos 300 denarios, equivalente al salario de forma anual de un trabajador), piensan que podría haber sido mejor venderlo. y ofrecer el producto a los pobres. Según el Evangelio de Juan, es Judas quien interpreta esta situación: “¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se dio a los pobres?”. Y el evangelista observa: “Pero ha dicho esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa del dinero, tomó lo que había en ella” (Jo 12, 5-6). No es al azar que esta dura crítica salga de la boca del traidor: es la evidencia de que quien no reconoce a los pobres traiciona la enseñanza de Jesús y no puede ser sus acólitos. Debemos recordar, al respecto, las fuertes palabras de Orígenes: “Judas, aparentemente, se preocupaba por los pobres. (…) Si, ahora bien, todavía hay alguno que tiene la bolsa de la Iglesia y charla a favor de los pobres como Judas, pero entonces saca lo que ellos meten dentro, entonces tenga parte junto con Judas» (Comentario al Evangelio de Mateo 11, 9).
La segunda interpretación la da exactamente el mismo Jesús y nos permite identificar el significado profundo del ademán efectuado por la mujer. Él afirma: “Déjala en paz. ¿Por qué la atormentas? Logró en Mí una buena obra” (Mc 14, 6). Jesús sabe que su muerte está cerca y ve, en ese ademán, la anticipación de la unción de su cuerpo sin vida antes de ser depositado en el sepulcro. Esta vista supera las esperanzas de todos los huéspedes. Jesús les ten en cuenta que él es el primer pobre, el mucho más pobre entre los pobres, por el hecho de que los representa a todos. Y es asimismo representando a los pobres, de los dejados, marginados y discriminados que el Hijo de Dios acoge el gesto de aquella mujer. Ésta, con su sensibilidad femenina, resulta ser la única que comprendió el estado de ánimo del Señor. Esta mujer anónima –quizás por eso destinada a representar todo el universo femenino que, a lo largo de los siglos, no tendrá voz y padecerá violencia– inaugura la presencia importante de mujeres que forman parte en el momento culminante de la vida de Cristo: su crucifixión, muerte y sepulcro y su aparición como Resucitado. Las mujeres, en tantas ocasiones discriminadas y excluidas de los puestos de compromiso, en las páginas del Evangelio son, por el contrario, personajes principales de la narración de la revelación. Y la oración final de Jesús, que asocia a esta mujer con la enorme misión evangelizadora, es elocuente: “De determinado les digo que adondequiera que se proclame el Evangelio, también se incorporará lo que logró en memoria de ella” (Mc 14, 9).
2. Esta fuerte “empatía” entre Jesús y la mujer y la forma en que él interpreta su unción, frente a la mirada escandalizada de Judas y otros, inaugura un fecundo sendero de reflexión sobre el vínculo indivisible que hay entre Jesús, los pobres y el aviso del Evangelio.
En efecto, la cara de Dios que revela es el de un Padre de los pobres y próximo a los pobres. Toda la obra de Jesús afirma que la pobreza no es fruto del destino, sino más bien signo preciso de su presencia en la mitad de nosotros. No lo encontramos cuándo y dónde queremos, pero lo reconocemos en la vida de los pobres, en su tribulación y también indigencia, en las condiciones en ocasiones inhumanas en las que se ven forzados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores, por el hecho de que fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a comunicar la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. monte 5, 3).
Los pobres de cualquier condición y latitud evangelízanos, pues nos dejan conocer de manera siempre y en todo momento novedosa los rasgos mucho más genuinos del rostro del Padre. Ellos “tienen bastante que enseñarnos. Además de formar parte en sensus fidei, en su propio dolor conocen a Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La novedosa evangelización es una convidación a admitir la fuerza salvífica de sus vidas ya ponerlas en el centro del sendero de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos: no solo a prestarles nuestra voz en sus causas, sino más bien también a ser sus amigos, a escucharlos, a entenderlos y a acoger la sabiduría enigmática que Dios desea estar comunicados mediante ellos. . Nuestro deber no radica exclusivamente en acciones o programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu pone en marcha no es un exceso de militancia, sino más bien frente todo una atención dado al otro, considerándolo como uno consigo mismo. Esta atención amistosa es el comienzo de una auténtica preocupación por su persona y, desde ella, el deseo de buscar con eficacia su bien” (Papa Francisco, Exhort. ap. evangelii gaudium198-199).
3. Jesús no solo está del lado de los pobres, sino más bien asimismo compartir con ellos la la misma suerte Esto también constituye una fuerte enseñanza para sus acólitos de todos los tiempos. Sus palabras –“siempre vais a tener pobres entre nosotros”– pretenden indicarlo asimismo: su presencia entre nosotros es constante, pero no debe conducir a esa habituación que se transforma en indiferencia, sino más bien a comprometerse en un compartir de vida que no predecir delegaciones. Los pobres no son personas “ajenas” a la red social, sino más bien hermanos y hermanas cuyo sufrimiento se comparte, para calmar su padecimiento y marginación, para regresarles la dignidad perdida y asegurar la precisa inclusión social. A propósito, se sabe que un ademán de beneficencia presupone un benefactor y un beneficiario, al paso que el compartir genera fraternidad. La limosna es ocasional, al tiempo que el compartir es duradero. La primera corre el riesgo de gratificar a quien la da y humillar a quien la recibe, al tiempo que la segunda fortalece la solidaridad y crea las premisas primordiales para alcanzar la justicia. Finalmente, los creyentes, en el momento en que quieren ver a Jesús en persona y tocarlo con las manos, saben a dónde asistir: los pobres son el sacramento de Cristo, representan su persona y lo señalan.
Contamos varios ejemplos de santos y santas que hicieron del comunicar con los pobres su proyecto de vida. Pienso, entre otros, en el padre Damián de Veuster, beato apóstol de los leprosos. Con enorme generosidad, respondió a la vocación de ir a la isla de Molokai -que se había convertido en un gueto al que solo podían acceder los leprosos- para vivir y morir con ellos. Lanzándose al trabajo, hizo todo lo que resulta posible a fin de que la presencia de esos pobres, enfermos y marginados, reducidos a la extrema degradación, valiese la pena ser vivida. Se hizo médico y enfermero, sin preocuparse por los peligros que corría, llevando la luz del amor a esa «colonia de la desaparición», como se llamaba a la isla. También lo golpeó la lepra, signo de total participación con los hermanos y hermanas por los que había dado la vida. Su testimonio es muy de hoy actualmente, marcados por la pandemia del coronavirus: la felicidad de Dios está ciertamente actuando en el corazón de bastante gente que, sin caer en la cuenta, se ocupan en concreto a compartir la fortuna de los mucho más pobres.
4. Por eso es requisito adherirse con plena convicción a la convidación del Señor: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Es conversión radica, primero, en abrir nuestro corazón para reconocer las múltiples expresiones de la pobreza y, entonces, en manifestar el Reino de Dios mediante un estilo de vida congruente con la fe que profesamos. De forma frecuente, los pobres son considerados como un individuo separada, como una categoría que necesita un servicio caritativo especial. Continuar a Jesús supone un cambio de mentalidad en este sentido, es decir, aceptar el desafío de compartir y comunicar. Transformarse en su discípulo supone optar por no amontonar tesoros en la tierra, que dan la ilusión de seguridad en una situación frágil y efímera; al contrario, necesita la intención de liberarse de todas las ataduras que previenen lograr la verdadera felicidad y bienaventuranza, para reconocer lo que es duradero y que nada ni nadie puede destruir (cf. monte 6, 19-20).
Pero la enseñanza de Jesús asimismo hace aparición contracorriente en un caso así, por el hecho de que asegura lo que solo los ojos de la fe tienen la posibilidad de ver y presenciar con absoluta seguridad: “Todo el que dejó casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por la por causa de mi nombre va a recibir cien veces mucho más y heredará la vida eterna” (monte 19, 29). Si no se opta por empobrecerse en riquezas fugaces, en poderío mundano y en vanagloria, jamás se podrá dar la vida por amor; se vivirá una existencia fragmentada, llena de buenas pretenciones pero ineficaz para editar el planeta. Se trata, ya que, de abrirnos resueltamente a la felicidad de Cristo, que puede hacernos presentes de su caridad sin límites y devolver probabilidad a nuestra presencia en el planeta.
5. El Evangelio de Cristo nos insta a prestar una atención muy especial a los pobres y nos ordena a admitir las muchas, demasiadas, maneras de desorden ética y popular que siempre y en todo momento generan. novedosas maneras de pobreza. Parece ganar lote el término según el cual los pobres no solo son causantes de su condición, sino constituyen un lastre intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de determinadas categorías privilegiadas. Un mercado que ignora o discrimina los principios éticos crea condiciones inhumanas que afectan a personas que ya viven en condiciones precarias. Asistimos de esta forma a la creación incesante de novedosas trampas de miseria y exclusión, producidas por agentes económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de compromiso popular.
Además de esto, el año pasado se le vino a unir otra plaga que multiplicó aún mucho más el número de pobres: la pandemia. Esto sigue llamando a la puerta de miles de individuos y, aun en el momento en que no trae consigo sufrimiento y muerte, todavía es fuente de pobreza. Los pobres han aumentado de manera desproporcionada y lo mismo, desgraciadamente, proseguirá ocurriendo en los próximos meses. Ciertos países están tolerando consecuencias muy graves a causa de la pandemia, al punto que las personas más vulnerables se ven privadas de recursos de primera necesidad. Las largas colas frente a los comedores para los pobres son un signo tangible de este agravamiento. Una observación atenta pide localizar las soluciones más correctas para combatir el virus a nivel mundial, sin ver a intereses particulares. En particular, es urgente dar respuestas concretas a quienes sufren el desempleo, que perjudica dramáticamente a muchos progenitores, mujeres y jóvenes. La solidaridad popular y la generosidad de que varios, gracias a Dios, tienen la capacidad, junto con los proyectos previsores de promoción humana, están dando y van a dar una contribución fundamental en esta situación.
6. No obstante, queda una pregunta, nada obvia: ¿De qué manera ofrecer una respuesta tangible a los millones de pobres que tan a menudo encuentran en la contestación solo indiferencia, cuando no aversión? ¿Qué camino de justicia hay que seguir para que se superen las desigualdades sociales y se restablezca la dignidad humana tantas veces pisada? Un modo de vida individualista es cómplice de la generación de pobreza y, frecuentemente, deja en los pobres toda la responsabilidad de su condición. Pero la pobreza no es fruto del destino; es la consecuencia del egoísmo. De ahí que es decisivo dar la vida a procesos de avance donde se valoran las capacidades de todos, de manera que la complementariedad de competencias y la diversidad de funcionalidades conduzcan a un recurso común de participación. Hay muchas miserias de los “ricos” que podrían ser curadas por la riqueza de los “pobres”, aunque sólo sea para que estén y se conozcan. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo de sí en reciprocidad. Los pobres no tienen la posibilidad de ser los únicos receptores; hay que ponerlos en condiciones de poder ofrecer, porque saben contestar. ¡Cuántos ejemplos de comunicar frente nuestros ojos! Los pobres nos enseñan de manera frecuente la solidaridad y el comunicar. Es verdad que son personas que carecen algo y en ocasiones aun muysi no el necesario; pero no falta todopor el hecho de que conservan la dignidad de hijos de Dios que nada ni nadie les puede eliminar.
7. Es imperativo, por consiguiente, un enfoque diferente a la pobreza. Es un desafío que los gobiernos y las instituciones mundiales tienen que asumir, con un modelo social con visión de futuro, con la capacidad de enfrentar las novedosas maneras de pobreza que invaden el planeta y van a marcar decisivamente las próximas décadas. Si se deja a los pobres ajeno, como si fueran los responsables de su condición, entonces se pone en crisis el término mismo de democracia y toda política social fracasa. Con mucha humildad, tenemos que confesar que frecuentemente no somos mucho más que unos inútiles tratándose de los pobres: hablamos de ellos en abstracto, nos paramos en las estadísticas y pensamos concienciar con cualquier reportaje. Por contra, la pobreza debe suscitar un proyecto creador, que deje acrecentar la independencia eficaz para lograr la presencia con las propias capacidades de cada uno. Meditar que la posesión de dinero permite y incrementa la independencia es una ilusión de la que debemos alejarnos. El servicio eficaz a los pobres incita a la acción y permite localizar los caminos más correctos para suscitar y fomentar esta parte de la raza humana, demasiado con frecuencia anónima y sin voz, pero que transporta en sí la huella del rostro del Salvador que pide ayuda.
8. «A los pobres siempre los vais a tener entre nosotros» (Mc 14, 7): es una invitación a no perder nunca de vista la posibilidad que se nos proporciona de realizar el bien. De fondo, se vislumbra el antiguo mandamiento bíblico: “Si entre tus hermanos hay alguno pobre (…), no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano al hermano necesitado. Ábrele tu mano, préstale en prenda, según su necesidad, lo que le falta. … Lo vas a dar, sin que tu corazón se entristezca; porque a cambio de esto el Señor tu Dios te bendecirá en todas y cada una de las compañías de tus manos. Indudablemente, nunca van a faltar pobres en la tierra” (fecha 15, 7-8.10-11). Y en exactamente la misma línea se ubica el apóstol Pablo, cuando exhorta a los cristianos de sus comunidades a contribuir a los pobres de la primera comunidad de Jerusalén y a llevarlo a cabo “sin tristeza ni vergüenza, pues Dios quiere al dador alegre” (2 colores 9, 7). No tiene que ver con aliviar nuestra conciencia dando alguna limosna, sino más bien de contrastar la civilización de indiferencia y también injusticia con la que se mira a los pobres.
En este punto, nos hace bien recordar las expresiones de San Juan Crisóstomo: “El que es desprendido no debe pedir cuentas de su conducta, sino más bien solo para progresar la condición de pobreza y satisfacer la necesidad. Los pobres tienen una sola defensa: su pobreza y la condición de necesidad en que están. No le pidas solamente; si bien fuera el hombre más malvado del mundo, si le falta el alimento preciso, librémoslo del apetito. (…) El hombre misericordioso es un puerto para los necesitados: el puerto acoge y libera del riesgo a todos y cada uno de los náufragos, sean malos, buenos o lo que sea. A los que están en peligro, el puerto les da la bienvenida, los pone a salvo en su cala. Tú también, por consiguiente, cuando veas a un hombre que ha sufrido el naufragio de la pobreza, no lo juzgues, ni le pidas cuentas de su conducta, sino más bien líbralo de la desgracia» (Discursos sobre el pobre LázaroII, 5).
9. Es vital aumentar la sensibilidad para comprender las necesidades de los pobres, que siempre y en todo momento están mudando gracias a las condiciones de vida. En verdad, en las áreas económicamente mucho más desarrolladas del mundo, la multitud está menos predispuesta el día de hoy que anteriormente a combatir la pobreza. El estado de relativo bienestar al que se han habituado les hace más bien difícil aceptar sacrificios y privaciones. Uno está dispuesto a todo con tal de no verse privado de lo que fue fruto de fácil conquista. Así, caemos en formas de resentimiento, nerviosismo espasmódico, reclamos que conducen al miedo, la angustia y, en algunos casos, la violencia. Este no es el criterio sobre el que construir el futuro; estas asimismo son formas de pobreza que no se tienen la posibilidad de pasar por alto. Debemos estar abiertos a la lectura de los signos de los tiempos que expresan novedosas maneras de ser evangelizadores en el planeta contemporáneo. La asistencia instantánea para contestar a las necesidades de los pobres no debe evitar ser clarividentes para accionar nuevos signos de amor y caridad cristiana como contestación a las nuevas pobrezas que vive la humanidad el día de hoy.
juro que el Día Mundial de los Pobres, habiendo llegado ya a su quinta celebración, puede arraigarse poco a poco más en nuestras Iglesias locales y abrirse a un movimiento de evangelización que, en primera instancia, halle a los pobres donde están. No podemos aguardar a que alguien toque a nuestra puerta; es urgente proceder a sus viviendas, a los hospitales y centros asistenciales, a la carretera y a los rincones oscuros donde a veces se ocultan, a los centros de acogida y acogida… Es esencial entender de qué forma se sienten, con lo que pasan y qué deseos tienen en sus corazones. Hagamos nuestras las apasionadas expresiones del padre Primo Mazzolari: “Quisiese pediros que no me pidáis si hay pobres, quienes son y cuantos son, pues temo que semejantes preguntas representen una distracción o el pretexto para escapar de una indicación concreta de la conciencia y del corazón. (…) A los pobres, nunca los conté, porque no se tienen la posibilidad de contar: los pobres se abrazan, no cuentan» (Gaceta «adhesión», n.º 7, 15 de abril de 1949). Los pobres están entre nosotros. Qué evangélico sería si pudiéramos decir con toda la realidad: asimismo nosotros somos pobres, pues solo de esta manera seríamos verdaderamente capaces de reconocerlos y hacerlos parte de nuestra vida e instrumento de salvación.
Roma, San Juan de Letrán, en memoria de San Antonio, 13 de junio de 2021.
Francisco