RELIGION CRISTIANA

El niño Jesús nacido en la Misión de Angola

En la noche del 24 de diciembre, las Iglesias de todo el mundo se llenan de alegría, con cantos festivos que comunican la llegada del Niño Dios. Jesucristo, el Hijo de Dios, se encarnó para nuestra salvación. Ciertamente, el niño que nació en Belén, en aquella noche estrellada pero fría, prosigue naciendo cada día en nuestros corazones, en nuestros países. El niño Jesús nació y sigue naciendo en Angola.

El Niño Jesús nacido en Angola no es diferente del nativo de Japón, de ojos rasgados; nacido en Brasil, al son de la samba; que nace en Roma, con toda la solemnidad romana; nativo de Belén. El Niño Jesús que nació en Angola tiene el color de su gente: es negro, tiene una sonrisa amable, es alegre. Como el pueblo angoleño, está lleno de promesa. Ahora, al nacer, abre los ojos y bendice al pueblo que padece.

El pequeño Jesús no nació en una Iglesia llena de luces, con anteojeras modernas, ni tampoco en una Iglesia llena de bancas talladas y pisos de mármol. El Jesús angolano nació en una Iglesia, sí, pero en la Iglesia Pueblo de Dios, al son de cantos cantados en distintas lenguas –huambo, kimbundu, kikongo, fiote-, en un coro y acompañado con la fuerza de la pulmones de multitud de leales, al son de los tambores.

El Niño Jesús que nació en Angola trajo fuerza, paz, amor y, más que nada, esperanza a un pueblo que desea un planeta fraterno. Soy testigo de que la noche del nacimiento vi un mar de gente, hombres, mujeres, ancianos, niños y jóvenes. El espacio físico donde nacería el Niño Dios, poco a poco, se convirtió en la Iglesia. De a poco, los pechos, cubiertos con las mejores y más bellas telas enrolladas en la cintura, con otras lonas en la cabeza y el pecho, traían a sus hijos amarrados a la espalda. Los papas también se sumaron de noche del nacimiento con sus mejores galas. Muchos hombres estaban vestidos con sus mejores trajes (trajes). Los pequeños, adjuntado con sus padres, fueron vestidos con ropa nueva, comprada con el sudor de sus pechos en las plazas y campos. Todo lo mencionado para poder ver nacer al niño Jesús en Angola en ese humilde templo, que entonces se transformó en el palacio del Gran Rey.

El niño Jesús nació en Angola en una noche obscura, la única luz era la fe del pueblo. Esa luz irradió transformación en el espacio físico, en el vecindario, en la ciudad, en la provincia y en el país. Sin embargo, esta transformación, que nació junto al Dios niño negro, provocó un cambio en el corazón de los presentes y germinó la paz, que irradiará por donde pasen.

Un pueblo que padeció 30 años de guerra, dentro de su país, se levanta y construye la paz. En vez de cañones, flores; en lugar de campos de guerra, plazas. No obstante, el futuro está por venir, trayendo mejores condiciones. Prosigue faltando luz, agua, no pues no haya, sino más bien por la mala distribución. Por eso digo que el niño nacido en Angola, en su corazón, viene trayendo la promesa de la igualdad, de condiciones más humanas.

Si en otros países el niño nace en espléndidas cunas, aquí nace el “Niño” de María sobre un mantel que la madre extiende por el suelo. Pero eso no quiere decir que la Navidad en Angola fuera diferente de otros sitios del mundo. La Navidad en Angola, en esa Iglesia de ocho focos de luz, tocada por la energía de un pequeño generador, fue celebrada con el corazón y con el alma.

Jamás había presenciado tanta alegría. Si Francisco de Assis estuviese aquí, vivo, estaría extasiado con la alegría de un pueblo que, alén del padecimiento, vibra con el nacimiento del Bien Supremo, del Niño Dios!

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