Dios es Dueño del Oro y de la Plata: “Mía es la Plata y Mía es la

Decir que Dios es el dueño del oro y la plata significa que Él es el poseedor soberano de todas y cada una de las cosas. Dios es la fuente última de todas y cada una de las riquezas, pues todo le forma parte. En la Biblia, es Dios mismo quien afirma ser el dueño del oro y la plata. Por medio del profeta Hageo, el Señor dice: “Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos” (Hageo 2:8).

Todavía hay muchos otros versículos bíblicos que señalan a la verdad de que Dios es el dueño del oro y la plata, es decir, de todas y cada una de las riquezas. En el Salmo 24, por ejemplo, el salmista escribe: “Del Señor es la tierra y todo cuanto en ella hay, el mundo y los que en él habitan” (Salmo 24:1). En otro lugar, el mismo libro de los Salmos afirma que toda la creación pertenece a Dios (cf. Salmo 50, 10).

Pero indudablemente el versículo que siempre mucho más se recuerda cuando decimos que Dios es dueño del oro y la plata es el que está registrado en el libro de Hageo. En este sentido, es interesante comprender el contexto en el que el Señor dice: “Lo mío es plata y lo mío es oro”.

El mio es plata y el mio es oro

El Señor aseveró tener el oro y la plata en una ocasión fundamental para el pueblo de Dios. El pueblo de Judá venía de muchos años de exilio en Babilonia y se le había dado la oportunidad de regresar a la localidad de Jerusalén para reconstruir el templo.

En el momento en que el rey Nabucodonosor conquistó el Reino de Judá y también invadió Jerusalén, asimismo destruyó el templo que se había construido durante el reinado del rey Salomón. Y ahora, el remanente de la cautividad, tenía en sus manos la labor de reedificar el templo. El inconveniente es que esos fueron días de crisis, en el sentido de que la gente por el momento no disfrutaba de las condiciones convenientes que en algún momento tuvo. Los días de éxito y gloria expertos por el pueblo durante reinados prósperos como los de David y Salomón han quedado atrás.

La economía inestable, la escasez de elementos, la oposición interna y externa a la reconstrucción del templo y el desánimo general de la nación obstaculizaron críticamente la obra. Pero Dios levantó profetas como Hageo y Zacarías para animar al pueblo y llamar al arrepentimiento, porque Dios respondería a la lealtad y obediencia de su pueblo vertiendo enormes bendiciones sobre Israel.

El líder de la nación en ese momento era Zorobabel, descendiente de la vivienda de David. Zorobabel fue comisionado por Dios para regentar la reconstrucción del templo. Zorobabel asimismo contó con el apoyo de Josué, el sumo sacerdote en ese instante. Conque fue en este contexto que Dios le dijo a Zorobabel, a Josué y a todo el pueblo: “Mía es la plata y mío es el oro, afirma el Señor de los ejércitos”.

Esto sin duda calmó y animó a la multitud a proseguir con el trabajo de reconstrucción. Esos que estaban desalentados por el hecho de que el nuevo templo supuestamente no estaría a la altura del antiguo templo construido por Salomón con todas sus riquezas, en este momento podían descansar en la providencia del Señor. Carecían de las riquezas que estaban disponibles durante el reinado de Salomón. Pero la obra estaría terminada, pues exactamente el mismo dueño del oro y la plata se encontraba implicado en ella.

Dios es el dueño del oro y la plata

Es cierto que varias personas toman esta verdad bíblica de que Dios es dueño del oro y la plata y la aplican de una forma extraña a los principios bíblicos. En el momento en que la Biblia dice que Dios es dueño del oro y la plata, no significa una promesa de prosperidad terrenal para el creyente, sino más bien una declaración clara acerca de la providencia soberana de Dios.

Dios cuida de su pueblo y cumple sus propósitos. Si según la intención de Dios el primer templo de Salomón fue construido por un estado rico, según exactamente la misma intención fue que el segundo templo articulo-exilio acabó siendo construido por gente pobre.

Conque la declaración de que Dios es el dueño del oro y la plata en ese contexto fue verdaderamente muy importante; porque esta declaración dejó en claro que todo se encontraba procediendo según la intención del Señor.

Si Dios hubiese querido que el segundo templo fuera un edificio tan espléndido desde el punto de vista material como el construido por Salomón, entonces habría sucedido; tras todo, Él es el dueño del oro y la plata. Pero Dios se encontraba verdaderamente interesado, ante todo, en instruir a aquellas personas sobre la sublimidad de las riquezas espirituales. El esplendor del templo no estaba en el oro de sus paredes y muebles, sino más bien en la presencia manifestada por el dueño del oro y la plata.

Esto asimismo nos enseña que Dios es siempre y en todo momento el garante de los recursos para su obra. Dios es el proveedor en el que los fieles están convidados a confiar. En el momento en que el pueblo de Dios confía en Dios, los elementos de Dios no faltan para el pueblo de Dios. El Señor suplió las necesidades del pueblo que había subido del exilio, y se completó la obra de reconstrucción del templo. En verdad, la gloria de ese segundo templo superó la gloria del primer templo, aunque el templo de Salomón había reunido riquezas incalculables. Fue ese templo, construido en un tiempo de crisis y contrariedad, que entonces exactamente el mismo Dios encarnado entró por sus puertas.

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