Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas

Los países participantes en la Conferencia Mundial de la Coalición contra la Trata de Mujeres, en 1999, escogieron el 23 de septiembre como el Día En todo el mundo contra la Explotación Sexual y la Trata de Mujeres y Niños. Ya en 1913, el mismo día 23 de septiembre, Argentina decretó la Ley de Palacios, que inspiró a otros países a proteger a su población, especialmente mujeres y pequeños, contra la explotación sexual y la trata de personas.

Observando las datas precedentes, es claro que la crueldad se ha combatido durante décadas y aún es algo bien difícil de solucionar.

La Constitución Federal de 1988 trata de los principios fundamentales, donde dice que se garantizan los derechos humanos, como la soberanía, la ciudadanía, la dignidad de la persona humana, los valores sociales del trabajo y la libre iniciativa, o sea, la libertad de elegir un trabajo digno, franco, justo y en el momento en que esto no ocurre, no se está acatando la dignidad de la persona humana.

El número de mujeres, niños y adolescentes que han sufrido violaciones a sus derechos no hace mucho más que aumentar, y vemos que las víctimas no reciben protección frente a la crueldad sufrida. La explotación de las personas vulnerables no se da únicamente en una relación íntima, sino cada vez que la persona es herida, derrotada, desgastada emocionalmente y, aun cuando su cuerpo esté expuesto, a través de anuncios, publicidades, comerciales, etc. Son mujeres, adolescentes y niños traficados para la prostitución, el trabajo esclavo e incluso la sustracción de órganos.

Esto pasa en este país y en el mundo, tal y como si fuera normal aprovecharse de la inocencia de un inútil. ¡La crueldad contra los niños es inconcebible! ¡No saben y no pueden defenderse, no disponen de tiempo, no tienen voz!

Asimismo observamos que la crueldad contra los niños, la mayor parte de las ocasiones, pasa por las personas en su historia diaria, dentro de sus hogares, y la violencia es mucho más que física, es psicológica, dejando secuelas irreparables. La pobreza, la carencia de trabajo, la violencia sufrida en la vivienda, el temor a denunciar, son las principales causas de la trata de personas, aunado a la carencia de una legislación rígida y eficiente que se aplique a quienes son determinados y denunciados. La carencia de protección y crédito al denunciante es la razón de su silencio. La trata de humanos se considera una actividad con alto beneficio económico y bajo peligro en la identificación de los autores.

¿Asistiría invertir en la conciencia de la gente, que los humanos víctimas de estos crímenes no son objetos o seres inanimados? ¿Sería bastante?

La conciencia está íntimamente ligada a la educación y la civilización. A menos educación, mucho más violencia. De nada sirve crear leyes para castigar al infractor, porque la ley y nuestro sistema carcelario no forman. Por consiguiente, esté atento a las proposiciones que se presentan de forma glamorosa. Tenga precaución con las promesas y ocasiones poco realistas. No hay trabajos fáciles con altos ingresos. La vida es dura, pero puede empeorar cuando das un giro dudoso. Tu cuerpo ha de ser respetado, preservado, siempre y en todo momento. Él no es un elemento o producto para ser vendido.

Si tienes conocimiento de algún género de violencia, ¡repórtalo! ¡No seas coautor de estas vulneraciones, de estos crímenes!

Es requisito que nuestros gobiernos, el Ministerio de Justicia, nuestra sociedad, el planeta, todos, tomemos conciencia de la necesidad de batallar de forma efectiva los delitos contra la explotación sexual y la trata de mujeres y niños.

La fecha del 23 de septiembre no es para celebrar, sino para concienciar a todos de que las mujeres y los niños deben ser tratados con cuidado y respeto sobre todas las cosas, independientemente de su situación popular, color, raza, profesión, credo.

*Artículo de María Isabel de LimaAbogada y integrante de la Comisión Diocesana de Protección de Inferiores y Personas en Situación de Vulnerabilidad de la Diócesis de Santurrón André