Decimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario

Decimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario

En el Evangelio, Jesús hace precisamente la voluntad del Padre. No dejes que absolutamente nadie pase hambre. A la inversa, no sólo es generoso con el alimento material, sino más adelante se transformará en nuestro alimento, en el momento en que nos dé, a través de el pan y el vino, su cuerpo y su sangre como alimento eterno.

Noticias del Vaticano

Si el banquete de la vida se ha convertido en privilegio de unos pocos, debemos reflexionar y comprobar la disposición que nos transporta a la celebración semanal de la Vida, es decir, la celebración donde se comparte el Pan. La culpa no es del Creador.

En Isaías, la primera lectura de este domingo, Dios subvierte el “status quo” al invitar a los pobres a salir de la miseria y experimentar el compartir de la creación. Esta invitación es a la liberación, a la liberación de la dependencia de los productores de alimentos, de aquellos que se han apoderado de los recursos de la creación y ejercen poder sobre el derecho de las personas a comer como pensó Dios, nuestro Padre, ofreciéndonos una naturaleza desprendida.

Dios no deseó hermanos que explotaran a hermanos y los matasen de hambre, sino creó todo para todos.

En el Evangelio, Jesús hace exactamente la intención del Padre. No dejes que absolutamente nadie pase hambre. Al contrario, no solo es generoso con el alimento material, sino en el futuro se convertirá en nuestro alimento, en el momento en que nos dé, mediante el pan y el vino, su cuerpo y su sangre como alimento eterno.

Pero observemos el contexto en el que se produce el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. San Mateo nos charla, inicialmente, del banquete de Herodes, un banquete donde, pese a consumir alimentos, no se festeja la vida, sino la muerte. Sus comensales están ahí con la intención de ejercer el poder, de apretar, de jugar intereses. No opínan en el otro, sino en sí mismos, en sostenerse, incluso a costa del padecimiento y la desaparición de los inocentes. El enorme inocente asesinado en este banquete herodiano fue Juan el Bautista. Su culpa fue no aceptar la vida desmandada del potentado.

El banquete que Jesús ofrece al pueblo tiene sitio al aire libre y se lleva a cabo con enorme compasión, tras hablar del cariño del Padre y de curar a los enfermos que allí se encontraban. Es la celebración de la Vida, que satisface totalmente a quienes forman parte de ella. Se suprimieron las desigualdades, todos han quedado satisfechos, curados y amados.

La solución presentada por Jesús no fue un milagro económico ni espiritual, sino la participación en los bienes de la Creación.

En otro pasaje del Evangelio, Jesús dice que el Reino de Dios se revela a los pobres y ellos comprenden el mensaje del Reino. ¡Y es cierto! Respecto al reparto de los recursos, nadie lo comprendió mejor que ellos. En su pobreza e incluso miseria, los pobres saben comunicar lo que tienen.

Nuestras celebraciones eucarísticas deben parar de ser un mero ritual y transformarse en lo que ellas proponen y lo que Jesús deseó, es decir, el comunicar la Vida. Comunicar el Pan de Vida, que es Jesús y compartir el pan que da vida material, comunicar que señala la vericidad de nuestra celebración eucarística.

Aún considerando las expresiones de Jesús – el que lleve a cabo algo por el mucho más pequeño de mis hermanos, me lo va a estar haciendo a mí – tenemos la posibilidad de ser siendo conscientes de que en el momento en que compartimos con los pobres, si bien sea una persona ignota y que jamás lo sabremos , la palabra de Jesús merece la pena. No importa si el gesto de compartir puede hacernos más pobres, importa agradar a Jesús y vivir el espíritu de la segunda lectura: nada nos puede dividir del amor de Dios, sea el confort, el apetito, la desnudez, el consuelo.

Que nuestras Eucaristías cumplan verdaderamente lo que pretenden: compartir la Vida, sentados a la mesa, con el hermano, en la Casa del Padre.

Como resultado, ya no habrá más personas necesitadas, así sea material, afectivamente o espiritualmente.

Y dirán de nosotros: ¡mira de qué manera se aman! Y consecuentemente, el Señor aumentará el número de nuestros compañeros.

Esperamos que le gustara nuestro articulo Decimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
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