En la comunidad de Diadema construida en alabanza a Cristo Rei, en Parque Real, el canto principal de la celebración, ya hace bastante tiempo, afirma: “¡Cristo Rei, rey de la alegría! ¡Cristo Rey, rey todos y cada uno de los días!” Frases contentos de la hermosa canción compuesta por el P.
José Pereira, Redentorista, quien fue párroco en Jardim Marilene.
El título de Cristo Rey existe desde hace mucho tiempo, pero fue, tenemos la posibilidad de decir, “sistematizado” hace casi 95 años, para ser completado el 11 de diciembre, cuando la encíclica Quas Primas, del Papa Pío XI, que pastoreó la Iglesia entre 1922 y 1939.
En Quas Primas, el Papa recuerda el origen del título, que evoca varios puntos de la Sagrada Escritura en los que se manifiesta el Reino de Cristo, tal como declaraciones del mismo Jesús, como nos recuerda el diálogo con Pilatos : “¿Tú eres tu rey? Sí, soy rey”.
Pero, el reino de Cristo, como Él mismo afirma, no es de este mundo, no se trata de ningún reino.
El año 1925, cuando Pío XI publicó Quas Primas, fue testigo de gigantescas dificultades.
Espiritualmente hablando, como se prueba en las primeras páginas de la encíclica, el Papa denunció que las desgracias de ese tiempo tenían como origen el olvido de Dios por parte de los hombres, y especialmente la substitución del hombre por Jesús en la conducción de todas y cada una de las cosas.
: recordemos sólo tres situaciones: la primera guerra mundial, de 1914 a 1918, que devastó muchas partes de Europa; la gripe “de españa”, cuyo estallido empezó en 1918 y la pobreza final de estas y otras situaciones, que causó daños horribles a muchas naciones.
La Iglesia también padeció mucho a lo largo de este período.
Unos años antes, en el momento en que se agrupó Italia, la Iglesia perdió sus territorios (situación que sólo tendría una delicada solución en 1929, con el Tratado de Letrán, que creaba el estado del Vaticano).
En varios lugares había un sentimiento de resentimiento y también intentos de eliminar todo lo que se refería a la fe y presencia de la Iglesia, asociaciones de fieles y el clero.
Pío XI deseaba que Jesús fuera reconocido y restituido a su lugar de honor dado por el cariño del pueblo y el cariño de la Iglesia.
Con enorme sabiduría, en una de las líneas de la breve encíclica, el Papa recuerda la humildad de Jesús, en el momento en que querían hacerlo rey y se escondió, se refugió a fin de que su reino no quedara sencillamente degradado a un reino humano.
Además, el reino de Jesús no forma parte al campo civil, sino que el amor de Jesús precisa calentar cada corazón humano a fin de que toda la sociedad se reequilibre con principios de vida y salvación.
Recorriendo estos pensamientos, tenemos la posibilidad de incluso recordar aquel cántico de los tiempos de Pentecostés: “¡Manda tu Espíritu, Señor, y renueva toda la faz de la tierra!”.
Pío XI deseaba un espíritu cristiano para actualizar el mundo, el don del temor de Dios a fin de que el planeta no se convulsionara en el caos, que, como cuenta la historia, desgraciadamente sucedió frecuentemente a lo largo del siglo XX, en proporción al desprecio de Jesús por muchos sociedades
La fiesta de Cristo Rey se festejó por primera vez en toda la Iglesia el 31 de octubre de 1926, raramente en Halloween.
En la década de 1960, cuando se rehabilitó el calendario litúrgico, manteniendo la intención de la propia encíclica de Pío XI, y enfatizando simbólicamente la conclusión y un nuevo comienzo del reinado de Cristo en el final y comienzo de los años rituales, la solemnidad se trasladó en el final del Noviembre, marcando los nuevos ciclos.
Hoy día, la espiritualidad que da un giro cerca de Cristo Rey adquiere diferentes rasgos, unos mucho más apologéticos, otros más conciliadores, pero raramente se puede notar algo muy bello: el desarrollo de una devoción, un amor, un grito de auxilio muy importante, llegando de todas y cada una partes a Aquel que verdaderamente puede contribuir a la humanidad a caminar mejor.
Para una aceptable devoción a Cristo Rey, tienen la posibilidad de ir bien dos cosas, que pueden agradar a todos: un corazón humilde y bueno por la parte de cada creyente, que mucho más que decir: “Jesús es mi rey”, actúa de hecho suponiendo en esto.
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De poco serviría decir que amo a Dios, que hago todo por Él, que Él es mi Maestro… mi todo… si en la práctica actúo contra Él.
Primer punto, recordando otro canto: “Mi corazón es solo de Jesús…” Y de esta manera continúa… la segunda cosa, que agrada un poco mucho más, es una acción reparadora (apreciemos que la devoción a Cristo Rey y al Sagrado Corazón de Jesús va de la mano) bien unidos): Jesús no necesita mi alabanza ni la tuya, pero nosotros lo hacemos en la alabanza pidiendo perdón por los que le agravian.
Ponemos cetro, manto y corona de oro a las representaciones de Jesucristo Rey, pero con lo que hace la multitud, quizás encontremos una figura más próxima al Buen Jesús en la verdad: corona de espinas, manto desgarrado, muchas heridas, abandono.
Volvamos a la alegría que propone el canto, la alegría de quien se deja conducir cada día por Jesús, declarando con una vida entregada en la fe que Cristo es realmente Señor y Rey.
En la celebración de Cristo Rey, contemplemos a nuestro Señor y transformemos el cariño de las expresiones en el amor de los gestos, en el cariño que se hace de la fe y del rastreo decidido.
Cuando todos te abandonen, oh Cristo, permite que mi alma tenga la fuerza y la voluntad de adorarte, cuando mi vida no tenga sentido, permite que tu presencia sea mi alegría en la vida cotidiana, se entregó por nuestra salvación.
Amén.
*Artículo del P.
Hamilton Gomes do NascimentoPárroco de la Parroquia Cristo Rei de DiademaRector de la Casa de Capacitación Filosófica del Seminario Diocesano