El 1 de noviembre, el calendario litúrgico nos sugiere ir a celebrar la Solemnidad de Todos y cada uno de los Santurrones. En Brasil, a fin de que todos los leales logren participar, la Solemnidad se traslada al domingo siguiente, en el momento en que la fecha cae en día laborable. En esta Solemnidad, todas y cada una la gente salvadas están en el cielo y por ende son santas, si bien no hayan sido canonizadas. Hay una multitud de personas canonizadas a las que dirigimos nuestras oraciones a fin de que intercedan por nosotros ante Dios, pero hay una multitud aún mayor de personas no canonizadas que también están en el cielo intercediendo por nosotros. Sin embargo, deseo charlar aquí de una realidad mayor que comprende a todas estas personas: la comunión de los santurrones. Este es un artículo de fe de la Iglesia Católica, y está expuesto en el Catecismo de la Iglesia Católica nn. 946-962; en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nn. 194-195; y no Youcat – Catecismo Juvenil de la Iglesia Católica norte. 146.
“La comunión de los beatos es exactamente la Iglesia” (Catecismo, 946). Recordemos la comparación que hace el Apóstol San Pablo entre la Iglesia y un cuerpo (cf. 1 Cor 12, 12-31). La Iglesia es un cuerpo, del cual Cristo es la Cabeza y todos sus miembros. A propósito, “Cuerpo de Cristo” se encuentra dentro de las definiciones de Iglesia, junto con “Pueblo de Dios” y “Templo del Espíritu Beato”, presentadas en el Catecismo (nn. 781-810). Y pensando en nuestro cuerpo biológico con sus sistemas y mecánicas, sabiamente diseñado por nuestro Constructor, podemos comprender lo que Pablo quiere decir con la Iglesia es un cuerpo, y lo que la doctrina católica significa con la comunión de los beatos.
En el momento en que comemos, no es solo nuestro estómago el que se beneficia, sino más bien todo el cuerpo. Así como en el momento en que un miembro del cuerpo está enfermo, todo el cuerpo sufre. Por consiguiente, hay una comunión en los bienes espirituales que la Iglesia recibe de su Señor. Estos bienes espirituales son la fe, los frutos de los sacramentos, los carismas. La fe católica no es una fe individualista, sino más bien una fe comunitaria, es la fe de la comunidad. La gracia que cada uno recibe mediante los sacramentos beneficia no sólo a él mismo sino a toda la comunidad. Los carismas que el Señor distribuye no son para beneficio de quienes los reciben, sino más bien para ser útil a la comunidad. Por consiguiente, la primera expresión de la comunión de los beatos tiene lugar como si fuera una “caja común”, donde las depositan todos y cada uno de los que reciben gracias, para que todos puedan tomar de ellas. De máxima importancia es rememorar lo que el Catecismo, que es la comunión de la caridad, pues así como no solo el estómago se favorece del alimento que recibe, sino todo el cuerpo, de esta forma el dolor de un integrante afecta a todo el cuerpo. Por tanto, el cariño al prójimo, que debe hacerse con obras y no con palabras (cf. 1 Jn 3, 18), es la máxima expresión de la comunión de todos y cada uno de los integrantes de la Iglesia, auténtico testimonio de nuestra conversión al Evangelio (cf. Jn 13,35). En el hermano necesitado encontramos al mismo Cristo (cf. Mt 25, 31-46).
Pero no cabe duda de que nuestra contribución, la de los que peregrinan aquí en la tierra, a este “fondo común” de gracias, no puede equipararse con la contribución que hacen otras dimensiones de la Iglesia. ¿Que quiere decir eso? O Catecismo enseña que la Iglesia tiene tres estados: la Iglesia militante, la Iglesia que sufre y la Iglesia triunfante. Somos militantes que estamos aquí peleando todos los días por nuestra conversión. Los que sufren son los que dejaron este planeta en amistad con Dios, pero con algunas imperfecciones que precisan ser purificadas en el purgatorio (cf. Catecismo nn. 1030-1032). Triunfantes son todos los que están en plena comunión con la gloria de Dios, los santurrones, canonizados o no, como decía mucho más arriba. Esta es la segunda forma de expresión de la comunión de los santos, la existencia de la Iglesia en la tierra, en el purgatorio y en el cielo.
Toda la Iglesia está en perfecta comunión, nosotros aquí en la tierra, nuestros hermanos en el purgatorio y los beatos en el cielo. En la situacion de los del purgatorio, el Catecismo recuerda qué sana es la tradición cristiana de orar por los difuntos, que es también obra de misericordia y que se basa en las Sagradas Escrituras (cf. 2 Mc 12,43-45), aparte de que asimismo interceden por a nosotros. Su estado pasivo en el purgatorio tiene relación a que nada podían realizar para calmar su dolor, necesitando de nuestra oración, ya sea por medio de la Santa Misa o consiguiendo indulgencias.
Así, ese enorme secreto que es la Iglesia de Cristo, y que está que se encuentra en la tierra buscando la conversión, presente en el purgatorio para ser purificado por nuestras frases y también indulgencias e intercediendo por nosotros, que se encuentra en el cielo también intercediendo por nosotros, es un gran red de comunión de bienes espirituales. Esta hermosa expresión de la fe católica es un don y una tarea. Don pues nos alegra comprender que somos beneficiados con la intercesión de los santos y del purgatorio, además de todas y cada una de las gracias que el Señor reparte aquí en esta tierra. Una labor por el hecho de que necesitamos esmerarnos poco a poco más para recibir las gracias de Dios, ya sea a través de la oración diaria, la recepción de los sacramentos (como la Eucaristía y la Penitencia y la Reconciliación), o a través de una profunda búsqueda de conversión en la conquista de las virtudes. Para terminar, recordemos las expresiones de la enorme Doctora de la Iglesia, nuestra querida Santa Teresa del Niño Jesús, en sus fáciles pero profundas expresiones del coloquio del 17 de julio de 1897:
“Si el Buen Dios otorga mis deseos, mi Cielo va a pasar sobre la tierra hasta el objetivo de los tiempos. Sí, quiero pasar mi Cielo realizando el bien en la tierra. Esto no es realmente difícil, porque en el corazón de la visión beatífica, los Ángeles velan por nosotros”.
* Artículo de Rafael Ferreira de Melo Brito da Silva