RELIGION CRISTIANA

Corazón misionero Misión de Angola

El corazón misionero no tiene nombre, ni rincón, ni carro, ni dirección, solo tuvo un solo habitante, Jesucristo. Él es el único habitante de este corazón. Él es el único dueño, y es por él y en él que todo se vuelve viable. El corazón misionero es aquel que, con tanto amor, ha querido ofrecer hasta el propio corazón a fin de que, siendo de Cristo, logre hacer lo que el Señor le suscita.

El corazón misionero no se apega a las cosas pequeñas, sino siente en ellas la grandeza del amor de Dios. Este corazón del que tanto hablo es un corazón que no tiene nombre y mucho menos forma parte a un pueblo. Este corazón solo puede ser católico. He aquí, el Señor nos dejó un legado, el del amor. San Agustín afirma “quiere y haz cuanto quieras”. El que ama, quiere simplemente. El cariño aguanta todo, todo gana. Este es el contenido del corazón misionero.

Podría haber otra explicación para tanto compromiso y tanta dedicación. He conocido misioneros que han estado fuera de su patria durante 10, 20, 40 años. Todo porque en ellos hay un corazón misionero.

En tierras angoleñas, la vida del misionero es regularmente puesta a prueba, prueba que equivale a la de la transformación y valoración del oro. El oro, para volverse bello y brillante, pasa incontables ocasiones por el fuego. El corazón misionero asimismo pasa por el fuego. Fuego de malestar, inseguridad, añoranza de la familia, falta de luz, calor intenso, burocracia en la documentación. Pero el corazón misionero vence a todo lo mencionado, no porque lata dentro de un pecho fuerte, sino más bien por el hecho de que está habitado por el Espíritu del Señor y su beato modo de obrar.

El corazón misionero y, agregaría, el corazón franciscano, busca fuerza en las aguas más profundas de la fuente clara que aflora de la mesa eucarística. Sí, es la oración, la gran fuerza y ​​energía revitalizante del corazón misionero. Sin la oración, se entraría de manera fácil en crisis y las adversidades vencerían la delicadeza del alma unida a Cristo.

En la experiencia que estoy viviendo en misión en Angola, donde los frailes franciscanos están ya hace 2 décadas, pude percibir el precaución y la entrega a la oración. De este modo es el corazón misionero franciscano, ancla su vaso al pie del altar y de allí no se mueve. Este espíritu de oración y devoción, que nuestro seráfico Padre aspiraba a vivir a sus hermanos, prosigue vivo hoy en el corazón misionero.

Una vez, según la tradición franciscana, el Seráfico Padre invitó a entre los hermanos a predicar en la localidad. Ambos se dirigieron al sendero que conducía al pueblo. 2 hermanos de malas costumbres andaban uno al costado del otro, sin prisa, pero con paso firme. Tras un viaje de unas pocas horas, ciertamente estaban cansados, puesto que habían recorrido toda la ciudad. En silencio ambos regresaron al seno de la fraternidad. Apenas llegaron exhaustos, el hermano que Fray Francisco había invitado les preguntó por qué no habían predicado. El santurrón varón miró ampliamente a su hermano y con dulces y firmes expresiones le aseguró que habían predicado esa mañana, por medio de sus vidas.

Este es el espíritu de oración y devoción que nos enseña nuestro Seráfico Padre. No son las palabras sino más bien los ejemplos, no son los enormes discursos sino los testimonios. Esta es la forma de ser un misionero franciscano. El corazón misionero franciscano, incluso con la boca cerrada, comunica al planeta la generosidad del corazón divino.

Quiero relatar aquí un hecho que me conmovió. Estaba visitando a mis cohermanos en una de las casas de misión cuando un hermano me invitó a llevar a cabo un paseo por la región. Con bastante gusto acepté y en ese viejo Toyota, pienso que es el mucho más viejo de la misión, todavía de la temporada de la guerra, soportando aquí apoyándolo desde allá, fui atento conociendo la zona. No obstante, lo que causó mi admiración no fue el exterior del auto 4×4, sino más bien ese tipo que, por donde iba, llamaba a unos, provocando a otros. A los pechos con un fardo de leña en la cabeza y un cabrito amarrado a la espalda, les chillaba cariñosamente: “Buenas tardes, mamá, ¿cómo estás?”. y ellos, con una sonrisa pertinente al cariño recibido, afirmaron: “¡Buenos días papá, estoy bien, gracias!”.

Eso es el reino de Dios, amor cordial, amor de padre, amor de madre, amor de hijos. Este es el corazón misionero que con generosidad, aun antes de ver los defectos y las espinas del resto, siente la bella rosa que está a puntito de florecer. El corazón misionero no antepone su propia voluntad, sino más bien la intención del corazón de Dios.

Fr. Simão Lagiski, que a lo largo de 10 años fue misionero en Angola, aun a una edad avanzada no quería dejar la misión, fuertemente y ​​fe continuó, hasta el día en que fue movido de urgencia a Brasil para recibir régimen, lugar desde donde logró su pasaje a la casa del padre. Como la suya, son muchas las historias que se podrían contar aquí de misioneros que brindaron la vida por el Reino.

Vayas donde vayas, vas a ver las maravillas de un pueblo rico en cultura y variedad. Dondequiera que pisen tus pies conocerás las maravillas que Dios te revela. Adondequiera que vaya el corazón misionero, el Señor estará con él y le mostrará sus maravillas.

El corazón misionero franciscano por donde pasa deja huellas profundas, huellas que convierten las hojas secas, tristes y podridas en abonos que enriquecen la tierra para recibir la semilla de la misión. Adondequiera que he estado en Angola he sentido algo muy particular, el respeto por el misionero. El misionero viene a ser instrumento de paz. Ha traído consigo mucha buena intención y fuerza para impulsar la transformación social. De la misma manera, el corazón misionero, sea en tierras angoleñas o en cualquier parte de este mundo, hace lo mismo. Lleva el amor contigo. Amor que fortalece y nutre la locomotora del Reino de Dios.

Botón volver arriba
Cerrar

Bloqueador de anuncios detectado

¡Considere apoyarnos desactivando su bloqueador de anuncios!