¿En algún momento te has cuestionado por qué varias personas tienen más privacidad con Dios que otras?
Posiblemente ahora hayas pensado que, como varios progenitores humanos, Dios tiene sus hijos favoritos. Mientras algunos semejan tan íntimos y cercanos, otros semejan distantes y también indiferentes al Padre.
Pero la verdad es que Dios no posee favoritos y no ama a un hijo mucho más que al otro. Él quiere a cada ser humano con amor infinito y también incondicional. Él ha dado a todos la independencia de acercarse a Su trono de felicidad con seguridad. Por lo tanto, somos nosotros, no Él, quienes seleccionamos cuán cerca o lejos estaremos del trono donde está Dios. “Conque acerquémonos al trono de la gracia con toda confianza, para que recibamos clemencia y hallemos gracia que nos ayude en el instante de nuestra necesidad.” (Hebreos 4:16)
Por consiguiente, la privacidad con Dios depende sólo de nuestra voluntad y deber de aproximarnos a Él. La invitación de Jesús está siempre y en todo momento abierta. Él habla en nuestros corazones: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, voy a entrar y cenaré con él, y él conmigo”. (Apocalipsis 3, 20)
#Los 4 Escenarios de la Intimidad con Dios
El capítulo 47 del libro de Ezequiel charla de una visión que tuvo el profeta de agua que fluía por el templo. Cada 500 metros midió y encontró niveles diferentes de agua.
Había 4 niveles, donde el primero empezaba a la altura del tobillo y el último iba desde la altura de la cabeza, donde no era posible cruzarlo caminando.
La Biblia representa el agua como el Espíritu Santurrón de Dios, por lo que tenemos la posibilidad de hacer una analogía de este capítulo identificando nuestros 4 escenarios de privacidad con Dios.
#Nivel 1: agua hasta los tobillos
“(…) mientras que iba, midió quinientos metros y me llevó por el agua hasta los tobillos”. (Ezequiel 47,3b)
Aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, pero es posible que solo queramos estar con Él para que las aguas lleguen hasta los tobillos, a fin de que nuestros pies estén firmes en la tierra y sintamos que contamos el control total de nuestras vidas.
En este nivel no hay dependencia de Dios, puesto que somos dueños de nuestra propia vida, según nuestra voluntad y nuestro comprensión. Y además de esto, no estamos prestos a dejar nada de lado ni a llevar a cabo ninguna renuncia por Él, por el hecho de que el interrogante que nos hacemos primero es: “¿Qué debo ganar con esto?”.
Tenemos la posibilidad de tener éxito en la vida, pero siempre y en todo momento sentiremos que falta algo mucho más. Al admitir a Jesús, tenemos la posibilidad de ser salvos y también ir al cielo, pero sin saber realmente a Dios en esta vida y sin tener la oportunidad de comprender el propósito que nuestro Constructor tuvo para nosotros. Cuando escogemos una vida sin dependencia, no entenderemos lo que es tener intimidad con Dios. Vamos a pasar nuestros días separándonos del amor de Dios y también ignorando la presencia del Espíritu Santo.
#Nivel 2: agua hasta las rodillas
“Entonces midió otros quinientos metros, y el agua me llegó hasta las rodillas”. (Ezequiel 47,4a)
Cuando las aguas llegan hasta las rodillas, procuramos a Dios como entusiastas. Buscamos a Dios para ver milagros, tener vivencias divinas y bendiciones logradas. Quizá quieras caminar hacia Dios, pero no lo anhelas tanto como anhelas lo que Él puede ofrecerte.
No experimentamos la plenitud que Dios ha dispuesto para nuestra vida, ya que nos aproximamos a Él eminentemente por Sus maravillas, pero no estamos prestos a sumergirnos mucho más en el agua para seguirlo. Incluso si no lo sabe, puede estar estimando que Dios existe para satisfacerlo y hacer que su vida sea más simple y próspera. Cuando andas en este nivel, quieres aproximarte a Dios y realizar proyectos en Su nombre, eminentemente porque sabes que vas a recibir beneficios a tu favor.
No hay nada de malo en buscar las bendiciones de Dios o las vivencias con Él, pero eso no debería ser la máxima prioridad en tu vida. Esto no es crear una vida mucho más unida a Dios. En el momento en que estás en este nivel de privacidad con Dios, es muy fácil que te decepciones de Él, porque buscas primero la mano de Dios y no Su rostro. Puedes ingresar en una relación de búsqueda de méritos con Dios, pensando que servirle de forma cuidadosa, celo y furor es un deber si todos tus deseos deben ser concedidos.
O puedes caer en la trampa de la religiosidad, donde te entregas en cuerpo y alma, pero olvidas la esencia más esencial: el cariño.
#Nivel 3: Agua hasta la cintura“(…) Otros quinientos metros, y el el agua me llegaba a la cintura”. (Ezequiel 47,4b)
Cuando andas en este nivel de proximidad con Dios, no paseas solo, sino escuchas la voz del Espíritu Beato y caminas pidiendo Su guía. En el momento en que caminas en el Espíritu, dependiendo de Dios, tus caminos son exitosos, pero cuando estás atrapado en enfrentamientos internos, la vacilación te hace tropezar.
Te sumerges bajo el agua para experimentar la plenitud de Dios, pero cuando brotan las adversidades, retornas velozmente a la superficie, donde puedes decidir realizar las cosas a tu forma y tomar el control de tu vida, por el hecho de que Dios no en todos los casos actúa a tiempo. tu forma de promesa y unión con Dios, en ese instante, parece no tener relevancia.
Semeja realmente difícil reforzar y confiar absolutamente en el Señor, quizás porque el temor es uno de nuestros inconvenientes más constantes. Aun en el momento en que conocemos la voluntad de Dios, a menudo somos reacios y escogemos tomar decisiones siguiendo nuestros pensamientos y sentimientos. No obstante, Dios aumenta nuestra fe a través de las pruebas. Si no nos encontramos dispuestos a confiar absolutamente en el Señor, nos estamos perdiendo lo destacado que Él tiene dispuesto para nosotros, y entonces solo nos encontramos postergando el propósito de nuestra vida o contentándonos con lo que es bueno, sin seguir hacia donde Dios desea llevarnos a revelar Sus maravillas aún mayores, una vida mucho más próxima a Él.
#Nivel 4: Agua que está sobre la cabeza
“Por último, medía otros quinientos metros, y el río era tan profundo que no podía cruzarlo. Era bastante profundo para cruzarlo salvo nadando.” (Ezequiel 47:5)
En el momento en que andas sumergido en el Espíritu Beato, te semejas tanto a Cristo que la gente no puede decir si lo que haces es por ti o si es Dios actuando sobre ti. Porque en tus acciones, todos pueden ver el rostro de Jesús.
Caminas por fe, dejando que Dios te lleve a donde Él quiere llevarte. Su planificación personal está en sintonía con el propósito de Dios. Conoces Su intención y anhelas agradarle en todo lo que haces.
Estás dispuesto a realizar sacrificios personales porque piensas que Él tiene algo más grande y mejor. De este modo, deja fallecer en vosotros todo cuanto no gusta a Dios, renovándose y transformándose de forma continua en un nuevo vaso.
Tu privacidad con Dios es tan enorme que te gusta hablar con Él y estar cerca de Él todo el tiempo. La amistad con Dios te hace tanto bien que te transforma en un individuo cada vez mejor, te inspira a amar y bendecir a muchas personas.
Si no está satisfecho con su relación con Dios en este momento, la buena noticia es que siempre y en todo momento hay mucho más que comprender acerca de Él. Puedes, en cualquier momento, decidir ofrecer este paso adelante..
Dios siempre y en todo momento anhela y espera tener una relación de amor con nosotros. Nos es suficiente con ofrecer el primer paso, escuchando Su Palabra, obedeciéndola como instrucción de un padre amoroso que nos bendice y nos llena del Espíritu Beato.
A medida que medra tu compromiso con Dios, tu intimidad con Él será mayor y cuando te sientas listo para entrar en una relación mucho más profunda, Dios se desplaza para tocarte de manera especial.
De la misma esos personajes bíblicos que vivieron en intimidad con Dios, Él va a hacer algo fantástico por medio de ti, revelará Su gloria y mostrará la excelencia mucho más bella que jamás hayas soñado que existe en el planeta.
De qué manera tener una vida más próxima a Dios
Es dependiente de ti, de mí, de todos nosotros.
Fuentes de consulta:
* Dayse María Mellero de Melo