Carta del Ministro Provincial con motivo de la

“Dios, al dejarse localizar en el Verbo hecho carne, hizo posible que los seres humanos se encontraran con Él”

Estimados hermanos y hermanas,

San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia, comienza su “Sermón sobre el Nacimiento del Señor” con el primer verso del Prólogo del Evangelio de San Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo se encontraba con Dios, y el Verbo era Dios, y “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. En exactamente el mismo sermón define la eternidad del secreto de la Navidad como el “día sin ocaso pues tampoco tuvo amanecer”. De este modo, la Navidad es la manifestación del amor de Dios, “la única Palabra de Dios, vida y luz de los hombres, es el día eterno”. Y siguiendo su sermón, todo basado en el Verbo que se realizó carne y vino a habitar entre nosotros, como lo hizo más tarde san Francisco de Asís, que quiso ver con sus ojos el secreto del nacimiento del Niño de Belén (cf 1Cel 84 ), San Agustín proclama:

“¡Qué alabanzas proclamaremos, pues, al amor de Dios! ¡Cuántas gracias debemos darle! Tanto nos amó que el que hizo al hombre se hizo hombre; fue creado por una madre que él había creado; en el belén cambia de infancia, la Palabra sin la que toda elocuencia humana es muda.Considera, oh hombre, lo que Dios se ha hecho por ti…”.

Desde exactamente el mismo punto de vista y ocho siglos después, en el pueblo de Greccio, San Francisco de Asís se ocupó de visualizar y proclamar la Palabra del Santurrón Evangelio, y “recordando al niño que nació en Belén, las penalidades que pasó a través, de qué forma fue puesto en un belén, y ved con vuestros propios ojos cómo quedó encima de la paja, entre el buey y el asno” (1Cel 84). San Francisco de Agarráis, como san Agustín, destacó la humanidad del Hijo de Dios que “por obediencia vino en condición mortal a un establo estrecho, para buscar en la muerte lo que se encontraba fallecido”. Esto, en lenguaje de Tomás de Celano, quiere decir que, al celebrar la Navidad en Greccio, Francisco de Agarráis resucitó al niño Jesús que “dormía en el olvido de muchos corazones” (1Cel 87).

El secreto del Verbo hecho carne, es decir, del Dios invisible que se hizo visible en el Niño de Belén, devolvió a la criatura humana a su original excelencia. San Agustín exhortaba así en la Nochebuena: “Considera, oh hombre, lo que Dios se convirtió para ti”. Francisco de Agarráis, por su parte, nos dejó esta bella amonestación: “Considera, oh hombre, a qué excelencia te elevó el Señor, creándote y formándote según el cuerpo a imagen de su amado Hijo” (Adm 5). Como en la noche de Navidad, asimismo en la eternidad del misterio de la Encarnación, lo divino y lo humano necesitan encontrarse. Dios, al dejarse hallar en el Verbo hecho carne, hizo posible que los seres humanos se encontraran con Él. Ahí está la excelencia de la criatura humana a considerar. De ahí que, como a los pobres pastores de Belén, también Dios nos ofrece la felicidad de ver en el Niño-Dios la excelencia de nuestra vida.

San Agustín asegura que Dios, en su amor infinito y en la eternidad del secreto de la Navidad, “tanto nos amó que se realizó por nosotros en el tiempo” y “tanto nos amó que el que hizo al hombre se realizó hombre” . Tomás de Celano pone en boca de san Francisco esta hermosa expresión, ante la persona de un pobre: ​​“Tenemos que querer el amor de quien tanto nos amó” (2Cel 148). Pensamiento que reitera san Buenaventura cuando dice que Francisco se regocijaba por todas y cada una de las obras que salían de la mano del Constructor: “De ahí que es necesario amar mucho el cariño de quien tanto nos ama” (LM 9,1).

En su sermón de Navidad San Agustín predica que el Verbo hecho carne “fue creado por una madre que él había creado” y “fue llevado en las manos que él formó”. Francisco de Asís también acerca a la humanidad al Hijo de Dios en el misterio de la Encarnación, asociando este misterio al de la Eucaristía donde el Hijo de Dios se deja tocar por las manos del sacerdote: “Hete aquí, se humilla él mismo todos y cada uno de los días; como en la hora en que, descendiendo de su trono real al seno de la Virgen, viene a nosotros todos y cada uno de los días bajo una apariencia humilde; todos los días desciende del seno del Padre al altar, a las manos del sacerdote» (Adm 1, 16-18).

Queridos hermanos y hermanas, celebrar la alegría de la solemnidad de la Navidad es considerar hasta dónde supo llegar Dios en su inefable misterio de amor y en lo que Dios se convirtió para cada uno de nosotros. La Navidad nos provoca a la contemplación del Verbo hecho carne y nos transporta a contemplar, como san Agustín o san Francisco de Agarráis, la revelación del Amor divino por toda la creación.

En esta fe y alegría, les deseo los más destacados deseos de una Feliz Navidad.

Fraternalmente,

Fr. Fidêncio Vanboemmel, OFMMinistro provincial