Cantalamessa: Renovación Carismática, Corriente de Gracia

Cantalamessa: Renovación Carismática, Corriente de Gracia

“Parto de la convicción, compartida por todos nosotros y recurrentemente repetida por el Papa Francisco, de que la Renovación Carismática Católica (RCC) es “una corriente de felicidad para toda la Iglesia”.

Si la RCC es una corriente de gracia para toda la Iglesia, tenemos el deber de explicarnos a nosotros y a la Iglesia exactamente en qué consiste esta corriente de felicidad y por qué razón está destinada y que se requiere para toda la Iglesia”, ha dicho el P.

tu colocación .

ciudad del Vaticano

Del 6 al 8 de junio tendrá sitio en el Vaticano la Conferencia Internacional CHARIS, que reunirá a líderes de la Renovación Atractiva Católica.

Son mucho más de 550 líderes de distintas partes del planeta, que comparten y oran juntos, oyendo al Espíritu Beato.

Entre los oradores fue el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa ofm Cap, asistente eclesiástico de Charis.

Vea el texto terminado de su alegato de este sábado por la mañana, en la Sala Paulo VI, titulado “La Renovación Carismática, Corriente de Gracia para toda la Iglesia (la traducción es de Fr.

Ricardo Farias, ofmcap):

“Parto de la convicción, compartida por todos nosotros y frecuentemente repetida por el Papa Francisco, de que la Renovación Atractiva Católica (RCC) es “una corriente de gracia para toda la Iglesia”.

Si la RCC es una corriente de felicidad para toda la Iglesia, poseemos el deber de explicarnos a nosotros ya la Iglesia en qué radica esta corriente de felicidad y por qué razón es destinada y necesaria para toda la Iglesia.

Explique brevemente lo que somos y lo que garantizamos, explicado de otra forma, lo que Dios da, a la Iglesia con esta corriente de felicidad.

Hasta ahora no hemos estado en condiciones, ni podríamos estarlo, de decir claramente qué es la Renovación Atractiva.

Por lo tanto, es necesario presenciar una manera de vida antes de poder definirla.

Esto ha sucedido siempre y en todo momento anteriormente, con ocasión de la aparición de novedosas maneras de vida cristiana.

¡Ay de aquellos movimientos y órdenes religiosas que nacen con tantas reglas y constituciones meticulosamente establecidas desde el comienzo, para entonces ponerlas en práctica como protocolo a proseguir! Es la vida que, al progresar, consigue una fisonomía y se da a sí una regla, como el río que, al seguir, cava su cauce.

Debemos admitir que, hasta ahora, le dimos a la Iglesia ideas y representaciones distintas ya ocasiones contradictorias de la Renovación Carismática.

Bastaría hacer una breve encuesta entre la gente que viven fuera de ella para saber la confusión que reina sobre la identidad de la Renovación Carismática.

Para muchos, hablamos de un movimiento de “entusiastas”, no muy distinta de los movimientos “entusiastas e ilustrados” del pasado, el pueblo Aleluya, de manos levantadas, que reza y canta en un lenguaje incomprensible, un fenómeno, al final de cuenta, emotivo y superficial.

Puedo afirmar esto con pleno conocimiento de causa, en tanto que yo asimismo fui, en el transcurso de un tiempo, entre los que pensaban de esta manera.

Para otros, se la identifica con personas que dicen oraciones de sanación y efectúan exorcismos; para otros, hablamos de una “infiltración” protestante y pentecostal en la Iglesia católica.

En el más destacable de los casos, la Renovación Carismática se ve como una situación a la que se pueden confiar tantas cosas en la parroquia, pero en la que es preferible no meterse.

Como ha dicho alguien, se aman los frutos de la Renovación, pero no el árbol.

Después de 50 años de vida y experiencia, y con ocasión de la inauguración de la novedosa organización de servicios, CHARIS, quizás ha llegado el momento de intentar releer esta realidad y darle una definición, aunque no determinante, con su paseo. por nada completado.

Pienso que la esencia de esta corriente de felicidad está contenida providencialmente en su nombre “Renovación Carismática”, siempre y cuando se comprenda el verdadero concepto de estas 2 palabras.

Es lo que me sugiero realizar, dedicando la primera parte de mi exposición al sustantivo “Renovación” y la segunda parte al adjetivo “atractivo”.

PRIMERA PARTE: “RENOVACIÓN”

Es requisito llevar a cabo un supuesto general para entender la relación entre el substantivo “renovación” y el adjetivo “carismático”, y lo que representa cada uno de ellos.

En la Biblia, surgen precisamente dos métodos de operación del Espíritu de Dios.

Está, primeramente, el modo perfecto que tenemos la posibilidad de llamar atractivo.

Esta radica en que el Espíritu de Dios viene sobre varias personas, en circunstancias particulares, y les da dones y capacidades más allá del alcance humano para efectuar la labor que Dios espera de ellos.

Habla del Espíritu de Dios que viene sobre algunas personas y les da dones artísticos para la construcción del templo.[1] La característica de este modo de obrar del Espíritu de Dios es que se da a la persona, pero no para la persona misma, para hacerla mucho más interesante a Dios, sino más bien para el bien de la comunidad, para el servicio.

Sólo en un segundo instante, prácticamente después del exilio, se empieza a charlar de una manera diferente de obrar del Espíritu de Dios, modo que luego se llamará acción santificadora del Espíritu (2Tes 2,13).

Por vez primera, en el Salmo 51, el Espíritu es definido como “santurrón”: “no quites de mí tu Santurrón Espíritu”.

El testimonio más claro es la profecía de Ezequiel 36:26-27:

Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. quitaré el corazón de piedra de nuestros cuerpos y os voy a dar un corazón de carne; Pondré mi espíritu dentro de ti y voy a hacer que prosigas mi ley y cuides de ver mis mandamientos.

La noticia de esta manera de accionar del Espíritu es que viene sobre una persona y continúa en ella, y la convierte desde dentro, dándole un corazón nuevo y una nueva aptitud para observar la ley.

Entonces la teología va a llamar al primer modo de accionar del Espíritu “cita gratis gratis”, obsequio, y el segundo, “gratia gratum faciens”, felicidad que hace satisfactorio a Dios.

Pasando del Viejo al Nuevo Testamento, este doble modo de actuar del Espíritu se hace aún más claro.

Basta leer primero el capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, donde se charla de todo género de carismas, para pasar entonces al capítulo siguiente, el 13, donde se charla de un don único, igual y preciso para todos.

, que es caridad.

Esta caridad es “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Beato” (Rm 5,5), el amor –como lo define Beato Tomás de Aquino– “con el que Dios nos ama y con el que nos hace capaces de amar” él y los hermanos[2].

La relación entre la obra santificadora del Espíritu y su acción atractiva es vista por Pablo como la relación que existe entre el ser y el actuar y como la relación que existe entre la unidad y la diversidad en la Iglesia.

La acción santificadora se refiere a la ser del cristiano, los carismas mencionan a la Acto, son para el servicio (1Cor 12,7; 1Pd 4,10); lo primero funda el unidad de la Iglesia, el segundo, el variedad de sus funciones Sobre esto basta leer Efesios 4, 4-13.

En esto, el Apóstol muestra primero lo que funda el ser del católico y la unidad de todos y cada uno de los fieles: un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo Señor, una sola fe, para luego charlar de “la gracia dada a cada uno según la medida de su el don de Cristo”: apóstoles, evangelistas, profesores…

El Apóstol no se restringe a subrayar los dos métodos de obrar del Espíritu, sino asegura también la absoluta prioridad de la acción santificadora sobre la acción atractiva.

Actuar es dependiente de ser (agere sequitur es), No de la otra forma.

Pablo aborda brevemente la mayor parte de los carismas – charlar todas las lenguas, tener el don de profecía, conocer todos y cada uno de los secretos, repartir todo a los pobres – y concluye que, sin la caridad, de nada servirían a quienes los ejercitan, si bien pueden ser de utilidad para quien los reciba.

Todo lo que he dicho sobre la acción renovadora y santificadora del Espíritu está contenido en el substantivo “Renovación”.

¿Por qué precisamente este término? ¿Por qué razón lo llamamos “Seminario de vida nueva en el Espíritu” el instrumento con el cual nos preparamos para recibir el bautismo en el Espíritu? La iniciativa de novedad acompaña de principio a fin la revelación de la acción santificadora del Espíritu.

Ya en Ezequiel se habla de un “Espíritu nuevo”.

Juan habla de “nacer nuevamente del agua y del Espíritu” (Jn 3,5).

Pero es sobre todo san Pablo quien ve en la “novedad” lo que caracteriza a toda la “nueva alianza” (2Cor 3,6).

Define al fiel como un “hombre nuevo” (Ef 2,15; 4,24) y al bautismo como “un baño de renovación en el Espíritu Santurrón” (Tit 3,5).

Lo que debe quedar claro inmediatamente es que esta nueva vida es la vida traída por Cristo.

Es él quien, resucitando de entre los muertos, nos dio la oportunidad, gracias a nuestro bautismo, de “llevar una vida nuevo” (Rm 6,4).

Es, por tanto, un don, más que un deber, un “hecho”, más que un “debe hacerse”.

En este punto, es precisa una revolución copernicana en la mentalidad común de los leales católicos (¡no en la doctrina oficial de la Iglesia!), y este es uno de los aportes mucho más importantes que puede ofrecer la Renovación Atractiva –y, en parte, ya dió – a la vida de la Iglesia.

Durante siglos se ha insistido tanto en la ética, en el deber, en lo que hay que hacer para conquistar la vida eterna, hasta el punto de invertir la relación y anteponer el deber al don, haciendo de la gracia el efecto, en lugar de la causa, de nuestra buen trabajo.

La Renovación Atractiva, concretamente el bautismo en el Espíritu, produjo en mí esa revolución copernicana de la que hablé, y de ahí que estoy íntimamente convencido de que la puede efectuar en toda la Iglesia.

Y es de la revolución de la que es dependiente la oportunidad de reevangelizar el mundo poscristiano.

La fe brota en la presencia del kerigmano en presencia de didáctico, esto es, no en presencia de la teología, la apologética, la moral.

Estas cosas son primordiales para “formar” la fe y llevarla con perfección de la caridad, pero no están en condiciones de generarla.

El cristianismo, en contraste a cualquier otra religión, no comienza diciendo a los hombres lo que deben llevar a cabo para ser salvos; empieza contando lo que Dios hizo, en Cristo Jesús, para salvarlos.

Es la religión de la felicidad.

¿Exactamente en qué radica la novedosa vida en el Espíritu?

Pero ahora llegó el instante de ir a lo preciso, y ver exactamente en qué consiste y cómo se manifiesta la vida novedosa en el Espíritu, y por tanto exactamente en qué radica la verdadera “Renovación”.

Nos basamos en São Paulo y, más exactamente, en su Carta a los Romanos, ya que es allí donde, prácticamente programáticamente, se exponen sus elementos constitutivos.

Una vida vivida en la ley del Espíritu

La vida novedosa es, frente todo, una vida vivida “en la ley del Espíritu”.

“Ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.

Pues la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús les ha librado de la ley del pecado y de la desaparición” (Rom 8, 1-2).

No se comprende lo que significa la expresión “ley del Espíritu”, sino desde el hecho de Pentecostés.

En el Viejo Testamento había dos interpretaciones escenciales de la celebración de Pentecostés.

Al comienzo, Pentecostés era la fiesta de la cosecha (cf.

Nm 28,26ss), cuando se ofrecían a Dios las primicias del trigo (cf.

Ex 23,16; Dt 16,9).

Pero, sucesivamente, y precisamente en tiempo de Jesús, la celebración salió enriqueciendo con un nuevo significado.

Era la fiesta que recordaba la entrega de la ley en el monte Sinaí y la coalición establecida entre Dios y su pueblo; la celebración, finalmente, que conmemoraba los hechos descritos en Ex- 19-20.

“Este día de la celebración de las semanas – reza un artículo de la presente liturgia hebrea de Pentecostés (Shavuot) – es el tiempo de la distribución de nuestra Torá”.

¿Qué nos dice este enfoque sobre nuestro Pentecostés? ¿Qué significa, en otras expresiones, que el Espíritu Beato descienda sobre la Iglesia exactamente el día en que Israel recuerda el don de la ley y de la alianza? San Agustín ya se hizo esta pregunta y dio la próxima respuesta.

Cincuenta días después de la inmolación del cordero en Egipto, en el monte Sinaí, el dedo de Dios escribió la ley de Dios en tablas de piedra, y hete aquí, cincuenta días después de la inmolación del verdadero Cordero de Dios, que es Cristo, otra vez el dedo de Dios, el Espíritu Beato, escribió la ley; pero esta vez no sobre tablas de piedra, sino sobre tablas de carne de corazones[3].

Esta interpretación se basa en la afirmación de Pablo de que él define la comunidad del nuevo pacto como “una epístola de Cristo, escrita no con tinta, sino más bien con el Espíritu del Dios vivo, grabada no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, de corazones ” (cf. 2Cor 3,3).

En un relámpago, se iluminan las profecías de Jeremías y Ezequiel sobre el nuevo pacto: “Este es el pacto que concertaré con la casa de Israel tras aquellos días, afirma el Señor: Voy a poner mi ley en sus supones, y lo grabará en tu corazón; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31:33). ya no en tablas de piedra, sino en corazones; por el momento no es una ley exterior, sino más bien una ley interior.

¿De qué manera actúa en concreto esta novedosa ley, que es el Espíritu, y en qué sentido puede llamarse “ley”? ¡Actúa a través del amor! La nueva ley es lo que Jesús llama el “nuevo mandamiento” (Jn 13,34).

El Espíritu Beato ha escrito la ley novedosa en nuestros corazones, infundiéndolos con amor: “El amor de Dios fué vertido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

Este amor, nos explicó Santurrón Tomás, es el cariño con el que Dios nos quiere y con el que, al tiempo, nos permite amarlo a él y amar al prójimo.

Es una exclusiva capacidad de amar.

Hay 2 formas en que un hombre puede ser inducido a realizar o no llevar a cabo cierta cosa: ya sea por coerción o por atracción; la ley exterior lo induce de la primera forma, por coerción, con la amenaza del castigo; el cariño lo induce de la segunda manera, por atracción.

Cada uno, en efecto, se siente atraído por lo que ama, sin sufrir ninguna coacción exterior.

La vida cristiana debe ser vivida por atracción, no por coerción, por amor, no por temor.

Una vida de hijos de Dios

Seguidamente, la nueva vida en el Espíritu es una vida de hijos de Dios.

El Apóstol redacta además:

“Todos y cada uno de los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.

De verdad, no recibisteis un espíritu de esclavos, para regresar a caer en el temor, sino que recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, en el que todos clamamos: ¡Abba, oh Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para ofrecernos testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8,14-16).

Esta es un concepto central del mensaje de Jesús y de todo el Nuevo Testamento.

Merced al bautismo que nos injertó en Cristo, nos hemos hecho hijos en el Hijo.

¿Qué puede, ya que, traer de vuelta la Renovación Atractiva en este campo? Algo muy importante, esto es, el hallazgo y la conciencia existencial de la paternidad de Dios, que hizo que a mucho más de uno se le rompan las lágrimas en el momento del bautismo en el Espíritu.

Biensomos pequeños por el bautismo, pero, de hechonos convertimos gracias a una acción del Espíritu Santo que prosigue en la vida.

Una vida en el señorío de Cristo

Al final, la nueva vida es una vida en el Señorío de Cristo.

Redacta el Apóstol:

“Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, vas a ser salvo” (Rom 10, 9).

Y nuevamente, poco después, en la misma Carta:

Ninguno de nosotros vive para sí mismo o muere para sí mismo.

Si estamos vivos, es para el Señor que vivimos; si morimos, es para el Señor que morimos.

En consecuencia, vivos o fallecidos, pertenecemos al Señor.

Cristo murió y resucitó con este mismo propósito, para ser Señor de los muertos y de los vivos.

(Rm 14,7-9).

Este conocimiento especial de Jesús es obra del Espíritu Santo: “Absolutamente nadie puede decir: Jesús es el Señor, sino más bien en el Espíritu Beato” (1Cor 12,3).

El obsequio más obvio que recibí en el momento de mi bautismo en el Espíritu fue el descubrimiento del Señorío de Cristo.

Hasta el momento era estudiante de cristología, impartía cursos y escribía libros sobre doctrinas cristológicas viejas; el Espíritu Santo me transformó de la cristología a Cristo.

Qué emoción percibir, en el mes de julio de 1977, en el estadio de Kansas City, a 40.000 fieles de distintas designaciones cristianas cantando: Él es Señor, Él es Señor.

Ha resucitado de entre los muertos y es el Señor.

Toda rodilla se va a doblar, toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor” (“Él es el Señor, Él es el Señor.

Resucitó de entre los muertos y Él es el Señor.

Toda rodilla se doble, toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor”, N.

T.). Para mí, hasta entonces espectador de afuera de la Renovación, ese canto tenía resonancias galácticas, apelaba a lo que está en los cielos, en la tierra y bajo ella.

¿Por qué razón no reiterar, en una ocasión como esta, esa experiencia y proclamar juntos, en el canto, el señorío de Cristo…? Cantemos en ingles, quien sabe…

¿Qué tiene de particular proclamar a Jesús como Señor que lo realiza tan diverso y definitivo? Es porque, con ella, no se hace sólo una profesión de fe, sino que uno se transforma en resolución personal.

Quien lo pronuncia, escoge el sentido de su historia.

Es como si dijera: “Tú eres mi Señor; Me someto a ti, te reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi amo, el que tiene todos y cada uno de los derechos sobre mí.

Con alegría te entrego las riendas de mi vida”.

Este lumínico redescubrimiento de Jesús como Señor es quizás la gracia mucho más bella que, en nuestro tiempo, Dios ha concedido a su Iglesia, a través de la RCC.

Al principio, el aviso de Jesús como Señor (Kyrios) era, para la evangelización, lo que es la reja del arado para el arado: esa clase de espada que, primero, hende la tierra y permite al arado marcar el atravieso.

En este punto, por desgracia, se genera un cambio en el paso del ambiente judío al helenístico.

En el planeta judío, el título Adonay, Señor solo, bastaba para proclamar la divinidad de Cristo.

Y, en verdad, es con él que, en el día de Pentecostés, Pedro anuncia a Jesucristo al mundo: “A fin de que todo el pueblo de Israel sepa con toda seguridad que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien nosotros crucificasteis”.

(Hechos 2, 36).

Al predicar a los paganos, este título ya no era bastante.

Muchos, empezando por el emperador romano, se llamaban a sí mismos Señores.

El Apóstol lo comprueba con tristeza: “Existen muchos dioses y señores, pero para nosotros hay un solo Señor, Jesucristo” (cf.

1Cor 8,5-6).

Ahora en el siglo III, el título Señor ya no se comprende en su concepto kerigmático; se considera el título propio para esos que todavía están en la etapa de “siervo” y temen, inferior, en consecuencia, al título de Maestro, que es propio para el “acólito” y el amigo[4].

Se sigue comentando, por supuesto, de Jesús “Señor”, pero este se ha convertido en un título como los demás, o más bien, más muchas veces, en entre los elementos del nombre terminado de Cristo: “Nuestro Señor Jesucristo”.

Pero una cosa esto es “Nuestro Señor Jesucristo”, y otra decir: “¡Jesucristo es nuestro Señor!” (con el signo de exclamación).

¿Dónde está, en todo lo mencionado, el salto cualitativo que el Espíritu Beato nos deja dar en el conocimiento de Cristo? ¡Está en que el aviso de Jesús Señor es la puerta que da ingreso al conocimiento de Cristo resucitado y vivo! Por el momento no un Cristo como personaje, sino como persona; por el momento no un grupo de proposición, dogmas (y las correspondientes herejías), por el momento no sólo un objeto de culto y memoria, sino más bien una realidad viva en el Espíritu.

Entre este Jesús vivo y el de los libros y las eruditas discusiones sobre él, existe exactamente la misma diferencia que entre el cielo verdadero y un cielo dibujado en una hoja de papel.

Si queremos que la nueva evangelización no se quede en un deseo piadoso, debemos anteponer la “reja de arado” al arado, el kerygma al parénesis.

La experiencia común del señorío de Cristo es asimismo lo que mucho más impulsa la unidad de los cristianos, como la vemos ocurrir aquí, entre nosotros.

Una de las tareas prioritarias de CHARIS, según las advertencias del Beato Padre, es precisamente la de promover, por todos los medios, esta unidad entre todos los fieles en Cristo, en el respeto recíproco de nuestra identidad.

Una corriente de gracia para toda la Iglesia

Creo que, llegados a este punto, queda claro por qué razón mencionamos que la Renovación Carismática es una corriente de felicidad para toda la Iglesia.

Todo cuanto la palabra de Dios nos reveló acerca de la nueva vida en Cristo – una vida vivida según la ley del Espíritu, una vida de hijos de Dios y una vida en el Señorío de Cristo – todo lo mencionado no es mucho más que la esencia de la vida y la santidad cristiana.

Es la vida bautismal vivida en plenitud, esto es, no sólo pensada y creída, sino más bien vivida y iniciativa, y no solo a unas pocas ánimas privilegiadas, sino más bien por todo el pueblo santo de Dios.

Para muchos millones de fieles, el bautismo en el Espíritu ha sido la puerta de entrada a estos esplendores de la vida cristiana.

Entre las máximas queridas por el Papa Francisco es que “la realidad es mayor a la iniciativa”[5], y, por tanto, que lo vivido es mayor a lo planeado.

Creo que la Renovación Atractiva puede ser (y en cierta medida fué) de gran ayuda para realizar pasar las considerables verdades de la fe de lo planeado a lo vivido, para realizar pasar el Espíritu Beato de los libros de teología a los experiencia de los fieles.

San Juan XXIII concibió el Concilio Vaticano como la ocasión de un “nuevo Pentecostés” para la Iglesia.

El Señor respondió a esta oración del Papa más allá de toda expectativa.

Pero, ¿qué significa “un nuevo Pentecostés”? No puede radicar sencillamente en un nuevo florecimiento de carismas, ministerios, señales y prodigios, un soplo de aire fresco en el rostro de la Iglesia.

Estas cosas son el reflejo y el signo de algo más profundo.

Un nuevo Pentecostés, para ser realmente tal, debe tener lugar en la hondura que nos descubrió el Apóstol; debe renovar el corazón de la Esposa, no solo su vestido.

Sin embargo, para ser la corriente de gracia que hemos descrito, la Renovación Carismática necesita renovarse, y la institución de CHARIS desea ayudar a ello.

“No penséis –escribía Orígenes, en el siglo III– que es suficiente con renovaros una sola vez; es requisito actualizar exactamente la misma novedad: ‘Ipsa novitas innovanda est‘”[6].

No hay nada de qué sorprenderse.

O sea lo que pasa en todo proyecto de Dios en el instante en que se pone en manos del hombre.

Poco tiempo tras unirme a la Renovación, un día, en oración, me invadieron algunos pensamientos.

Me parecía que podía intuir lo que el Señor estaba haciendo nuevamente en la Iglesia; Tomé una hoja de papel y un boli y anoté algunos pensamientos, de los cuales yo mismo no me sorprendí, tan poco, fueron fruto de mi reflexión.

Están publicados en mi libro.

La sobria ebbrezza dello Spirito (“La sobria embriaguez del Espíritu”, N.

do T.), pero permítanme compartirlas nuevamente, ya que me da la sensación de que es el punto desde el cual debemos comenzar de nuevo.

“El Padre quiere glorificar a su Hijo Jesucristo en la tierra de una manera novedosa, con una invención novedosa.

El Espíritu Beato es el agente de esta glorificación, pues está escrito: ‘Él me glorificará y va a recibir lo mío’.

Una vida cristiana completamente consagrada a Dios, sin nuevo fundador, regla o congregación.

Principal creador: ¡Jesús! Regla: ¡el Evangelio interpretado por el Espíritu Santo! Congregación: ¡la Iglesia! No preocuparse por el mañana, no estimar hacer cosas que perduren, no estimar montar organizaciones reconocidas que se perpetúen con sucesores… Jesús es un Fundador que jamás muere, con lo que no requiere sucesores.

Siempre y en todo momento tienes que dejarlo realizar novedades, incluso mañana.

¡El Espíritu Beato va a existir también mañana en la Iglesia!”

SEGUNDA PARTE: “CARISMÁTICO”

En este momento ha llegado el momento de pasar a la segunda una parte de mi alegato, que va a ser mucho más breve: donde se añade el adjetivo “Carismático” al nombre “Renovación”.

Primero, es importante decir que “atractivo” debe seguir siendo un adjetivo y jamás transformarse en un substantivo.

En otras expresiones, debemos eludir completamente emplear el término “los atractivos” para señalar personas que tuvieron la experiencia de la Renovación.

En un caso así, utilice la expresión “cristianos renovados”, pero no carismáticos.

El uso de este nombre suscita justamente resentimiento, ya que crea discriminación entre los integrantes del cuerpo de Cristo, prácticamente como si unos estuvieran dotados de carismas y otros no.

No quiero instruir aquí sobre los carismas, de los que existen tantas ocasiones para hablar.

Mi intención es enseñar de qué manera, asimismo como situación atractiva, la Renovación es una corriente de gracia destinada a toda la Iglesia.

Para ilustrar esta afirmación, es requisito echar un veloz vistazo a la historia de los carismas en la Iglesia.

El redescubrimiento de los carismas en el Vaticano II

¿Qué sucedió realmente con los carismas después de su tumultuosa aparición en los primeros días de la Iglesia? Los carismas no habían desaparecido tanto de vida de la Iglesia, cuánto mucho más de vuestro teología.

Si volvimos a ver la crónica de la Iglesia, sabiendo las diversas listas de carismas del Nuevo Testamento, debemos concluir que, con la salvedad quizás del “hablar en lenguas” y la “interpretación de lenguas”, ninguno de los carismas se ha perdido completamente.

Entonces, ¿dónde se encuentra la novedad que nos deja hablar de un despertar de los carismas en nuestro tiempo? ¿Qué hacía falta antes? Los carismas, desde su ámbito de herramienta común y “organización de la Iglesia”, se habían ido restringiendo paulativamente al campo privado y personal.

Por el momento no entraron en la constitución de la Iglesia.

En la vida de la red social cristiana primitiva, los carismas no eran hechos privados, eran los que, adjuntado con la autoridad apostólica, configuraban la cara de la comunidad.

Apóstoles y profetas eran ámbas fuerzas que juntas guiaban a la red social.

Muy pronto, la estabilidad entre las dos instancias, la del oficio y la del carisma, se rompe en pos del trabajo.

Un elemento esencial fue el surgimiento de las primeras falsas doctrinas, singularmente las gnósticas.

Fue este suceso el que inclinó la balanza cada vez más para los titulares del oficio, los pastores.

Otro hecho fue la crisis del movimiento profético publicado por Montano en Asia Menor en el siglo II, que sirvió para desacreditar aún mucho más cierto género de entusiasmo carismático colectivo.

De este suceso fundamental se derivan todas y cada una de las consecuencias negativas relativas a los carismas.

Los carismas quedan relegados a los márgenes de la vida de la Iglesia.

en su mayoría desaparecen esos carismas que tenían como lote el culto y la vida de la comunidad: la palabra inspirada y la glosolalia, los llamados carismas pentecostales.

La profecía viene a reducirse al carisma del magisterio de interpretar auténtica y también de manera infalible la revelación (esta era la definición de profecía en los tratados de eclesiología que se estudiaban en mi época).

Asimismo busca justificar teológicamente esta situación.

Según una teoría repetida con frecuencia por san Juan Crisóstomo y más tarde, hasta la víspera del Concilio Vaticano II, ciertos carismas estarían reservados a la Iglesia en su “estado naciente”, pero entonces habrían “cesado”, por no ser ahora precisos para la generalidad.

economía de la Iglesia.[7].

Otra consecuencia inevitable es la clericalización de los carismas.

Vinculados a la santidad personal, acaban siendo casi siempre asociados a los representantes habituales de esta santidad: pastores, frailes, religiosos.

Desde el ámbito de eclesiologíalos carismas pasan al de hagiografía,o sea, al estudio de la vida de los santos.

El sitio de los carismas lo llenan los “Siete dones del Espíritu” que, en un comienzo (en Isaías 11) y hasta la Escolástica, no eran mucho más que una categoría particular de carismas, los prometidos al rey mesiánico y luego a los que tienen la labor del gobierno pastoral.

Esta es la situación que el Concilio Vaticano II procuró remediar.

En entre los documentos más esenciales del Vaticano II, leemos el conocido texto:

“El Espíritu Santurrón no sólo santifica y conduce al Pueblo de Dios por medio de los sacramentos y ministerios y los adorna con virtudes, sino que ‘repartiendo a cada uno de ellos sus dones como le place’ (1Cor 12,11), distribuye asimismo gracias especiales entre los fieles de todas las clases, que los hacen aptos y preparados para emprender distintas proyectos y tareas, provechosas para la renovación y edificación cada vez más amplia y extensa de la Iglesia, según estas expresiones: ‘a cada uno de ellos le resulta dada la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Cor 12,7).

Estos carismas, así sean los más elevados o los más simples y comunes, tienen que recibirse con acción de gracias y consuelo”.[8].

Este artículo no es una nota marginal en la eclesiología del Vaticano II; mucho más bien, es su coronación.

Es la manera mucho más clara y explícita de afirmar que, al lado de la dimensión jerárquica e institucional, la Iglesia tiene una dimensión neumática y que la primera está en función y al servicio de la segunda.

No es el Espíritu el que está al servicio de la institución, sino más bien la institución al servicio del Espíritu.

En este punto, concluido el Concilio y reunidos sus decretos en un solo volumen, resurgió el peligro de marginar los carismas bajo otra forma, no menos peligrosa: la de quedar como un hermoso documento que los estudiosos no se fatigan de estudiar y los reverendos de refererir.

Exactamente el mismo Señor advirtió de este riesgo, mostrando con sus propios ojos, a quienes anhelaban fuertemente el artículo sobre los carismas, que habían vuelto no solo a la teología, sino más bien también a la vida del Pueblo de Dios.

Cuando, por primera vez, en 1973, el Cardenal Leo Suenens escuchó hablar de la Renovación Carismática Católica, que había surgido en los Estados Unidos, estaba escribiendo un libro que se titula “El Espíritu Santo, nuestra esperanza”, y o sea lo que cuenta en sus memorias:

“Dejé de escribir el libro.

Creí que era cuestión de la mucho más elemental consistencia prestar atención a la acción del Espíritu Santurrón, en la medida en que podía manifestarse de manera asombroso.

Me interesó especialmente la novedad del despertar de los carismas, ya que el Concilio había invocado tal despertar”.

Y esto es lo que escribió tras ver con sus ojos lo que estaba pasando en la Iglesia:

“Improvisados, San Pablo y los Hechos de los Apóstoles parecían cobrar vida y volverse parte del presente; lo que fue auténticamente cierto en el pasado, parece regresar a ocurrir frente nuestros ojos.

Es un descubrimiento de la auténtica acción del Espíritu Santo que está siempre actuando, como prometió exactamente el mismo Jesús.

Él mantiene su palabra.

Es nuevamente una explosión del Espíritu de Pentecostés, una alegría que se había vuelto ignota para la Iglesia”.[9].

Ahora está claro, creo, pues digo que también como situación carismática, la Renovación es una corriente de felicidad destinada y que se requiere para toda la Iglesia.

Es la Iglesia misma la que, en el Concilio, lo definió.

Solo queda pasar de la definición a la acción, de los documentos a la vida.

Y este es el servicio que CHARIS, en medio de una continuidad con la RCC del pasado, está llamada a prestar a la Iglesia.

No es solo una cuestión de fidelidad al Concilio, sino más bien de fidelidad a la misión misma de la Iglesia.

Los carismas, leemos en el artículo conciliar, son “útiles para la renovación y edificación cada vez más extensa de la Iglesia” (quizás hubiera sido mucho más justo escribir “precisos”, en vez de “provechosos”).

La fe, el día de hoy, como en el tiempo de Pablo y los apóstoles, no se transmite “con expresiones persuasivas de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder” (cf.

1Cor 2,4-5; 1Tes 1,5) .

Si hace un tiempo, en un planeta que se realizó, al menos de manera oficial, “cristiano”, se podía meditar que no hacían falta carismas, señales y prodigios, como en los principios de la Iglesia, el día de hoy ya no hay más .

Estamos más cerca del tiempo de los apóstoles que del de San Juan Crisóstomo.

Debían comunicar el Evangelio a un planeta precristiano; nosotros, cuando menos en Occidente, a un mundo poscristiano.

Hasta aquí he dicho que la RCC es una corriente de gracia que se requiere para toda la Iglesia Católica.

Debo añadir que lo es doblemente para ciertas iglesias nacionales que desde hace ya tiempo asistimos a una dolorosa hemorragia de leales hacia otras realidades carismáticas.

Es bien conocido que una de las razones más frecuentes de tal éxodo es la necesidad de una expresión de fe mucho más sensible a nuestra cultura: con mucho más espacio para la espontaneidad, la alegría y el cuerpo; una vida de fe en la que la religiosidad habitual sea un valor añadido y no un sustituto del señorío de Cristo.

Se realizan análisis pastorales y sociológicos del fenómeno.[10] y se especulan antídotos, pero es difícil percatarse de que el Espíritu Santo ya ha provisto, en enorme forma, para esta necesidad.

Ya no se puede seguir observando a la RCC como parte del problema del éxodo de católicos, en vez de una solución al problema.

No obstante, para que este antídoto sea verdaderamente eficiente, no basta con que los pastores aprueben y alienten la RCC, permaneciendo rigurosamente fuera de ella.

Es requisito acoger la corriente de la gracia en nuestra vida.

A ello nos impulsa el ejemplo del Pastor de la Iglesia universal, asimismo con la institución de CHARIS.

No pretendo extenderme mucho más en el tema de los carismas y la evangelización.

Nos charló de ello nuestro querido coordinador Jean-Luc y en breve nos hablará Mary Healy, quien sobre este tema, además de una excelente capacitación teológica, también tiene una destacable experiencia de madurez en el área.

Concluyo con una reflexión sobre el ejercicio de los carismas.

* * *

Como asistente eclesiástico, traté de llevar a cabo mi contribución con esta enseñanza a una adecuada visión de la RCC en la historia y presente de la Iglesia.

No obstante, será el moderador y los integrantes del comité internacional quienes deberán llevar el mayor peso en este nuevo comienzo.

A todos ellos les expreso mi amistad fraterna y mi colaboración incondicional, hasta que el Señor me dé la fuerza para llevarlo a cabo.

La Carta a los Hebreos aconsejaba a los primeros cristianos: “Acordaos de vuestros pastores que os predicaron la palabra de Dios” (Hb 13, 7).

Debemos realizar lo mismo, recordando con aprecio y gratitud a quienes primero vivieron y promovieron el nuevo Pentecostés: Patti Mansfield, Ralph Martin, Steve Clark, Kevin y Dorothy Ranagan y todos los otros que desde entonces han servido a la RCC en ICCRS, la Fraternidad Católica.

y otros organismos de servicio.

Concluyo con una palabra profética que proclamé la primera vez que me hallé predicando en presencia de San Juan Pablo II.

Es la palabra que el profeta Hageo dirigió a los líderes y al pueblo de Israel en el momento en que se preparaban para reconstruir el templo:

“Pero en este momento, anímate, Zorobabel, dice el Señor, anímate, Josué, hijo de Josedec, sumo sacerdote; Ánimo, pueblo todo de esta tierra, afirma el Señor de los ejércitos; ponte a trabajar, porque yo estoy contigo”. (Ag 2,4).

Courage, Jean-Luc y miembros del comité; Ánimo, pueblo todo de la RCC; Ánimo, hermanos y hermanas de otras Iglesias cristianas que están con nosotros: “¡Pongan manos a la obra, que yo estoy con ustedes, afirma el Señor!”.

Esperamos que le gustara nuestro articulo Cantalamessa: Renovación Carismática, Corriente de Gracia
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
Cosas interesantes de saber el significado : Dios