Cantalamessa en la IV Predicación: Eucaristía presencia real del

Cantalamessa en la IV Predicación: Eucaristía presencia real del

De la presencia real debe brotar espontáneamente la referencia y la inocencia hacia Jesús en el Sacramento; dijo el cardenal

Luego de la catequesis mistagógica sobre las tres partes de la Misa – liturgia de la palabra, consagración y comunión, este viernes 1 de abril el tema de meditación fue: La Eucaristía como presencia real de Cristo en la Iglesia.

¿Cómo enfrentar un secreto tan prominente y tan inalcanzable? De inmediato vienen a la mente las muy variadas teorías y discusiones que hay al respecto, las divergencias entre católicos y protestantes, entre latinos y ortodoxos, que llenaron los libros donde estudiamos teología, nosotros que disponemos alguna edad y nos encontramos tentados a meditar que es Es imposible decir algo sobre este secreto que puede edificar nuestra fe y calentar nuestro corazón, sin conducir inevitablemente a polémicas interconfesionales.

Pero esta es exactamente la obra fantástica que el Espíritu Santo está haciendo el día de hoy entre todos y cada uno de los cristianos. Nos exige a admitir cuánto participa, en nuestras discusiones eucarísticas, la presunción humana de poder encerrar el misterio en una teoría o, incluso, en una palabra, tal como la intención de predominar sobre el adversario.

Nos impulsa a arrepentirnos por haber achicado la prenda suprema de amor y unidad, que el Señor nos dejó, a objeto favorecido de nuestras alteraciones.

El sendero del ecumenismo eucarístico es el sendero del reconocimiento recíproco, el camino católico del ágape, del comunicar y de las diferencias reconciliadas del que habla nuestro Santurrón Padre. No tiene que ver con sobrepasar desacuerdos reales, ni de abandonar algo de la auténtica doctrina católica.

Más bien, se trata de reunir todos y cada uno de los aspectos positivos y los valores genuinos que existen en todas y cada una de las tradiciones, para formar muchas verdades recurrentes que comienzan a llevarnos hacia la unidad.

Es asombroso cómo algunas situaciones católicas, ortodoxas y protestantes sobre la presencia real se vuelven discordantes y destructivas cuando se oponen y se ven como alternativas entre sí, al tiempo que se muestran fantásticamente concurrentes si se sostienen juntas en equilibrio.

Es la síntesis que debemos empezar a hacer; debemos tamizar las considerables tradiciones cristianas, para sacar de cada una, como nos exhorta el Apóstol, “lo bueno” (cf. 1Tes 5,21). Esta es la única forma en que podemos esperar sentarnos en la misma mesa.

Una presencia real pero oculta: la tradición latina

Ahora vamos a examinar, en este espíritu, las tres primordiales tradiciones eucarísticas -latina, ortodoxa y protestante- para edificarnos con las riquezas de cada una y recogerlas todas en el tesoro común de la Iglesia. La idea que, al final, tendremos del misterio de la presencia real se hará más rica y viva.

A los ojos de la teoría latina, el centro indiscutible de la acción eucarística, del que deriva la presencia real de Cristo, es el momento de la consagración. En él, Jesús actúa y habla en primera persona. La teología latina recoge, en esto, una vena de la tradición patrística. San Ambrosio redacta:

Este pan es pan antes de las expresiones sacramentales; pero en el momento en que tiene sitio la consagración, el pan se transforma en la carne de Cristo… ¿Con qué expresiones se realizó la consagración, y de quién son estas expresiones? Del

¡Señor Jesús! Todo cuanto dicen antes de ese momento lo afirma el sacerdote que alaba a Dios, ora por el pueblo, por los reyes y por el resto; pero cuando llega el momento de realizar el venerable sacramento, el sacerdote por el momento no utiliza palabras propias, sino más bien de Cristo.

Es, pues, la palabra que trabaja (conficit) el sacramento… ¿Veis cuán eficaz (operatorius) es el alegato de Cristo? Antes de la consagración no había cuerpo de Cristo, pero tras la consagración les digo que existe el cuerpo de Cristo. Él dice y sucede, Él manda y es afirmado” (Salmo 33:9)[1].

Tenemos la posibilidad de charlar, en la visión latina, de un realismo cristológico. “cristológica”, pues toda la atención se dirige aquí a Cristo, visto tanto en su existencia histórica y encarnada, como en la del Resucitado; Cristo es tanto el objeto como el sujeto de la Eucaristía, es decir, Aquel que se efectúa en la Eucaristía y Aquel que efectúa la Eucaristía. “Realismo”, por el hecho de que este Jesús no se ve presente en el altar sencillamente en un signo o un símbolo, sino en la realidad y con su realidad.

Este realismo cristológico es visible, por ejemplo, en el cántico Ave verum: “Salve, cuerpo verdadero, nacido de la Virgen María, que sufrió verdaderamente y fue inmolada en la cruz por los hombres, y de cuyo costado abierto afloró sangre y agua …”.

Luego, el Concilio de Trento definió mejor este modo de concebir la presencia real, usando tres adverbios: vere, realiter,sustancialiter. Jesús está realmente presente, no sólo en imagen o figura; está verdaderamente presente, no sólo subjetivamente, para la fe de los fieles; está sustancialmente presente, esto es, según su realidad profunda, invisible a los sentidos, y no según las apariencias que siguen siendo las del pan y del vino.

Probablemente halla peligro, es cierto, de caer en un realismo “crudo”, o en un realismo exagerado, pero el antídoto para este peligro está en la Iglesia. San Agustín aclaró, de una vez por todas, que la presencia de Jesús ocurre “in sacramento”.

No es, en otras palabras, una presencia física, sino más bien sacramental, mediada por signos que son, exactamente, el pan y el vino. En este caso, no obstante, el signo no excluye la realidad, sino que la hace presente, de la única forma en que Cristo resucitado, que “vive en el Espíritu” (1P 3, 18), puede hacerse presente entre nosotros mientras todavía somos en el cuerpo. .

Lo mismo afirma santo Tomás de Aquino –el otro gran artífice de la espiritualidad eucarística occidental, junto con san Ambrosio y san Agustín–, en el momento en que habla de una presencia de Cristo “según la sustancia” bajo las especies del pan y del vino.[2].

De hecho, decir que Jesús se hace que se encuentra en la Eucaristía con su substancia quiere decir que se hace presente con su auténtica y profunda situación, que solo puede ser comprendida por medio de la fe.

En el himno adora te devot, que refleja fielmente el pensamiento de Tomás de Aquino y que sirvió más que varios libros para plasmar la piedad eucarística latina, se dice: “Los ojos, el tacto, el gusto, aquí todo pierde valor; solo queda la fe en tu palabra”: Visus tactus gustus in te fallitur ‒ sed auditui solo tuto creditur”.

Por consiguiente, Cristo está presente en la Eucaristía de una manera única que no tiene equivalente en ningún otro rincón. Ningún adjetivo, por sí mismo, basta para detallar esta presencia; ni siquiera el adjetivo “real”. Real viene de res (cosa) y significa como una cosa u objeto.

Ahora bien, Jesús no está presente en la Eucaristía como “cosa” u objeto, sino más bien como persona. Si se desea ofrecer un nombre a esta presencia, sería mejor llamarla presencia “eucarística”, por el hecho de que se efectúa solo en la Eucaristía.

La relevancia de la fe: la espiritualidad protestante

La tradición latina ha destacado “quién” está presente en la Eucaristía, Cristo; La tradición ortodoxa ha destacado “por quién” se trabaja su presencia, por el Espíritu Santurrón; La teología protestante resalta “sobre quién” trabaja esta presencia; en otras palabras, bajo qué condiciones opera verdaderamente el sacramento en el envase, qué es lo que significa. Estas condiciones no son iguales, pero se resumen en solo una palabra: fe.

No vamos a detenernos en las secuelas negativas derivadas, en ciertas temporadas, del principio protestante según el cual los sacramentos no son sino más bien “signos de la fe”.

Superando malentendidos y polémicas, creemos que este enérgico llamado a la fe es saludable exactamente para salvar el sacramento y no dejarlo caer al nivel de “buenas proyectos”, o algo que actúa un poco mecánica y mágicamente, prácticamente sin el hombre. saber.

En el fondo, se trata de conocer el sentido profundo de esa exclamación que la liturgia hace eco en el final de la consagración y que, en el pasado, recordemos, aun se introducía en el corazón de la fórmula de consagración, como para resaltar que la fe es una parte de la esencia del misterio: Mysterium fidei, ¡misterio de fe!

La fe no “hace”, sólo “recibe” el sacramento. Sólo la palabra de Cristo repetida por la Iglesia y hecha efectiva por el Espíritu Santo “hace” el sacramento. Pero, ¿de qué serviría un sacramento “hecho” pero no “recibido”? A propósito de la Encarnación, hombres como Orígenes, san Agustín, san Bernardo, decían: “¿De qué me sirve que Cristo haya nacido una vez de María en Belén, si no nace también, por la fe, en mi corazón?”.

Lo mismo hay que decir de la Eucaristía: ¿de qué me sirve que Cristo esté realmente presente en el altar, si no está presente para ¿a mí? Ya en el tiempo en que Jesús estuvo presente en la tierra, la fe era precisa; en caso contrario – como él mismo repetía en tantas ocasiones en el Evangelio – su presencia no serviría más que para condenar: “¡Uy de ti, Corazín, ay de ti, Cafarnaúm!”.

La fe es que se requiere para que la existencia de Jesús en la Eucaristía no sea sólo “real”, sino más bien asimismo “personal”, o sea, de persona a persona.

Una cosa es “estar ahí”, y otra cosa es estar ahí. La presencia supone alguien que está presente y alguien ante quien él está presente; supone una comunicación recíproca, un diálogo entre 2 personas libres que se conocen.

Por consiguiente, es mucho más que la simple presencia en un lugar preciso. Esta dimensión subjetiva y existencial de la presencia eucarística no anula la presencia objetiva que antecede a la fe humana, sino la presupone y la valora.

Lutero, que exaltó el papel de la fe, es asimismo entre los que mantuvieron con enorme vigor la doctrina de la presencia real de Cristo en el sacramento del altar. En el curso de un enfrentamiento con otros reformadores sobre este tema, declaró:

No puedo comprender las expresiones “Este es mi cuerpo” en contraste a de qué manera suenan. Entonces les corresponde a otros demostrar que donde la palabra dice: “Este es mi cuerpo”, el cuerpo de Dios no está allí. No quiero percibir explicaciones basadas en la razón.

Frente expresiones tan visibles, no admito cuestiones; Rechazo el razonamiento y la sana razón humana. Demostraciones materiales, argumentos geométricos: todo lo rechazo por completo.

Dios está por encima de cualquier matemática y es requisito venerar la Palabra de Dios con asombro[4].

Basta una rápida ojeada a la riqueza de las distintas tradiciones cristianas para hacernos ver qué inmenso don es en perspectiva en la Iglesia, en el momento en que las diversas confesiones cristianas deciden poner en común sus bienes espirituales, como hicieron los primeros cristianos, de quienes se trataba mencionó que “tenía todas las cosas en común” (Hechos 2:44).

Este es el ágape más grande, la dimensión de toda la Iglesia, que el Señor pone en nuestros corazones para querer ver, para alegría de nuestro Padre común y fortalecimiento de su Iglesia.

sensación de presencia

Hemos llegado al final de nuestra corto peregrinación eucarística por medio de las distintas confesiones cristianas. Asimismo recogimos ciertas canastas de fragmentos que sobraron de la gran multiplicación del pan de la Iglesia. Pero no tenemos la posibilidad de terminar aquí nuestra meditación sobre el misterio de la presencia real. Sería como agarrar los fragmentos y no comerlos.

La fe en la Presencia Real es algo grande, pero no nos basta; al menos la fe entendida de determinada manera. No basta tener una idea precisa, profunda, teológicamente perfecta de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. ¡Cuántos entre los teólogos saben todo acerca de este misterio, pero no conocen la presencia real!

Pues solo “conoce”, en el sentido bíblico, una cosa, quien tiene la experiencia de esa cosa. Solo aquellos que, cuando menos una vez, fueron alcanzados por una llama conocen realmente el fuego y tuvieron que huir de forma rápida para no quemarse.

San Gregorio de Nisa nos dejó una magnífica expresión para indicar este supremo grado de fe; charla de “una sensación de presencia”[5] que uno tiene cuando uno es golpeado por la presencia de Dios, cuando uno tiene una cierta percepción (no solo un concepto) de que Él está presente.

Esta no es una percepción natural; es fruto de una felicidad que obra como una ruptura de nivel, un salto cualitativo.

Hay una analogía muy estrecha con lo que sucede cuando, después de la Resurrección, Jesús se deja conocer por alguien. Era algo improvisado que, de súbito, cambiaba completamente el estado de un individuo.

Pocos días después de la Resurrección, los apóstoles están pescando en el lago; en la orilla aparece un hombre. Se produce un diálogo a distancia: “Hijos, ¿tienen algo para comer?”; ellos responden: “¡No!”. Pero he aquí, una luz reluce en el corazón de Juan, y clama: “¡Es el Señor!”

Lo mismo pasa, aunque de manera mucho más sosiega, con los acólitos de Emaús; Jesús caminó con ellos, “pero sus ojos estaban como ciegos y no lo reconocieron”; al final, en el instante de partir el pan, he aquí, “los ojos de los discípulos se abrieron y reconocieron a Jesús” (Lc 24,13ss).

Algo afín pasa el día en que un cristiano, después de haber recibido a Jesús tantas veces en la Eucaristía, finalmente, por un don de la gracia, lo “reconoce”.

De la fe y del “sentir” la presencia real, debe brotar espontáneamente la reverencia e inclusive la ternura hacia Jesús en el Sacramento. Este es un sentimiento tan delicado y personal que con solo hablarlo corremos el riesgo de estropearlo. El corazón de San Francisco de Asís se encontraba lleno de estos sentimientos de reverencia y inocencia.

El Poverello se conmueve frente Jesús en el Sacramento, como Greccio se conmueve frente al Niño de Belén: lo ve así, encomendado a los hombres, tan desamparado, tan humilde. Para él, es siempre exactamente el mismo Jesús vivo y concreto, jamás una abstracción teológica.

En la Carta a toda la Orden, redacta expresiones candentes que deseamos percibir dirigidas a nosotros ahora, en el final de nuestra meditación sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía: Mirad vuestra dignidad, hermanos curas, y sed santurrones, porque Él es santurrón… Enorme pobreza y miserable debilidad, cuando tanto lo tenéis en mente y buscáis otra cosa en el mundo entero.

El hombre entero se asombra, el planeta entero se estremece y el cielo se regocija cuando, sobre el altar, en la mano del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo; ¡Oh admirable alteza y estupenda condescendencia! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad, porque el Señor del Cosmos, Dios e Hijo de Dios, se veja tanto que, para nuestra salvación, se esconde bajo una pequeña forma de pan!

Mirad, hermanos, la humildad de Dios, y derramad nuestros corazones ante él; Humillaos vosotros asimismo, para que seáis exaltados por Él. Por tanto, no os privéis de nada para vosotros mismos, a fin de que el que se da a nosotros íntegro, les reciba íntegro.

Fuente: Novedosa Canción

Pío


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Esperamos que le gustara nuestro articulo Cantalamessa en la IV Predicación: Eucaristía presencia real del
y todo lo relaciona a Dios , al Santo , nuestra iglesia para el Cristiano y Catolico .
Cosas interesantes de saber el significado : Biblia